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DavidTriviño.

ESCRITOR

  • Foto del escritorDavid Triviño

THE EXPANSE, una serie imprescindible

Debo reconocer que me costó entrar en la primera temporada de la serie, pero que ahora me parecen de las mejores de ciencia ficción pura. ¿De qué hablo cuando hablo de ciencia ficción pura? Aquella que combina política, ciencia y nos hace ahondar en nuestros problemas de forma subrepticia, llevándonos de la mano a mundos extraordinarios. Bradbury, K. Dick, Asimov y, por qué no, JMS, estarían orgullosos.

Recupero hoy el artículo de la revista JOTDOWN que habla de la serie en su quinta temporada, que expresa muy bien los puntos fuertes de esta ficción.

Acabo de ver que SyFy ha cancelado The Expanse. Es una maldita vergüenza, especialmente para los fans de la ciencia ficción entre los que me cuento. Era la mejor serie sobre el espacio que había en la televisión. De lejos. George R. R. Martin

El novelista estadounidense, padre del universo de Juego de tronos, escribió esas palabras en 2018, tras enterarse de la cancelación de la serie The Expanse. La cadena televisiva SyFy, especializada en ciencia ficción, había decidido deshacerse de la que muchos consideraban su mejor producción propia porque esta había sufrido una pronunciada caída de audiencia a lo largo de las tres temporadas hasta entonces emitidas.

El núcleo de seguidores de la serie, si bien reducido, demostró ser fiel. Hubo una campaña de recogida de firmas en la que cien mil personas reclamaron que Amazon o Netflix evitaran la desaparición del programa. Por lo general, estas campañas no sirven para nada: cuando un programa es cancelado por su baja audiencia, las probabilidades de resurrección suelen ser nulas. Sin embargo, esta vez sucedió el milagro: en 2018, el magnate Jeff Bezos anunció que Amazon se haría cargo de que The Expanse continuase viva. En 2019 se estrenó una cuarta temporada, y mientras escribo estas líneas se está emitiendo la quinta. En Amazon está obteniendo mejores números de los que obtuvo en SyFy, pero, aunque las críticas han sido universalmente positivas, la serie continúa sin alcanzar una popularidad masiva. Y es ignorada en las entregas de premios. Es especialmente sangrante la comparación con los chaparrones de nominaciones y premios que han recibido Westworld o The Mandalorian. No es ya que The Expanse sea mejor que estas (que lo es), es que nunca ha terminado de romper la barrera que la separa del «gran público». Pero bueno, así es como funcionan las cosas. Los Emmy y similares podrían haber sido un gran escaparate para presentar The Expanse a una audiencia mucho más amplia, pero son unos premios que en realidad suelen servir de mera cámara de resonancia comercial para lo que ya es muy popular. Esto no es nada nuevo. Creo que The Expanse seguirá un proceso similar a la de la serie que por género y estilo más se parece: la magnífica Battlestar Galactica. En su estreno, Battlestar Galactica funcionó bien pero tampoco recibió el aprecio que merecía. Eso cambió con los años, cuando el boca a boca la convirtió en el reverenciado clásico que es hoy. Con todo, el que The Expanse siga existiendo, y el que después de cinco temporadas mantenga un buen nivel de calidad, es de por sí una muy buena noticia.

La serie, para quien no la haya visto, es ciencia ficción hard de la vieja escuela. Adapta las novelas que desde 2011 publican los estadounidenses Daniel Abraham y Ty Franck bajo el pseudónimo conjunto James S. A. Corey. Está ambientada en un futuro donde los humanos han colonizado buena parte del sistema solar. La Tierra y Marte son dos naciones independientes, enfrascadas en una tensa guerra fría. Mientras tanto, las colonias del cinturón de asteroides y los planetas exteriores se agrupan bajo la OPA, un agitado avispero de movimientos nacionalistas y facciones terroristas. Todo esto sonará familiar a los aficionados al género, pero lo interesante de The Expanse es la manera en que, casi haciendo honor a su título, las temáticas se van volviendo más panorámicas y profundas conforme avanza la serie. Todo empieza con dos líneas argumentales paralelas y, en principio, bastante tópicas. La primera gira en torno a Josephus Miller, un detective nativo de los asteroides cuya misión es encontrar a la desaparecida hija de un millonario. La segunda trama está centrada en la tripulación de una nave llamada Rocinante, que se enfrenta a diversos contratiempos. Estas dos tramas son solamente el punto de partida. La serie parece una cosa cuando empieza, pero es muy distinta conforme avanza el tiempo.

