Garavito, la ‘Bestia’, y su agenda negra del horror: “Aquí enterré todos los cadáveres”
El asesino en serie colombiano violó, torturó y mató a más de 200 niños
Tras cuarenta años en la cárcel, podría quedar en libertad en 2023
El hallazgo de tres cadáveres de niños desnudos, tumbados uno al lado del otro, con las manos atadas y decapitados, hizo presagiar a las autoridades que se encontraban frente al resultado de un culto satánico. Sin embargo, la formación de un grupo específico de investigadores llevó a dar con la clave del dantesco descubrimiento: estaban ante un peligroso pederasta y asesino en serie. Cinco años tardaron en percatarse de que las cientos de desapariciones, que se produjeron en Colombia, tenían un único responsable: Luis Alfredo Garavito, ‘La Bestia’.
Su detención, tras el intento de rapto a otro menor, hizo que terminase confesando cerca de 200 crímenes, todos ellos bien documentados en su agenda negra del horror, y que fuese condenado a cuarenta años de prisión. Presumiblemente, Garavito saldrá en libertad en 2023 tras cumplir las tres quintas partes de su pena.
De víctima a verdugo
Luis Alfredo Garavito Cubillos nació el 25 de enero de 1957 en el pueblecito colombiano de Génova, donde se crió con seis hermanos (él era el mayor) y con un padre, Manuel Antonio, del que jamás recibió afecto alguno. Todo lo contrario, las palizas fueron la tónica habitual. Incluso sufrió toda clase de torturas: quemaduras con velas, cortes con navajas de afeitar, golpes con palos mientras lo ataba a un árbol, etc.
Estas vejaciones no fueron el único trauma que Luis Alfredo tuvo en la infancia. Un amigo de la familia lo violó con trece años y, tiempo después, el muchacho trató de vengarse contratando unos sicarios. A partir de entonces, la víctima se convirtió en verdugo y desarrolló una personalidad agresiva, iracunda, psicótica y paranoica, sumada a una fuerte atracción sexual hacia los niños.
De hecho, a los catorce cometió su primer intento de violación: acorraló a un pequeño de cinco años, pero lo descubrieron. Aquella pedofilia desembocó en una ola de crímenes que emergió cuando Garavito contaba con 35 años. Cuanto más torturaba a sus víctimas, más placer sexual sentía.
Antes de comenzar su carrera criminal, el colombiano llevaba una aparente vida normal ejerciendo como vendedor ambulante de estampitas religiosas (del Papa Juan Pablo II y del Niño del 20 de Julio) con las que recorría gran parte del país. Y aunque su comportamiento era poco sociable con tendencia a la venganza, Garavito trataba de calmar aquellos ‘fantasmas’ con cantidades ingentes de alcohol. Pero aquello no hacía más que incrementar sus estallidos violentos contra todo aquel que estuviese delante: parejas, jefes o compañeros de trabajo.
El pederasta finalmente cruzó la línea en 1992, una época en la que Colombia se encontraba sumida en una guerra civil donde miles de ciudadanos lo perdieron todo, acabaron en la calle, y por la que cientos de niños se quedaron huérfanos. Estos serían el blanco perfecto de sus abusos, nadie los echaría en falta si desaparecían.
Así fue cómo, durante los siguientes cinco años, Garavito perpetró cientos de asesinatos movido por un “impulso”, según él. “Todo sucedía de repente” y sin planificación. Pero la realidad era otra. El pederasta planeaba cada asalto y tortura con sumo cuidado. Para evitar ser descubierto, cambiaba continuamente de aspecto y se disfrazaba de sacerdote, granjero, anciano, vendedor ambulante, profesor… Después, elegía a menores entre seis y dieciséis años, que vagaban por las calles en busca de comida o simplemente de cariño, y se acercaba ofreciéndoles alimentos, regalos, o prometiendoles dinero.
