Un artículo muy interesante sobre la historia de este tan utilizado elemento en las prácticas de psiquiatría durante el seiglo XX, publicado originalmente en la revista Historia y vida
El psiquiatra italiano Ugo Cerletti fue el primero en aplicar descargas eléctricas a humanos con fines terapéuticos.
El 18 de abril de 1938, un ingeniero que la policía había encontrado vagando por una estación ferroviaria de Roma con un síndrome esquizofrénico fue sometido a una terapia que cambiaría para siempre la historia de la psiquiatría.
Un equipo de investigadores liderado por el doctor Ugo Cerletti (1877-1963) colocó unos electrodos en su cabeza y, mediante un aparato de corriente alterna, le administró una descarga de 70 voltios en apenas una fracción de segundo. Para sorpresa de todos los presentes, tras el espasmo muscular, el paciente empezó a cantar.
Pero lo que esperaba Cerletti era inducir una crisis convulsiva y la pérdida de conciencia. Pidió otro intento con mayor voltaje, a lo que el ingeniero se negó: “Non una seconda! Mortifera!”, cuentan que exclamó, agitado. La segunda descarga fue de 110 voltios y 0,5 segundos y le provocó una crisis epiléptica. Después de una docena de sesiones a lo largo de dos meses, la sintomatología del trastorno esquizofrénico desapareció por completo.
El electroshock, o electrochoque –también llamado terapia electroconvulsiva (TEC)–, utilizado con fines terapéuticos en humanos acababa de nacer. Y, a pesar de su mala prensa –recuerden a Jack Nicholson retorciéndose de dolor cada vez que la enfermera del pabellón psiquiátrico lo tortura con descargas eléctricas en Alguien voló sobre el nido del cuco (Milos Forman, 1975)–, es un tratamiento muy eficaz en casos de depresión severa, manías agudas y algunos tipos de esquizofrenia.
Objetivo: convulsiones
Las primeras décadas del siglo XX presenciaron una importante revolución en la comprensión y el tratamiento de las enfermedades mentales. Hasta entonces, apenas existían opciones curativas para personas con psicosis, muchas de las cuales acababan encerradas en manicomios.
El giro se produjo gracias a las aportaciones de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, teoría según la cual las patologías mentales –en especial, las neurosis– se deben a desviaciones en la personalidad a causa de factores externos, como, por ejemplo, problemas en la infancia. El psicoanálisis propone un método terapéutico basado en técnicas de asociación libre o de la interpretación de los sueños.
Paralelamente apareció una corriente que sugería que, más que por desviaciones en la personalidad, las enfermedades mentales se producen por alteraciones químicas del cerebro. El tratamiento, en este caso, consistiría en provocar un choque fisiológico en el individuo, que, antes de la invención del aparato de electroshock, se inducía, con mayor o menor éxito, con fármacos.
El médico austríaco Julius Wagner-Jauregg (1857-1940) tuvo un papel destacado. Había observado que muchos de sus pacientes psicóticos mejoraban tras sufrir episodios de fiebre por enfermedades infecciosas como la tuberculosis o la erisipela. Impresionado por esta coincidencia, comenzó a provocar altas fiebres en los enfermos de forma artificial, recurriendo a diferentes bacterias e incluso a la tuberculina.
Ese mismo año, un joven psiquiatra polaco llamado Manfred Sakel (1900-57) dio por accidente con un importante hallazgo: una dosis alta de insulina podía provocar convulsiones que, en el caso de pacientes esquizofrénicos, les hacía recuperar facultades mentales.
La insulina, descubierta apenas unos años antes, es una hormona que fabrica el páncreas para mantener el equilibrio de la glucosa en sangre. La causa de la diabetes es un aumento anormal de la cantidad de glucosa (hiperglucemia), mientras que si hay un déficit (hipoglucemia), aparecen síntomas como cefalea, mareos y temblores.
László Meduna trataba de inducir convulsiones en animales con sustancias químicas como estricnina, tebaína o cafeína
Cuando Sakel anunció los resultados de sus estudios en la Sociedad Médica Vienesa en 1933, László Meduna trataba de inducir convulsiones en animales con sustancias químicas como estricnina, tebaína o cafeína. Poco después, el psiquiatra húngaro empezó a tratar a sus primeros pacientes con aceite de alcanfor, que fue sustituido progresivamente por metrazol.
Ambas sustancias resultaban eficaces en el tratamiento de la esquizofrenia, pero tenían desagradables efectos secundarios: desde ansiedad hasta fracturas en la columna vertebral por las sacudidas.
Inspiración en el matadero
La comunidad científica se hallaba dividida entre los que defendían la terapia de choque con insulina y los que preferían las convulsiones inducidas por metrazol cuando Cerletti irrumpió con el innovador método de la terapia electroconvulsiva.
