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DavidTriviño.

ESCRITOR

Foto del escritorDavid Triviño

Afrodisias, la ciudad asiática mimada por Roma

  • Este lugar, una ciudad más bien de segunda fila, recibió una gran atención por parte del Imperio romano por ser la casa de Afrodita

Estado actual de las ruinas de Afrodisias. (Carole Raddato / CC BY-SA 3.0)

Afrodisias nunca fue una ciudad de primera magnitud. Prosperó desde el siglo II a. C., en la Grecia conquistada por los romanos, hasta el VII d. C., bajo el Imperio bizantino. Sin embargo, esta localidad de Caria, en el sudoeste de Asia Menor –hoy la Anatolia turca–, no tuvo gran importancia política ni siquiera durante su mayor esplendor, del siglo I a. C. al II d. C.

Pese a que siempre fue para Roma una población del montón, le rindieron honores Sila, Julio César y varios emperadores. No resulta menos llamativo que, siendo una metrópolis mediana, de 50.000 habitantes como máximo, tuviera un estadio para 30.000 espectadores, un teatro para 8.000 o un auditorio para 2.000. La fama de Afrodisias, además, se extendía de punta a punta del Mediterráneo.

¿Por qué estas contradicciones? ¿Qué hacía tan especial a esta ciudad griega de segundo orden para que los romanos la honraran tanto? La respuesta remite a la noche de los tiempos.


Una diosa mutante

Vestigios hallados en dos montículos evidencian que, a partir de 5800 a. C., allí se congregaban agricultores para venerar a la llamada Gran Diosa o Diosa Madre. Señora de la fecundidad, los campesinos del Neolítico tardío en adelante le rogaban desde hijos sanos y fuertes hasta cosechas abundantes.

Esta divinidad primordial pasó por varias transformaciones. Denominada Ninoe en el I milenio a. C., más tarde fue Ishtar –la diosa mesopotámica de la fertilidad, el sexo, el amor, la vida, la guerra y el poder–, y, hacia el siglo III a. C., su equivalente griego, Afrodita.

Escultura que representa a Afrodita (Terceros)

También evolucionó el asentamiento nacido a su alrededor. De ser un simple caserío amontonado en torno a un santuario, a lo largo del siglo II a. C. empezó a convertirse en toda una ciudad. Ese progreso no se debió únicamente a una inercia demográfica. No fue fortuito. Tampoco se trató de algo ingenuo.

En esa fecha, la República romana se anexionó Grecia. La diosa volvió a mutar con ello, esta vez a su versión latina. Y Venus, como se sabe, se consideraba algo así como la madre de Roma, al haberlo sido del héroe Eneas. Dicho cordón umbilical mitológico explica la estima que sintieron los romanos por esta sede de su deidad originaria. Afrodisias no era, ni mucho menos, el único lugar de veneración de Afrodita, pero sí uno antiquísimo y, además, emplazado en la patria chica de Eneas.

Restos de la antigua ciudad griega de Afrodisias (actual Turquía) (Terceros)

Así fue como el dictador Sila, devoto de Venus, ofrendó a la imagen local una corona de oro y un hacha de doble filo. Pero el auténtico encumbramiento de la ciudad se dio una generación después. Según una inscripción hallada en su teatro, César ofrendó a la divinidad una estatua de oro de Eros que, incluso, podría haber entregado en persona. Tanta generosidad se debió a que, como miembro de la altiva gens Julia, este líder romano creía –o al menos decía– ser descendiente de la diosa.


El liberto mecenas

Aparte de su valor religioso y propagandístico, Afrodisias demostró una lealtad inquebrantable a Roma y los Julios. En el año 88 a. C., por ejemplo, se inclinó por la República romana en lugar de por Mitrídates en la guerra librada contra este vecino, el rey del Ponto. Cuatro décadas después, la ciudad rechazó aliarse con los asesinos de César, que entonces la atacaron y saquearon, hasta que fue rescatada por Marco Antonio.

Los herederos de César recompensaron esta fidelidad. En el segundo triunvirato, Octavio y Antonio acordaron fortalecer Afrodisias uniéndola con la vecina Plarasa, garantizando su libertad e incluso dispensándola de pagar impuestos. También concedieron autonomía y derecho de asilo al templo.

La ciudad volvió a apostar por el bando que terminaría venciendo cuando los triunviros lucharon por el poder global. Este acierto se debió a la influencia de un exesclavo de César, Cayo Julio Zoilo, según indican los restos de la localidad.

Emancipado por Octavio, el liberto, natural de Afrodisia, regresó a casa enriquecido y muy amigo de quien iba a ser el primer emperador romano. Amparado por semejante benefactor, Zoilo emprendió en 40 a. C. un imponente programa de obras monumentales.