Ritos satánicos
Una vez que captaba su atención y se ganaba su confianza, los animaba a dar un paseo hasta cansarlos, mientras él se iba bebiendo una botella de brandy. Cuando estaba lo suficientemente ebrio, los arrastraba hasta un lugar apartado e iniciaba una tanda de torturas.
Según los informes forenses, los cadáveres encontrados presentaban signos de un sufrimiento extremo: atados de pies y manos, los golpeaba y pisoteaba en el estómago, pecho, espalda o cara; los marcaba, cortaba o mutilaba con cuchillos o destornilladores, para después violarlos brutalmente. Solo alcanzaba el clímax de placer cuando los degollaba. Tras los asesinatos, Garavito abandonaba los cadáveres en algunos descampados, que empleaba como
Tuvieron que pasar varios años para que las autoridades descubrieran los restos óseos de estos pequeños, en lo que inicialmente creyeron que correspondían a ritos satánicos. Los primeros se encontraron a finales de 1997 y eran los cuerpos inertes de tres niños, que permanecían juntos, desnudos, maniatados y con las gargantas seccionadas. Ante la escena, las autoridades iniciaron la inspección ocular de la zona en busca de pruebas. A pocos metros de esta especie de fosa localizaron una nota manuscrita con una dirección, la de la novia de Garavito.
Cuando arribaron al domicilio y registraron la estancia, no hallaron ni rastro del asesino pero sí varias bolsas con sus pertenencias. Entre ellas, restos de víctimas.
Ante la magnitud de los hechos, la Policía creó un departamento especial para capturar al fugitivo. En los siguientes dos años, la búsqueda fue incansable. Sin embargo, Garavito jugaba con todo a favor: sus constantes cambios físicos y la utilización de disfraces y nombres falsos dificultaron su detención. Mientras los investigadores no paraban de desenterrar a niños mutilados en más de sesenta ciudades, el apodado como ‘La Bestia’, ‘El Monje’ o ‘El Monstruo de Génova’ continuaba con sus tropelías.
Hasta que el 22 de abril de 1999, un indigente salvó a un menor de acabar como el resto: torturado y bajo tierra. Garavito lo raptó en plena calle y tras llevarlo a una zona boscosa empezó a besarlo y a intimidarlo. Los gritos de la víctima alertaron a un sin techo, que no dudó en tirar piedras al pederasta para espantarlo. Así fue cómo el infante escapó y la Policía detuvo, al fin, a Luis Alfredo Garavito.
La agenda negra
Al inicio del interrogatorio, el sospechoso negó ser el responsable de la muerte de 114 víctimas, todas ellas documentadas gracias a la agenda confiscada por la Policía en la casa de una novia de Garavito. Aún así, el detenido se mantuvo firme negando la mayor. Pero las autoridades empezaron a acorrarlarlo. Primero, con pruebas. En las escenas de los crímenes hallaron: las cuerdas con las que maniataba a los niños, restos de su ADN en los cadáveres, además de una botella de brandy vacía, siempre de la misma marca.
También lograron hacer un croquis de sus movimientos en los últimos años y que coincidían con las fechas de los asesinatos: viajes en autobús, estancias en hoteles, denuncias por altercados en estado de embriaguez… Pero los agentes siempre llegaban tarde.
Ninguno de estos indicios hicieron que el pederasta se viniese abajo. Solo sucedió cuando un miembro de la científica le puso delante un estudio detallado de la forma en la que mataba a los niños. Ver y escuchar en boca ajena sus propios actos criminales lo derrotaron y no paró de hablar en las siguientes doce horas.
Pidió un mapa y también la agenda donde tenía documentados los crímenes. Entonces, señalando el plano, dijo: “Aquí enterré todos los cadáveres”. Uno por uno desglosó las fechas, las ciudades y cada palito escrito al lado. Uno, dos, tres, cuatro… dependiendo de cuántos pequeños hubiese asesinado en cada localidad.
