Dos nuevas biografías arrojan luz sobre aspectos de la vida de la ‘dama del crimen’
Agatha Christie (1890-1976) escribió 86 novelas, además de incontables relatos, 23 obras de teatro, cuatro dramas radiofónicos y tres poemarios y libros infantiles. Es la escritora más vendida de todos los tiempos (al menos 4.000 millones de ejemplares), solo superada por Shakespeare y la Biblia. Fue, por tanto, la autora más rica de su época, con una fortuna valorada en unos actuales 5.000 millones de euros. Coincidiendo con el centenario de su personaje Hercule Poirot, se publicaron dos extensas biografías en España y en Francia, ‘Agatha Christie’ (Almuzara) de Eduardo Caamaño (Rio de Janeiro, 1972) y ‘Les mille vies d’Agatha Christie’ (Tallandier) de Béatrix de L’Aulnoit (Lille, 1949). Ambos autores explican sus principales descubrimientos a este diario.
El retrato que surge de la lectura de estas obras es muy diferente al de una abuelita venerable. Christie es una mujer aventurera, avanzada a su tiempo y pionera en muchas cosas. “Hizo cosas que ninguna mujer de su época se atrevió a hacer –interviene Caamaño–. Conducía su propio coche y pisaba el acelerador a fondo. Cogía un tren sola y se iba a Turquía, Iraq o Siria. Se montó en una tabla de surf, siendo la primera mujer británica en hacerlo, y de hecho la segunda persona de su país de que se tenga noticia, tras Eduardo, el príncipe de Gales”.
“Cogía un tren sola y se iba a Turquía, Iraq o Siria. Fue la primera mujer británica en montar en una tabla de surf, y la segunda persona, tras el príncipe de Gales”
Caamaño es economista, y ha escrito previamente las biografías de Arthur Conan Doyle, Houdini y el ‘Barón Rojo’. De L’Aulnoit es periodista y autora también de varias biografías, entre ellas la de Winston Churchill, la de la reina Victoria o la de la vallisoletana Ana de Austria, madre de Luis XIV.
“Pocos conocen la vida de Agatha Christie –afirma De L’Aulnoit–, una aventurera que jamás se tomó por escritora. Ella quería ser pianista profesional pero su timidez extrema le impedía ponerse ante el público. Luego, soprano, porque tenía una magnífica voz pero no lo suficientemente potente como para convertirse en una diva, y ella no estaba dispuesta a asumir los papeles secundarios”.
Su enorme fortuna se explica, por un lado, por su estajanovismo y productividad. Por otro, por el gran número de adaptaciones al cine, teatro y televisión (la última, la ‘Muerte en el Nilo’ de Kenneth Branagh se estrenará próximamente). Pero, también, por el papel de su agente literario, el hábil Edmund Cork.
Su fortuna alcanzó los 5.000 millones de euros, en dinero actual, y llegó a poseer ocho mansiones a la vez, según ha certificado Béatrix De L’Aulnoit
“El padre de Agatha, el estadounidense Frederick Miller, heredero de una inmensa fortuna, murió arruinado cuando ella tenía 11 años –cuenta De L’Aulnoit– y eso la marcó. ¿Qué hacía con su dinero? Se compraba mansiones, las adoraba y llegó a tener ocho al mismo tiempo. La de Greenway, suntuosa, donde vivió sus últimos años, puede visitarse”.
“Tenía todo encauzado para ser una típica inglesa de su época –continúa Caamaño–, nació en una familia muy tradicional a finales de la época victoriana. Fue educada en casa, hija única, apenas tenía amigos y se los creó invisibles, desarrolló su imaginación”. Al no haber ido a la escuela, “cometerá faltas de ortografía durante toda su vida, ella que era la escritora más vendida del mundo”, apunta, divertida, De L’Aulnoit.