The Expanse solo tiene un problema: le cuesta mucho arrancar. La primera mitad de la primera temporada puede hacerse cuesta arriba porque durante los primeros tres episodios el argumento no parece ir a ninguna parte. Las dos tramas —la del detective Miller y la de la nave Rocinante— parecen carecer de conexión entre sí, y no será hasta el cuarto episodio en que empecemos a ver los puntos de unión. Para colmo, los personajes no están aún definidos y no tenemos muy claro quién es quién. El espectador tiene que acostumbrarse al particular universo en el que va a transcurrir la acción. Es extraño, porque lo habitual es que las series empiecen con sus mejores bazas, y que después vayan desinflándose conforme se agotan las ideas. Con The Expanse sucede todo lo contrario. Al principio parece ciencia ficción muy genérica; no mala, pero que no da la impresión de contener potencial para sorprender. Esto es engañoso. La serie se guarda todas sus bazas para más adelante. Y aquí viene mi consejo: si le gusta a usted la ciencia ficción, no se rinda con la primera temporada. No cometa ese error. Haga todo lo posible por llegar hasta la segunda, que es donde de verdad The Expanse despega hasta límites insospechados. Créame, la espera será recompensada.

En la segunda temporada todo mejora de manera exponencial. Es muy difícil hablar de cómo la serie evoluciona sin hacer spoilers, pero digamos que es como un plato que sabe mucho mejor después de haber estado un día en la nevera. Al comenzar la primera temporada, The Expanse está en el registro de la ciencia ficción más de andar por casa, pero los temas van volviéndose más complejos y panorámicos, hasta recordar al material de Isaac Asimov. Al empezar la segunda temporada, el argumento ha crecido hasta una grandilocuencia propia de Arthur C. Clarke. Y el punto álgido, cuando usted descubrirá que ha merecido la pena darle una oportunidad a The Expanse, será el quinto episodio de la segunda temporada. Titulado «Home», recuerda a Olaf Stapledon o Stanislaw Lem, y es una de las cosas más tremebundas que se han visto en la ciencia ficción televisiva del último lustro. Cualquier otra serie se hubiese guardado semejante episodio para el final, pero aquí te lo sueltan así, a mitad de camino. No voy a decir nada más porque lo mejor es llegar a ese episodio sabiendo lo menos posible sobre lo que sucede en él, pero es lo que cualquier aficionado a la ciencia ficción espera ver en televisión: un momento trascendente.

En la segunda temporada de The Expanse sucede otra cosa: los actores parecen haberse hecho a sus personajes y sus interpretaciones son muchísimo más convincentes. Es especialmente impresionante el trabajo de Thomas Jane, quien encarna al detective Miller: en la primera temporada, Miller es el típico detective de novela negra espacial. Ya saben: cínico, endurecido, y con sombrerito incluido. En la segunda temporada, sin embargo, el personaje cambia por determinadas cosas que suceden en el argumento, y Thomas Jane ejecuta ese cambio con absoluta maestría. Pero también hay interpretaciones cuya sutileza no se hace aparente hasta después de varias temporadas. Por ejemplo, hay un personaje llamado Amos que es un marine espacial, básicamente una máquina de matar. Este personaje cambia muy, muy lentamente a lo largo de la serie. En esencia, nunca deja de ser una máquina de matar, pero el actor Wes Chatham se las arregla para trascender esa naturaleza unidimensional y ofrecer algunos grandes momentos aquí y allá. En general, esto puede aplicarse al conjunto del reparto.

Personalmente, la segunda y tercera temporadas son mis favoritas. Irónicamente, fueron las que tuvieron menor audiencia en SyFy y las que provocaron la cancelación de la serie. En las temporadas cuarta y quinta no puede hablarse de un descenso significativo de calidad, lo único que sucede es que era difícil igualar ciertos momentos álgidos, pero la serie ha mantenido un muy buen nivel. Hemos hablado de lo malo, que es el inicio a trompicones. Vamos a hablar de lo bueno, que es todo lo demás. Empezaré por lo más notorio: el aspecto visual. Quien disfrute con la contemplación de ambientes futuristas y espaciales, se lo pasará en grande con The Expanse incluso aunque le quite el sonido. El nivel de detalle es asombroso. Todo el diseño de producción es extraordinario, y se nota que cada dólar del presupuesto ha sido empleado de la manera más efectiva posible. Además, el apartado visual no solo se mantiene a lo largo de las temporadas, sino que va a más. Y la adquisición por parte de Amazon parece haber supuesto un nuevo chute de recursos. No hablamos del típico truco de concentrar el presupuesto en los dos capítulos iniciales, para que después se note el bajón (te estoy mirando a ti, Raised by Wolves).

