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DavidTriviño.

ESCRITOR

Foto del escritorDavid Triviño

Cuando los nazis tomaron Manhattan

  • Las esvásticas llenaron el Madison Square Garden meses antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué peso tenían los nazis en Estados Unidos?

Mi interés por la Segunda Guerra Mundial es eterno y ni siquiera puedo recordar desde cuando lo siento. De hecho, en la concepción y primeras etapas de Matadero, mi novela, gran parte de la acción sucedía durante el conflicto, en una evolución del personaje que nunca llegó, básicamente porque mutó y se desarrolló ajeno a mis deseos y fui incapaz de controlar hacia dónde se encaminaba la historia. Por eso siempre me gusta recuperar artículos como el de hoy, que me recuerdan los miles —me atrevería a decir millones— de páginas que leí en su día para documentarme.

Un día de estos subiré una foto de mis primeras notas de "setting" para Matadero y veréis cómo cambió TODO.

Por el momento, me quedo con esta historia publicada en HISTORIA Y VIDA acerca del peso que tenían los nazis en los Estados Unidos de entreguerras.

Marcha del German American Bund por Nueva York en el año 1939 (Dominio público)

0 de febrero de 1939. El cartel luminoso anuncia un “mitin pro-americano”, pero es difícil distinguirlo a primera vista de una celebración de la Alemania nazi: los uniformes marrones, los brazos en alto, las esvásticas... y también la multitud enfervorecida que aclama al führer. Solo una mirada más atenta empieza a revelar las diferencias: hay tantas banderas estadounidenses como esvásticas, el führer es un inmigrante alemán recién nacionalizado y la escena no transcurre en un estadio de Núremberg, sino en el Madison Square Garden de Nueva York.

Ese inmigrante alemán se llama Fritz Julius Kuhn y vive en EE. UU. desde hace poco más de una década. Es un excombatiente de la Primera Guerra Mundial y un admirador temprano de Hitler, al que ya ha conocido personalmente. Él no lo sabe, pero el Bund, la organización filonazi que ha ayudado a fundar, está viviendo sus últimos destellos antes de morir: esa noche de febrero tiene unos 25.000 miembros, pero antes de que acabe el año Kuhn estará en prisión y el movimiento apenas sobrevivirá otros tres más.

Han pasado ya 85 años de la fundación del Amerikadeutscher Volksbund. No fue la primera organización de admiradores de Hitler en EE. UU., pero sí la que intentó ir más allá de eso y tener verdadera influencia en el país.

En su gran mitin de Manhattan sonó el himno estadounidense y la multitud juró fidelidad a la bandera de barras y estrellas. Tampoco fue casual que el encuentro se planteara como una celebración del cumpleaños de George Washington, con el escenario presidido por un enorme retrato del primer presidente estadounidense. Los líderes del Bund dijeron que fue “el primer fascista de América” porque “sabía desde el principio que la democracia no funcionaría”.

Igual que Hitler se aprovechó del descontento social tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, el bundesfürhrer Fritz Kuhn intentaba decirles a los estadounidenses de origen alemán que estaban oprimidos. Y aunque es cierto que había habido episodios muy graves de discriminación contra germanoamericanos durante la anterior guerra, es curioso que la verdadera fuerza del Bund residía en los inmigrantes que habían llegado de Alemania mucho más recientemente y no habían vivido aquella era.

Mitin del año 1939 en el Madison Square Garden. (Dominio público)

Los nazis de ambos lados del Atlántico tenían, eso sí, un mismo culpable para todos los males del mundo. En su discurso del Madison Square Garden, Kuhn atacó a “la prensa controlada por los judíos” y a “los refugiados judíos que roban los trabajos”, pero también prometió una América “justa, blanca y gobernada por no judíos”.

El mensaje resonaba entre sus miembros de origen alemán, pero tenía además su atractivo para una buena parte de la población blanca estadounidense. Solo unos años antes se había producido un renacer del Ku Klux Klan basado fundamentalmente en su odio antisemita.


La resistencia

Unos 20.000 simpatizantes nazis ocuparon el interior del Madison Square Garden aquel día, pero fueron cinco veces más los que se congregaron en el exterior para denunciar su presencia. En Nueva York, la ciudad más judía de EE. UU., nadie podía llevarse a engaño sobre las intenciones del grupo cuando habían visto el resultado de la Noche de los Cristales Rotos en Alemania solo unos meses antes.

El ayuntamiento desplegó a unos 1.700 policías para impedir enfrentamientos entre los filonazis y los que se les oponían, pero no pudieron evitar varios altercados. A pesar de esto, es probable que su presencia allí salvara la vida de Isadore Greenbaum.

Greenbaum era un fontanero judío de 26 años que, según explicó al juez, se había colado entre la multitud para escuchar el discurso del Bundesführer Kuhn sin intención de hacer nada más. Sin embargo, indignado por lo que iba escuchando, se acercó discretamente al escenario y se abalanzó sobre él al grito de “abajo con Hitler”.

Un grupo de nazis uniformados lo redujo y lo golpeó salvajemente a la vista de todos, entre el entusiasmo de la multitud. Si la policía no hubiera intervenido después de unos segundos, puede que lo hubieran matado. Salió del Madison Square Garden detenido, con la ropa hecha girones, y tuvo que pagar una multa de 25 dólares por interrumpir el mitin.