Al no haber ido a la escuela, “cometerá faltas de ortografía durante toda su vida, ella que era la escritora más vendida del mundo”, apunta su biógrafa francesa
“Se casó en 1914 con un apuesto piloto, Archibald Christie –recuerda Caamaño–. Al acabar la guerra, a él lo contrataron para dar a conocer el proyecto de Exposición Universal, en una gira mundial de diez meses de duración. Ella podía haberse quedado en casa pero le acompañó en esa aventura y ahí empezó su pasión por viajar”. Por esa época, “Agatha era una joven luminosa, llena de talentos. Cantaba y bailaba maravillosamente el tango”, según apunta su biógrafa francesa.
El gran enigma de su vida es su desaparición durante 11 días de diciembre de 1926, que movilizó a la policía y estuvo en portada de los diarios de medio mundo, hasta que la encontraron en un lujoso balneario, donde se había inscrito con nombre falso. De L’Aulnoit tiene las cosas claras: “Tras doce años de matrimonio, su marido –que era entonces banquero en la City– le pide el divorcio para casarse con una mujer diez años más joven, Nancy Neele, una amiga de ella a la que había invitado muchas veces a casa. Lo vive como una traición suprema. El 3 de diciembre, en el desayuno, Archie le anuncia que se comprometerá con Nancy esa misma noche. Y ella, por la noche justamente, coge su coche y desaparece. Podemos documentar que subió a una colina y, desde arriba, bajó sin frenos hacia una cantera de tiza. Eso significa que quería acabar con su vida. Más tarde, ella dirá: ‘Fui estúpida, estúpida...’ porque amaba profundamente la vida. Por primera vez, mi libro aclara todo el tema de la desaparición. Un episodio que es el nacimiento de la Agatha Christie escritora que conocemos, pues tras el divorcio, sola con su hija, se verá obligada a ganarse la vida y escribirá tres libros al año y un número incalculable de relatos”.
El mismo día que su marido le anuncia que la abandona, cogió el coche, se subió a una colina y, desde arriba, bajó sin frenos hacia una cantera de tiza
Caamaño encuentra “razonable” pensar que “le afectó una crisis de nervios, tras perder a su madre y sufrir la demanda de divorcio”. Basándose en estudios médicos, cree que “sería un caso de persona con estrés postraumático que condujo a una pérdida de memoria”. Desestima, aunque las cita, las teorías que apuntan a que todo fue una jugada “para vengarse de su marido, y que lo acusaran de un crimen. Aún más poco probable es, como dicen algunos, que fuera un ardid publicitario para promocionar ‘El asesinato de Roger Ackroyd’”. Para Caamaño, “si no la hubieran encontrado, se habría quedado en el hotel más días porque no sabía cómo salir del lío en que se había metido”.
Tras todo el episodio, intentó cambiar su apellido artístico pero el editor no le dejó. “Cuando firmó el divorcio, ya había publicado su primer bestseller. Quiso usar su nombre de soltera, Agatha Miller, pero los lectores ya la conocían como Christie y tuvo que cargar con la penitencia de ese apellido de por vida”. Años más tarde, fue feliz con su segundo marido, el arqueólogo Max Mallowan, 14 años más joven que ella “y firmó como Agatha Mallowan unas memorias de sus años en Iraq, ‘Ven y dime cómo vives’”. También usó el seudónimo de Mary Westmacott para sus novelas románticas, “que eran muy personales, hay mucho de ella ahí y aunque era reacia a exponer su vida, tuvo la necesidad de soltar lo que la hacía sufrir por dentro”, en especial en ‘Retrato inacabado’, donde “cuenta toda su relación con Archie”.
Al separarse, quiso usar su nombre de soltera, Agatha Miller, pero los lectores ya la conocían como Christie y tuvo que cargar con la penitencia de ese apellido
Sorprenden sus grandes conocimientos farmacéuticos, a los que Caamaño dedica un apéndice: “En la primera guerra mundial se presentó voluntaria en el hospital de Torquay como asistenta de enfermería y acabó ayudando en la farmacia, donde investigó todo el tema de los venenos. Era una época peligrosa, no había pastillas envasadas y, si te equivocabas en la dosis al fabricar un medicamento, lo convertías en un veneno mortal. Le fascinó tanto el tema que se decidió a escribir sobre él. Luego se sacó la carrera de farmacéutica. Hasta las revistas de medicina elogiaron el modo en que trataba la cuestión. Usa de todo y siempre correctamente: arsénico, belladona, curare, talio, cocaína...”.