El estadio de Afrodisias. (Dpalma01 / CC BY-SA 3.0)

Fomentó para ello el segundo aspecto, después de la diosa, que haría de Afrodisias un centro de peregrinación en la Antigüedad: su escuela de escultura. Sus obras, de factura magistral, vitalistas y muy diversas, codiciadas en la propia Roma, iban a beneficiarse de generaciones sucesivas de artistas prodigiosos y de una cantera próxima con mármol de la mejor calidad, tanto blanco como uno azul grisáceo característico.


Auge y desaparición

Al calor de la divinidad y de tanto arte, la ciudad experimentó un apogeo cultural generalizado. Allí escribieron, por ejemplo, los filósofos peripatéticos Alejandro y Adrasto de Afrodisias, el novelista Caritón, el historiador de la región Apolonio y el tratadista médico Jenócrates. Asimismo, se desarrolló una activa comunidad judía, un indicador del cosmopolitismo y la tolerancia que se respiraban.

Este auge comenzó a declinar en el siglo III, cuando se retiraron las exenciones fiscales. Aunque la ciudad fue brevemente la capital de Caria bajo Diocleciano, sufrió terremotos en el siglo IV que la destruyeron en parte y la hicieron proclive a inundaciones. Se la intentó reconstruir, pero ya en medio de tensiones religiosas.

Tetrapilón de Afrodisias. (Carlos Delgado / CC BY-SA 3.0)

Vista por los primeros cristianos como un reducto pagano, se le cambió el nombre a Staurópolis (“Ciudad de la Cruz”), el templo de Afrodita se reestructuró como catedral y se destrozaron las esculturas consideradas idolátricas. Nuevos seísmos, en el siglo VII, acabaron de sentenciar la población. Perduró unos siglos más, degradada a villorrio, hasta su abandono en el XIV. Más tarde renació como la actual Geyre turca, pero jamás regresó a su antiguo esplendor.

Todo esto se conoce con tanto detalle gracias al testimonio de las piedras. Las ruinas del templo, del estadio y de unas termas siempre permanecieron a la vista. Así fue como Afrodisias llamó la atención, en el siglo XVIII, del Club de los Diletantes –un grupo de señoritos británicos con ínfulas académicas– y, en el siguiente, del francés Charles Texier, redescubridor de Hattusa, la capital hitita, y del turco Osman Hamdi Bey, cofundador de los Museos de Arqueología y la Academia de Bellas Artes de Estambul.


El legado de Erim

Sin embargo, la exploración científica del yacimiento solo llegó con el siglo XX. A principios del mismo, el ingeniero Paul Gaudin y después el arqueólogo y clasicista André Boulanger emprendieron algunas excavaciones. En 1937, una delegación italiana desenterró parte del llamado pórtico de Tiberio y renovó el interés en el sitio con sus publicaciones. Pero el auténtico redescubridor de Afrodisias fue un científico turco, el arqueólogo Kenan Tevfik Erim.

Avisado por Ara Guler, un fotógrafo célebre en el país otomano, Erim acudió a Geyre a examinar los vestigios. El joven profesor, pasmado por su belleza y abundancia, no tardó en conseguir el apoyo de su alma mater, la Universidad de Nueva York, para estudiar el área sistemáticamente. Dedicaría el resto de su vida a esta tarea desde la campaña inicial, en 1961.

El Sebasteión de Afrodisias. (Carlos Delgado / CC BY-SA 3.0)

Gracias a su trabajo emergieron de la tierra el Sebasteión de los emperadores Julios, el Tetrapilón y las termas de Adriano, el Buleterión donde se reunía el consejo municipal, un amplio teatro, una basílica, un mercado, numerosas viviendas y, sobre todo, incontables esculturas e inscripciones.

A la muerte de Erim, en 1990, las tres décadas de excavación de los monumentos principales cedieron espacio a la etapa presente, con el acento puesto en la documentación, el análisis, la conservación, la restauración y la divulgación sin dejar de lado el trabajo de campo. La citada institución neoyorquina, representada por Christopher Ratté y luego por Katherine Welch, ha compartido desde entonces la dirección del proyecto con la Universidad de Oxford, personificada en el profesor R. R. R. Smith.


Patrimonio de la Humanidad

Así se han dado a conocer en los últimos años el sepulcro de Zoilo, por ejemplo, o la rica epigrafía afrodisia. También se han realizado descubrimientos y reinterpretaciones de calado. Es el caso de la cuadrícula urbana de la ciudad, revelada gracias a una interesante técnica geofísica, un levantamiento cartográfico del subsuelo efectuado con electricidad entre 1995 y 1998.

En la actualidad, el yacimiento, que incluye desde 1979 un museo abarrotado de esculturas deslumbrantes, sigue deparando sorpresas. Desde nuevas estatuas, como unas sin cabeza halladas en 2012, hasta grafitis antiguos detectados en 2015. Toda esta actividad, incluida la excavación completa del enorme estanque en el centro del pórtico de Tiberio, comenzada en 1980 por Erim, contribuyó a que en el año 2017, el yacimiento arqueológico de Afrodisias fuera reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.


Publicado originalmente en el número 587 de la revista Historia y Vida.

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