“Pido perdón a Dios, a ustedes y a todos aquellos a quienes yo haya hecho sufrir”, espetó durante la confesión. Y aunque aseguró que no tenía “ninguna perversión sexual” y que tampoco era “homosexual”, Garavito confirmó ser el “responsable de la muerte de 140 niños”. La absoluta frialdad con la que describió cada ataque, sin temblarle la voz siquiera, conmocionó a los presentes.
“Cada vez que yo tomaba [bebía alcohol] me daba por ir a buscar un niño”, relató. Aquella “fuerza extraña” que decía dominarlo por completo, le llevaba cada noche a cazar a nuevas víctimas y a practicar ritos satánicos con sus cuerpos. “Hice un pacto con el diablo”, soltó para justificar las macabras vejaciones, además de resaltar los presuntos malos tratos recibidos por su padre.
Todo ello llevó a los psiquiatras forenses a elaborar un perfil psicológico claro: “Es un hombre muy peligroso, que finge emociones que no siente, se excita con el riesgo y al que le encanta la sensación de dominio y de ejercer un papel superior”. La excusa del alcohol no tuvo cabida para los expertos que le examinaron porque “era consciente de lo que hacía”.
De hecho, uno de los investigadores explicó durante el juicio que Garavito “siempre seguía un mismo patrón en su ritual de la muerte: llevaba a sus víctimas maniatadas a lugares solitarios, los obligaba a practicar sexo oral, luego los penetraba y mientras ejecutaba la violación, con cuchillas les rasgaba la espalda. Finalmente los remataba con una puñalada en la costilla izquierda”.
Muy enfermo
Con una personalidad desinhibida, que jamás frenó sus impulsos asesinos, el detenido también presentaba tendencia a la depresión y al suicidio, aparte de poseer un carácter fácilmente irritable. De ahí que, hasta la celebración del juicio, permaneciera en una celda de alta seguridad, en la prisión de Villavicencio. Querían evitar que Garavito acabase con su vida.
Finalizado el juicio en diciembre de 2001, el tribunal lo condenó a 1853 años y 9 días de prisión por el asesinato de 138 víctimas. No obstante, gracias a su colaboración a la hora de localizar los cuerpos y a que la ley colombiana establece penas máximas de 60 años, el asesino vio reducida su pena a 40 años. Así, cuando tenga cumplidas las tres quintas partes, y si sigue manteniendo su buen comportamiento, podrá optar a la libertad condicional. Todo apunta a que ocurriría en el 2023.
Pero la salud de Garavito se resquebraja. Desde hace años padece leucemia y ha tenido que ser atendido en distintos centros hospitalarios. La última vez fue el pasado verano, cuando lo trasladaron de urgencia de la cárcel de La Tramacúa de Valledupar debido a una recaída. Actualmente, se encuentra en estado terminal.
Hasta la fecha, el recluso pasaba las horas solo en su celda y confeccionando pendientes y collares. Le prohibieron salir porque instituciones penitenciarias temían por su integridad física. Por eso evitaban que el colombiano tuviese contacto con otros presos peligrosos, que veían en Garavito al peor de los monstruos.
Él mismo reconoció, ya estando entre rejas, que “cometí una serie de conductas que infringen las normas penales y las morales” pero “soy un ser humano igual a cualquier otro, con fallas pero no me considero peligroso”. Así se lo explicaba a Jon Sistiaga, en el capítulo ‘Infancias robadas’ del programa ‘Tabú’, donde Garavito insistió en haber cometido “una cantidad de errores de los cuales estoy bastante arrepentido y estoy pagando una pena, esto es duro”.
Pero aquel testimonio no correspondía con la realidad: fue una retahíla de excusas que incluso hicieron temblar al periodista español. “Ahora entiendo que esa mirada sin vida fuera capaz de hipnotizar a todos aquellos niños, de bloquearles. Porque esa mirada da miedo”, decía Sistiaga. Y es que cuando ‘La Bestia’ se despidió, le sonrió y le dio recuerdos para sus hijos.
Como extra, un documental sobre Garavito de YouTube:
Publicado en Las caras del mal de La Vanguardia. Por Mónica G. ÁLvarez
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