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DavidTriviño.

ESCRITOR

Foto del escritorDavid Triviño

Visitamos los lugares más horripilantes de Madrid

  • Presenciaron hechos terribles, o ambientan leyendas que ponen los pelos de punta

  • Para los amantes de los viajes un poco espeluznantes o con hechos históricos terroríficos o simplemente para conocer nuevos lugares, recupero este artículo en mi blog.

Exterior del palacio de Linares de Madrid (La Vanguardia)

Luminosa, hospitalaria, monumental, Madrid es una ciudad que entra por la vista. Eso sí, tiene sus secretos, como todos, y algunos asustan. Es inevitable después de once siglos y medio de agitada vida. En la capital han ocurrido hechos nada convencionales. Permitan que les susurre algunos.

La iglesia de San Ginés está a un tiro de piedra de la Puerta del Sol, es muy céntrica. Muchos acontecimientos solemnes han pasado en ella: bautizaron a Quevedo; Lope de Vega contrajo matrimonio... Por desgracia, la historia del templo no es solo festiva. Lo recuerda el guardián del edificio, un vigilante de seguridad que impone respeto porque... lleva 668 años muerto.


Iglesia de San Ginés

Por desgracia, la historia del templo no es solo festiva

La historia se remonta al año 1353, cuando unos cacos entraron para arramblar con cualquier objeto de valor que se les pusiera a tiro. Por una casualidad desafortunada, un feligrés rezaba en ese momento. Los ladrones no tuvieron contemplaciones: lo mataron y, en plena refriega, lo decapitaron. El crimen horrorizó al vecindario. La historia podría haberse circunscrito a la crónica medieval de sucesos, si no fuera porque el fantasma del muerto empezó a pasearse por el recinto con desconsiderada frecuencia.

Lo hizo hasta que, por fin, las autoridades atraparon y castigaron a los malhechores, a quienes precipitaron por un barranco como escarmiento. Incluso después, numerosos menesterosos refugiados en el templo han testimoniado oír susurros y sentir presencias sobrenaturales cada vez que se aproximaban a algún objeto sagrado. De modo que no se les ocurra tener un mal pensamiento en San Ginés, advertidos quedan.

Iglesia de San Ginés, Madrid (Getty Images)

La iglesia atesora más historias curiosas. Una de ellas está relacionada con un tal Alonso de Montalbán, un caballero al servicio de los Reyes Católicos que estuvo a punto de ser zampado por un cocodrilo en América. Mientras luchaba con el caimán, el hombre recabó la ayuda de la virgen de los Remedios para salir bien del trance.

De vuelta a Madrid sano y salvo, pagó una talla de esa Virgen, que complementó con el reptil disecado a sus pies. Instaló ambos en San Ginés. Nadie previó que el exótico animal atraería la atención de los feligreses más que cualquier imagen religiosa. El hecho incomodó tanto a las autoridades que ordenaron la retirada del animalillo. No se sabe adónde fue a parar, probablemente a algún almacén eclesiástico donde permanecerá olvidado.

Por cierto, si visitan San Ginés, no olviden admirar La expulsión de los mercaderes del templo, un lienzo de El Greco. Se tuvo por imitación hasta 1998, cuando el Instituto del Patrimonio Histórico Español verificó su autenticidad y lo restauró.


La Casa Maldita

El nº 3 de la calle de Antonio Grilo aspira al récord mundial de crímenes por rellano

Es posible que la historia del guardián sin cabeza les parezca un poco fantasiosa, lo comprendo. Si son más partidarios de las historias truculentas pero contrastadas, les sugiero una visita al número 3 de la calle de Antonio Grilo, un inmueble conocido popularmente como la Casa Maldita.

Ese edificio del barrio de Malasaña aspira al récord mundial de crímenes por rellano: en 1945, un camisero fue asesinado en su cama mientras dormía; en 1962, otro inquilino asesinó a su esposa y a sus cinco hijos, y exhibió los cadáveres en el balcón antes de suicidarse; en 1964, una vecina mató a su bebé y lo escondió en un armario... Además, la prensa local informa esporádicamente sobre suicidios, ajustes de cuentas o atropellos en la misma manzana. Admitirán que el historial da qué pensar.

La Casa Maldita en la madrileña calle de Antonio Grilo (Google maps)

Volviendo a las historias de decapitados, sabrán que Madrid tiene una calle de la Cabeza en el barrio de Embajadores. Una placa hecha con azulejos la identifica en la esquina con la calle Lavapiés; se ilustra con una cabeza en un plato, una daga y una testa de carnero. La historia se remonta al siglo XVI, cuando un sacerdote fue asesinado por su criado con ensañamiento. El sirviente huyó con todas las riquezas de la víctima, sin que las autoridades lograran atraparlo. ¿Punto y final?

