Los que habéis leído Matadero ya sabéis que la anhedonia aparece, anecdóticamente, en la novela, más como una crítica a la sociedad que como una enfermedad, así que he creído que era de recibo explicar un poco más acerca de esta enfermedad:
En una sociedad que promueve el placer las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, resulta curiosa la creciente dificultad para sentirlo. Estamos ante un fenómeno social que conduce, inevitablemente, a hablar de dos grandes epidemias de nuestro tiempo: la depresión y la ansiedad.
Un buen día deja de apetecerte leer un libro, al siguiente rechazas ir al cine contaminada por la apatía y poco después, te encuentras renegando de cualquiera de las cosas que tanto te gustaban. Ya no te hace feliz lo que antes sí lo hacía y te culpas por no poder disfrutar de la vida como los demás, como tú cuando formabas parte del conjunto. Es como si hubieras entrado en un túnel con las gafas de sol puestas y la realidad se hubiera tornado gris. «Ocurre gradualmente y luego de repente», describía la escritora y periodista estadounidense Elizabeth Wurtzel en Prozac Nation (1994), donde narra su paso por la depresión.
Este malestar fue bautizado, en 1897, por el psicólogo y filósofo Théodule Armand Ribot como anhedonia (del griego, falta de placer). «Consiste en la pérdida de satisfacción o interés en actividades con las que la persona solía disfrutar. En la actualidad se considera un indicador central de diversas enfermedades neuropsiquiátricas, especialmente de los trastornos depresivos», explica María Gallego, psicóloga sanitaria en el Hospital HM Nuestra Señora de la Esperanza y miembro de Top Doctors. También aparece entre los síntomas nucleares de la esquizofrenia, la ansiedad y otras dolencias. «Se manifiesta en ellas con una intensidad variable, aunque se observa, circunstancialmente, en individuos sanos. Esta variabilidad permite que pueda ser cuantificada por psicólogos y psiquiatras, que la miden con escalas diseñadas para tal fin. De este modo, podemos afirmar que hay personas que la padecen como una incapacidad total para sentir placer y, otras, como un descenso en dicha capacidad», continúa.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que la depresión afecta a más de 300 millones de personas y otros 264 sufren de ansiedad. Es la relación entre estas dos epidemias de nuestro tiempo en términos de salud mental y la anhedonia lo que explica por qué en una sociedad sobreestimulada, donde se promueve el gozo las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, cada vez son más las personas que tienen problemas para experimentarlo. «El placer no deja de ser una reacción química provocada por el Sistema de Recompensa del cerebro y la depresión y la ansiedad son los enemigos número uno de este proceso neuronal», apunta Javier Garcés, psicólogo y presidente de la Asociación de Estudios Psicológicos y Sociales. Si a esto le añadimos la proliferación de los llamados “placeres artificiales” –pasatiempos que entretienen, e incluso generan adicción, pero colocan al sujeto en un rol pasivo y actúan de una forma semejante a las famosas cheat meals o comidas trampa– todo cobra sentido.
«El ser humano necesita aquello que le hace sentirse protagonista y autorrealizado. Sin embargo, hoy en día, abundan las distracciones que le convierten en un heterónomo [sometido a un poder externo que imposibilita el desarrollo de su voluntad o naturaleza]. Estamos, por ejemplo, colgados al móvil y a la vez tenemos la sensación de estar demasiado colgados al móvil. Es decir, vivimos en una sociedad en la que todo el mundo está consumiendo televisión, jugando a videojuegos o conectado a Internet; actos que enganchan pero, en realidad, no procuran placer», advierte Garcés. Por eso cada uno debe descubrir lo que le apasiona. Tener un abanico de actividades gratificantes lo más amplio posible y cultivarlas es, en palabras del doctor, fundamental. «El momento en el que dejen de interesarnos será una buena señal de alarma. Es importante no vencer a esta desidia inicial para evitar que se amplifique y conduzca a algo mayor. Si lo hacemos, nuestro cuerpo y nuestra mente acabarán por acostumbrarse. Es el punto donde una persona se la juega. Hay un refrán muy sabio que dice que si uno abandona el placer un día, él te abandonará un mes».
Anhe…, ¿qué?: sobre el desconocimiento del término
«Probablemente se deba a la estigmatización todavía hoy asociada a la enfermedad mental y porque, inicialmente, muchos pacientes que la padecen no saben que la anhedonia es un síntoma. Se sienten culpables por no disfrutar de aquello de lo que mucha otra gente disfruta y que antes les hacía tan felices. Sienten vergüenza y creen que su entorno no les va a entender. Este hecho obstaculiza que puedan recibir asistencia y, muchas veces, retrasa su tratamiento», expone Gallego.
¿Qué provoca este alejamiento, parcial o total, del placer?
Las causas en las que existe un acuerdo unánime son las patologías neurológicas/psiquiátricas, los efectos secundarios de algunos medicamentos y la abstinencia de ciertas sustancias. «En realidad, podemos hablar de todo aquello que intervenga en el correcto funcionamiento de los circuitos de recompensa del cerebro, que son los que desencadenan las sensaciones placenteras y garantizan, por tanto, que valoremos lo que estamos haciendo. Son circuitos muy delicados y de los que aún se tiene poca información. Se sabe cuándo fallan y también que hay que trabajarlos a través de hábitos agradables», añade Garcés.
Mucha resiliencia y ayuda especializada
Hay que entender la anhedonia como un proceso. Es progresiva. «Todo el mundo ha experimentado tristeza en alguna ocasión y, asociada a ella, una incapacidad o dificultad para disfrutar o sentir placer. Si esto se intensifica o mantiene en el tiempo, puede formar parte de los indicios de un trastorno psiquiátrico o neurológico y conviene consultar al médico de cabecera, al psiquiatra o al psicólogo, para que puedan valorarlo, aconseja Gallego. «Respecto al tratamiento, depende de la etiología de la anhedonia. Cuando forma parte de un cuadro depresivo, por ejemplo, se trata la depresión y, al mejorar el paciente, disminuye la intensidad de sus síntomas y, con ello, mejora. Si está causada por una medicación, puede menguar variando la dosis o cambiando el fármaco».
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