El psiquiatra italiano, director del Departamento de Enfermedades Mentales y Neurología de la Universidad de Roma, se había especializado en el estudio de las crisis epilépticas, y había inducido crisis convulsivas en perros mediante la utilización de descargas eléctricas.
La idea de probar la técnica en humanos le sobrevino visitando un matadero, cuando vio cómo los carniceros paralizaban a los cerdos con unas tenazas conectadas a la corriente antes de sacrificarlos, a modo de anestesia. A la aventura se unió su colega Lucio Bini (1908-1964), quien en 1938 fabricó el primer aparato de electroshock. Su máquina poseía un potenciómetro, que medía el potencial eléctrico entre los 50 y los 150 voltios, y dos circuitos, uno para regular el tiempo y otro la resistencia.
Tras aplicar la TEC en cientos de animales, se pasó a hacer pruebas en humanos. Los especialistas obtuvieron resultados espectaculares en pacientes con depresión severa, esquizofrenia, desórdenes afectivos..., con un porcentaje de éxito de hasta el 90% en tan solo 10-20 sesiones en días alternos.
TEC, en qué consiste
La terapia electroconvulsiva (TEC) es un tratamiento psiquiátrico que actúa sobre el sistema nervioso central. Consiste en provocar una convulsión en el paciente mediante una pequeña dosis de electricidad en el cerebro. Para ello se utiliza un aparato específico y unos electrodos colocados en la superficie cutánea craneal. Las descargas estimulan la actividad de los neurotransmisores, que son los que permiten la transmisión de información entre neuronas. El objetivo es “resetear” el cerebro.
Desde su introducción hace ya casi ochenta años, la técnica ha evolucionado mucho. En la actualidad, las sesiones, que apenas duran diez minutos, se realizan con aparatos computerizados, y el paciente está anestesiado, asistido con ventilación artificial y monitorizado en todo momento.
Hasta la tercera sesión no se suelen apreciar cambios significativos, y hay que repetir el tratamiento entre seis y diez veces. Los efectos secundarios son mínimos, generalmente, una pequeña amnesia que remite al cabo de unos días.
La gran ventaja frente a la insulina o el metrazol era que se podía repetir el tratamiento si no había sido satisfactorio, y también que los pacientes padecían una pequeña amnesia que les hacía olvidar los eventos inmediatamente anteriores al choque, por lo que la experiencia era menos traumática. Porque no olvidemos que, hasta la aparición de los relajantes musculares sintéticos a principios de los años cincuenta, los electroshocks se aplicaban sin sedar al enfermo.
Del abuso al abandono
La TEC se hizo popular en un tiempo récord. Tanto es así que muchos hospitales psiquiátricos empezaron a aplicar electroshocks de forma indiscriminada, no tanto para curar como para tener controlados a los pacientes, que llegaban a recibir varias descargas al día aunque la técnica no estuviera indicada en su caso.
No es de extrañar que emergiera un movimiento antipsiquiátrico que abogara por el uso de terapias basadas en un trato humano, principalmente en Europa y Estados Unidos. El electroshock, por ello, perdió popularidad durante las décadas de los sesenta y setenta, para luego resurgir fuertemente en la de los ochenta, cuando cada vez más estudios demostraban su efectividad.
Hoy en día, la TEC sigue siendo un tratamiento vigente en psiquiatría, especialmente indicado en los trastornos depresivos graves, en cuadros esquizofrénicos, en algunos casos de manía aguda e incluso en la enfermedad de Parkinson, con una tasa de respuesta de entre el 70% y el 90%, según la American Psychiatric Association.
En el caso concreto de la depresión, tiene una de las mayores tasas de remisión de todos los tratamientos antidepresivos. Cuando un especialista prescribe la terapia electroconvulsiva es porque el paciente no ha respondido a la vía farmacológica, hay un alto riesgo de suicidio o se niega a comer, o bien se trata de mujeres embarazadas o personas mayores a las que la medicación puede causar algún daño.
Alrededor de un millón de personas al año reciben este tratamiento en todo el mundo; solo en Estados Unidos, 100.000. Aunque el Consenso Español sobre la TEC, documento de la Sociedad Española de Psiquiatría aprobado en 1999, no duda de la eficacia del tratamiento, los especialistas critican que en nuestro país se aplica poco y además de forma desigual entre comunidades autónomas.
La razón principal, argumentan, es una falsa percepción tanto entre los ciudadanos como entre los profesionales médicos, que quizá siguen imaginándose a Jack Nicholson en el pabellón psiquiátrico cada vez que escuchan la palabra “electroshock”.
Kommentare