Años más tarde, el criminal regresó a Madrid transformado en hombre rico. Un día, mientras paseaba, tuvo un capricho: compró una cabeza de carnero, ordenaría que se la guisasen para la cena. La guardó debajo de la capa y se encaminó hacia su nueva casa. No se dio cuenta que la cabeza goteaba, dejaba un reguero de sangre a su paso.


Gobierno regional de Madrid

La antigua Real Casa de Correos atesora otra historia inquietante con Satanás como protagonista

Un alguacil lo vio, preguntándole qué ocultaba. El hombre no tuvo inconveniente en enseñarle la cabeza del animal, sin darse cuenta que se había transformado en la del sacerdote asesinado. El prodigio posibilitó la detención del criminal y su ejecución en la plaza Mayor, donde fue "colgado hasta morir".

El Gobierno regional de Madrid está en la Puerta del Sol. El edificio fue antes Real Casa de Correos y atesora otra historia inquietante, la protagonizó el mismísimo Satanás a finales del siglo XVIII, cuando se construyó el inmueble.

Este suscitó una acalorada disputa entre madrileños, una porfía que enfrentó a los admiradores de Ventura Rodríguez, el gran arquitecto de Ciempozuelos, y a quienes confiaban en el savoir faire del francés Jacques Marquet para el liderazgo de los trabajos. Unos y otros reñían con el mismo apasionamiento que hoy exhiben los partidarios y detractores de clubs de fútbol o de ciertas vacunas.

La Real Casa de Correos es la sede del actual Gobierno regional de Madrid (Getty Images)

Los dos arquitectos presentaron sus proyectos a las autoridades, pero el francés se llevó el gato al agua, recibió el encargo. Las crónicas de la época afirman que, poco después, unos albañiles recibieron la visita del mismísimo demonio en su andamio. Con voz grave, el diablo los informó que el edificio pertenecía al Infierno a causa de los planos de Marquet.

El asunto apesta más a tongo que a azufre, estoy de acuerdo, pero la realidad es que los obreros —todos los obreros— se negaron a continuar los trabajos por miedo a Lucifer. La situación obligó a que la Inquisición se implicase, mediante la incorporación de un fraile exorcista a las obras. Tal vez su iniciativa les parezca poco prometedora, pero dio frutos: dicen que la presencia del Maligno no se volvió a sentir.

La mayor parte de las historias que les he contado hasta ahora las han protagonizado personas sencillas, de extracción humilde. No sucede así con la siguiente. Discurre en el palacio de Linares, la actual Casa de América, que es la morada de un fantasma menor de edad.

Mateo de Murga y Michelena (1804-1857) fue un empresario que se enriqueció a gran escala gracias a su buen ojo, la audacia y, ya conocen este país, los contactos. Llegó a ser uno de los hombres más ricos de España. Ese capitán de la industria tuvo un primogénito, José, que cierto día le confesó estar enamorado de Raimunda, la hija de una cigarrera del barrio de Lavapiés. El padre se opuso a esa relación de manera tajante, incluso exagerada.

Fachada del palacio Linares de Madrid (Getty Images)

Es probable que el hijo lo achacase al clasismo, a una visión demasiado rígida y anquilosada de los estratos sociales. Por supuesto no hizo ningún caso —como la mayoría de los hijos—, e incluso se casó con su amada. Juntos organizaron la construcción del palacio de Linares, que sería su hogar. Allí fueron felices hasta la muerte del padre-suegro, cuando José recibió una carta póstuma de este. En ella lo informaba de que Raimunda y él eran hermanos, hijos suyos, de ahí su negativa a la unión.

La noticia debió de ser un mazazo, pero los tortolitos no se arredraron. Las relaciones sirven para su uso y, puestos a mover hilos, ellos lo hicieron a lo grande: acudieron al mismísimo Papa de Roma, quien les concedió una bula que los autorizaba a vivir juntos, aunque en castidad. Al principio se pusieron muy contentos, pero la restricción no funcionó del todo: un tiempo después nació una niña, Raimundita.


Lenguas de gato

Se asocian a la tradición que llama 'gatos' a quienes descienden de varias generaciones de madrileños

Sobrepasados por la culpa, la vergüenza y el miedo al escándalo, José y Raimunda emparedaron a la pequeña recién nacida para ocultar el incesto. A partir de entonces, su fantasma comenzó a errar por las estancias del palacio, donde aún ameniza algunas visitas turísticas con lloros o gritos; si participan en uno de esos recorridos, por favor, no se separen del grupo.

Algunos de ustedes habrán saboreado las lenguas de gato, unas chocolatinas típicas de la ciudad. Las venden muchas confiterías del centro. Su nombre se asocia a la tradición que llama "gatos" a los locales que descienden de varias generaciones de madrileños.