Kuhn, en Massachusetts, en el año 1939. (Dominio público)

Según su nieto, Greenbaum nunca se arrepintió de lo que hizo: “Le dejaron un ojo morado y la nariz rota, pero decía que lo volvería a hacer igual”. Unos meses después, tras el bombardeo de Pearl Harbor y la entrada de EE. UU. en la Segunda Guerra Mundial, se alistó en las fuerzas armadas para luchar contra los nazis. Sobrevivió al conflicto y tuvo una larga vida en paz.

Tanto el líder antisemita que sonreía mientras le golpeaban aquella noche como la organización a la que pertenecían los que lo celebraban iban a tener un futuro mucho más corto y bastante menos agradable.


El declive

Su gran fiesta en Manhattan fue el punto álgido del Bund. Nueve meses después, Fritz Kuhn fue condenado a cinco años de prisión por haberse quedado con dinero de la organización. Sus abogados trataron de convencer al tribunal de que “el principio de autoridad” que tenía el grupo le permitía hacer lo que quisiera, pero fue en vano. Ingresó en prisión y, al salir de la cárcel, su nacionalización como estadounidense fue revocada.

En cuanto terminó la guerra lo deportaron a la Alemania derrotada, y también allí fue procesado. Murió en Múnich poco después, en 1951, aunque la noticia tardó casi dos años en llegar a EE. UU.

Manifestación con banderas nazis en Estados Unidos en 1937. (Getty)

El Amerikadeutscher Volksbund acusó desde el principio la pérdida de su carismático líder, pero en realidad fue la entrada estadounidense en la Segunda Guerra Mundial la que acabó con la organización.

Tras la invasión alemana de Polonia en 1939, el Bund siguió haciendo desfiles celebratorios por Manhattan, pero cada vez era más impopular. En 1940 una bomba destrozó sus oficinas de Chicago, y cuando se produjo el ataque japonés en Pearl Harbor y llegó la declaración de guerra de Hitler en 1941, su agenda de neutralidad y simpatía hacia los nazis se volvió completamente insostenible.

El comité de actividades antiamericanas de la Cámara de Representantes ya había investigado a la organización y el Congreso había impedido a los miembros del Bund trabajar en ciertas partes de la industria bélica por temor a que pasaran información a potencias extranjeras. Sin embargo, tras el ataque de Japón, las medidas fueron mucho más directas. Dos semanas después de Pearl Harbor se aprobó una ley exigiendo que todos los miembros del Bund se registraran como agentes de un gobierno extranjero ante el Departamento de Justicia. Una sentencia de muerte.

Tras el encarcelamiento de Kuhn, Wilhelm Kunze se había convertido en el líder del Bund Germano Americano, pero para cuando EE. UU. entró en la guerra ni siquiera estaba en el país. Había huido a México buscando un modo de regresar a Alemania.

Las autoridades mexicanas lo detuvieron y le devolvieron a EE. UU., donde acabó declarándose culpable de un delito de espionaje. Bajo su dirección, el Bund recomendó a los jóvenes estadounidenses de origen alemán que incumplieran la ley que les obligaba a darse de alta para el reclutamiento.

Hitler, junto a sus generales y altos mandos, en 1939. (German Federal Archives)

El último líder conocido del Bund era otro de los lugartenientes de Kunh, George Froboese, y aunque no fue a prisión tuvo el final más dramático de todos ellos. Al igual que el Partido Nazi en Alemania, el Bund tenía una estructura regional con un gauleiter (jefe) a cargo de cada zona. Froboese era el jefe de Wisconsin, un estado donde la organización tenía mucha fuerza, porque casi uno de cada dos habitantes era de origen alemán. Llegó al cargo semanas antes de que EE. UU. entrara en la guerra y se convirtió en uno de los encargados de ejecutar su disolución y decidir qué hacer con sus propiedades.

En junio de 1942 tomó un tren desde Milwaukee, la ciudad más “alemana” de EE. UU., en dirección a Nueva York. En una parada intermedia en Indiana, bajó de su vagón y se tumbó sobre la vía, muriendo en el acto cuando el convoy volvió a arrancar. Le encontraron en los bolsillos una citación judicial que le obligaba a presentarse ante un tribunal federal en Nueva York en los siguientes días, llevando además toda la documentación que tuviera sobre la organización. El suicidio abortó su regreso a Manhattan tres años después de la noche en que el Bund advirtió a miles de sus partidarios de la “dominación mundial judía”.

Aquella noche en el Madison Square Garden es solo un mal recuerdo en la historia de EE. UU. Sigue impresionando ver las fotos de miles de nazis congregados en el corazón de Manhattan, pero hay que situarlas en su justa medida. Las estimaciones creen que el Bund Germano Americano sumó 25.000 miembros en un país que tenía hasta 15 millones de habitantes de origen alemán.

Fueron una anécdota ruidosa con sus uniformes, sus esvásticas y su decena de campamentos para entrenar militarmente a sus hijos, pero nada más. Ya en 1938 la Federación de Sociedades Germano Americanas de Wisconsin lo había dejado por escrito: sus componentes no tenían “nada que ver con la propaganda de odio racial y la intolerancia religiosa” que promovía el Bund, y los estadounidenses de origen alemán “se oponían férreamente a las doctrinas de odio nazis”. Añadieron: “América, toma nota”.


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