También cabe destacar la naturalidad con la que el argumento incluye fenómenos físicos como la gravedad cero, la inercia, etc. La serie nos introduce todas estas cosas sin necesidad de agobiarnos con artificiosos diálogos de exposición, sino simplemente confiando en el que el espectador captará las ideas de manera visual. Un ejemplo: en The Expanse vemos las naves espaciales usando los motores no solo para impulsarse, sino también para frenar; así, las naves no llegan a sus destinos de frente. Este detalle tan aparentemente obvio y tonto es ignorado en muchas otras series y películas. Ojo: no es que me importe que una serie sea científicamente correcta. Pero es importante que cree un universo consistente consigo mismo, y en The Expanse crean ciertas reglas para no quebrantarlas nunca. Otro ejemplo: cuando se muestran las trayectorias de las naves en un mapa espacial, todas las trayectorias son curvas. Porque, aunque la serie no lo dice de manera explícita, se sobreentiende que toda nave espacial está siempre en una órbita, incluso cuando no parece que lo esté. Así, una nave abandona la órbita terrestre, pero sigue estando en una órbita: la que gira en torno al sol. Ningún personaje nos cuenta esto mediante un diálogo de exposición que interrumpa los diálogos más necesarios para el drama; simplemente vemos las líneas curvas y nos familiarizamos con esa manera de viajar. Estos detalles añaden muchísimo a la sensación de inmersión del espectador, que se ve capaz de entender la estructura del sistema solar y cómo las naves lo atraviesan. Esto responde al principio de que la buena ciencia ficción no tiene por qué ser tan exacta como un libro de ciencia. De hecho, ni siquiera tiene que respetar las leyes físicas. Basta con que nos parezca verosímil a quienes no somos científicos y tenemos una idea muy ligera de cómo funcionan esas cosas. Uno de los grandes logros de The Expanse es el de evitar las escenas de exposición que pueden ser necesarias y convenientes en un libro, pero que se cargan el ritmo y la inmersión en el formato audiovisual.

Lo mismo sucede con el aspecto sociológico, también heredado de las novelas, y también adaptado al lenguaje audiovisual. Uno de los fundamentos de la serie es la diferencia cultural entre terrícolas, marcianos y belters, los habitantes de los asteroides y los planetas exteriores. Uno de los peligros de la ciencia ficción cuya sociología se basa en la existencia de facciones es el de caer en la caricatura reduccionista. Y en The Expanse hay toda clase de referencias, visuales o de diálogos, que nos permiten situar a cada personaje en su cultura de origen, pero mostrando al mismo tiempo que, dentro de cada cultura, puede haber formas muy diferentes de ver las cosas. Las facciones, en realidad, no son tan distintas entre sí como creen serlo. Por lo demás, la visión que The Expanse tiene sobre la humanidad es muy parecida a la de Battlestar Galactica: desencantada, por no decir misántropa. En The Expanse, como en Battlestar Galactica, la humanidad es básicamente una mierda. Son los ideales de unos pocos héroes y los empeños de unos pocos visionarios los factores que permiten que se produzcan avances. Y, ¿qué ocurre con los alienígenas? Pues espere sentado/a: después de cuatro temporadas y media, la cuestión alienígena sigue sin ser respondida. Lo cual, por cierto, es una buena idea, pues ayuda a que termine habiendo una aureola de misterio ancestral en torno a ese asunto.

Existen nueve libros de The Expanse; la serie ha adaptado, más o menos, uno por temporada. Como decía, ahora se está emitiendo la quinta y Amazon ya anunciado que habrá una sexta. No se sabe con seguridad si la serie tendrá futuro a partir de ahí pero, dados los precedentes, llegar a seis entregas ya es algo que celebrar. The Expanse es ciencia ficción seria que ha esquivado los dos principales males que afectan a algunas otras series que también aspiran a ser ciencia ficción seria ambientada en el espacio: primero, el dejar que el concepto se coma al argumento (por ejemplo, haciendo que los personajes se comporten no como seres independientes sino como meros mecanismos de transmisión de las ideas del guion; una vez más te miro a ti, Raised by Wolves). Y segundo, la pretenciosidad y el abuso de simbolismos. The Expanse tiene su faceta lírica, poética y hasta metafísica, pero la encapsula en los momentos indicados, y no deja que todo acabe pareciendo una especie de ejercicio de poesía visual. La poesía visual y la naturaleza metafórica pueden funcionar muy bien como esencia fundamental de una película, pero eso resultaría excesivo en una serie, que necesita diluir esos elementos en una narración dramática más convencional.

En The Expanse, la suma de los aciertos supera con mucho las carencias o los errores, y cada temporada ha ido ofreciendo nuevas perspectivas del universo donde todo transcurre. Hay demasiadas cosas buenas como para perdérselas por culpa del único inconveniente: el titubeante inicio. Dudo que haya algún aficionado a la ciencia ficción clásica que no se vaya a convertir en fan después de haber visto la segunda temporada. A la Rocinante cuesta subir, pero, una vez arriba, ya no va a querer bajarse.

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