Antigua muralla musulmana de Madrid (Riozújar / Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0))

La capital conserva varios fragmentos de su antigua muralla musulmana. Uno de los mejor conservados está en la Cuesta de la Vega, dentro del parque de Mohamed I. Durante el siglo XI, las tropas del rey Alfonso VI sitiaron la Mayrit (Madrid) islámica, que se defendió con arrojo. Atacantes y defensores combatían jornada tras jornada, sin que nadie obtuviese ventajas decisivas.

En medio de ese bloqueo, un soldado cristiano se encaramó por las murallas con la ayuda de una daga y, ante la incredulidad de todos, sustituyó el estandarte de los defensores por uno cristiano. Sus compañeros, enardecidos por la hazaña, imitaron el gesto, y así rompieron aquella línea defensiva que se resistía desde hacía tiempo.


Cuesta de los Ciegos

Es uno de los rincones más curiosos de la ciudad

De aquellos valientes se dijo que "trepaban como gatos", quedando el nombre del animal como apodo para los residentes en la ciudad a partir de entonces. También se cree que el Rey concedió el apellido Gato al soldado funambulista, y que quienes lo lucen hoy son sus descendientes. Antes de cambiar de tema, permítanme mencionar una explicación alternativa para el apodo local, aunque sea infundada y roce la calumnia: personas mal intencionadas insinúan que a los madrileños se les llama "gatos" por su afición a salir de noche y hacer vida en la calle.

Uno de los rincones más curiosos de la ciudad es la Cuesta de los Ciegos, una zigzagueante escalinata con 254 peldaños que comunica las calles de Segovia y de la Morería, junto a los jardines de Las Vistillas. No se alarmen, son escalones con poca altura. Además, el recorrido incluye plataformas, muretes y bancos de piedra para el descanso.

Cuesta de los Ciegos (Felipe Gabaldón / Flickr (CC BY 2.0))

El origen del nombre se remonta al siglo XIII, cuando san Francisco de Asís peregrinó supuestamente a Compostela y, después, permaneció un tiempo en Madrid. En esa ciudad fundó un convento que, con el tiempo, llegaría a ser la Real Basílica de San Francisco el Grande. Un día de 1214, san Francisco ofreció unos peces al prior de San Martín, quien le regaló un cántaro con aceite como agradecimiento. De vuelta a casa, unos ciegos le imploraron una limosna. Él les dio el aceite que llevaba, después de untar sus párpados. Los invidentes recobraron la vista, y el milagro dio su nombre al lugar.

Como curiosidad, la cuesta fue mencionada popularmente como de Arrastraculos antes de la construcción de los escalones. El motivo es que los vecinos tenían que agacharse por seguridad para bajarla, ya que era muy empinada y perdían el equilibrio. Además, los niños utilizaban el desnivel como tobogán natural.


Calle de la Abada

La vía, cercana a Callao tiene sus orígenes en el siglo XVI

Antiguamente a los rinocerontes se les nombraba también abadas, una palabra hoy en desuso aunque admitida por la Real Academia Española. La calle de la Abada, cercana a Callao, alude por tanto a uno de esos placentarios. Su origen retrocede hasta el siglo XVI, durante el reinado de Felipe II, cuando unos feriantes portugueses organizaron un tingladillo en las eras del priorato de San Martín, en un terreno que hoy delimitarían la calle Preciados, la Gran Vía y la plaza del Carmen.

El mayor aliciente era un infeliz rinoceronte, probablemente atrapado en África o en Sumatra. La pobre bestia se convirtió en una estrella para los madrileños, que nunca habían visto un bicho así y pagaban gustosos para contemplarlo. Entre sus admiradores más incondicionales había cierto muchacho, hijo de hornero, que cada día obsequiaba un panecillo al rinoceronte, quien lo engullía muy a gusto. Cierta vez, el chico cometió un error: llevó un pan demasiado caliente. El perisodáctilo se quemó la lengua y, aterrorizado, embistió contra el joven y lo mató.

Calle de la Abada

La vía fue bautizada en recuerdo a un rinoceronte

Cuando el prior de San Martín supo lo sucedido, ordenó a los feriantes el abandono de sus terrenos. Algo no salió bien, porque el bicho rompió las ataduras, se dio a la fuga y despanzurró a veinte personas antes que lo abatiesen. Tiempo después, cuando se construyeron bloques de casas en aquellas antiguas eras, una de las calles se bautizó como de la Abada; es decir, del rinoceronte.

Una placa de azulejos la identifica la calle de la Cabeza con la de Lavapiés (Juanedc / Wikimedia Commons (CC BY 2.0) )

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