Con el marido ‘bueno’, Max Mallowan, vivió una vida de ensueño. “Eran nómadas –afirma De L’Aulnoit–, en Oriente Medio escribió tres de sus bestsellers, ‘Asesinato en el Orient Express’, ‘Muerte en el Nilo’ y ‘Asesinato en Mesopotamia’. Al final, pasaban seis meses en el desierto y seis meses en Londres. Era su vida soñada. Fueron muy felices”.
Caamaño se ocupa de su relación con España. “Tras la desaparición, estaba muy alterada y la familia la envió a un médico, que le recomendó irse del país, para evitar a la voraz prensa inglesa, y eligió Canarias, donde se quedó una temporada y estableció un vínculo profundo. Luego también estuvo muchas veces en Baleares (ambienta un relato en Pollensa) y algunas en San Sebastián. Y pasó por Madrid cuatro días de 1967, con su marido, lo que motivó que algunos periodistas se inventaran que estaba para ambientar allí una nueva novela”. El 27 de octubre de 1967, ‘ABC’ publica, quejoso porque la autora no hable con la prensa: ‘Doña Agatha anda preocupada con ambientar en España una novela de gitanos y empieza por infravalorar a todos los españoles hasta que no se demuestre lo contrario’. Al día siguiente, la propia autora lo negaba en una entrevista a pie de avión en el aeropuerto de Barajas que publicaba ‘La Vanguardia’: ‘Desmiento de la manera más categórica que piense escribir una novela policíaca ambientada en España. Jamás escribí un libro que tuviese como fondo el país visitado como turista. No hay ninguna razón que justifique, en el caso de España, la excepción de esta norma que he mantenido y mantendré a rajatabla’. A pesar de ello, el 2 de diciembre, ‘El Alcázar’ titulaba a toda página: ‘Agatha Christie, ‘Asesinato en Toledo’, precedido del antetítulo ‘Las vacaciones en España la han inspirado’.
Visitó España varias veces y se especuló con que ambientaría una novela en Toledo
Los biógrafos se ocupan de sus diversos personajes, sobre todo de los dos más populares, Hercule Poirot y Miss Marple, pero también de los que no cuajaron, como el detective Parker Pyne.
Agatha Christie fue asimismo lo que hoy llamaríamos una autora multimedia, con especial atención al teatro, para el que escribió 23 obras, entre ellas ‘La ratonera’, que tiene el récord de permanencia en la cartelera de Londres, con más de 25.000 representaciones desde su estreno en 1952. “Ella no solo adaptaba sus novelas para que se ajustaran más a la idea de habitación cerrada a la que invita el escenario teatral, sino que iba a los ensayos, participaba en los castings y escribía correcciones sobre la marcha”, señala Caamaño.
“No solo adaptaba sus novelas al teatro, sino que iba a los ensayos y participaba en los castings”
El biógrafo aborda las acusaciones de antisemitismo por algunos fragmentos de sus libros o sus declaraciones a favor de la pena de muerte: “No podemos criticar con la mentalidad del siglo XXI a una persona de los años 40, también Hergé está desactualizado. Sus obras incluyen los estereotipos de la época, de igual modo que lo que pensamos hoy no se aguantará en el siglo XXII”.
Para Caamaño, ‘Diez negritos’ (retitulada recientemente como ‘Y no quedó ninguno’ o ‘Eran diez’, según los países), ‘El asesinato de Roger Ackroyd’ y ‘Cinco cerditos’ “son sus libros mejor escritos”, aunque añade que “no es lo mismo leerla a los 18 años que a los 45. Yo veo sus libros como un juego, un reto al lector, muy entretenido, no le quito ningún mérito pero tienen más entidad literaria Edgar Allan Poe o Conan Doyle”.
De l’Aulnoit destaca, por su parte, “el reto que se marcó, movida por su perfeccionismo. Adoraba el álgebra y construía sus novelas policíacas con cuatro o cinco culpables posibles, como una ecuación a resolver”.
Esta vez no se ha escrito un crimen... sino dos biografías.
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