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DavidTriviño.

ESCRITOR

Foto del escritorDavid Triviño

La paloma que luchó en dos guerras mundiales

Hoy recupero un artículo de Historia y vida que habla de los grandes olvidados de los conflictos bélicos: los animales que se usan. En este caso, se centra en la labor de las paloman mensajeras en las dos guerras mundiales

Las alas de Káiser ayudaron primero a Alemania y luego a Estados Unidos

Un soldado británico con una paloma mensajera, en 1917 (© IWM)

Más de 16 millones de animales fueron utilizados en la Primera Guerra Mundial como mascotas o para el transporte y la comunicación. La odisea de aquellos reclutas, enrolados muy a su pesar, impulsó al británico Michael Morpurgo a escribir Caballo de batalla, que Steven Spielberg llevó al cine en el 2011. Pero aún falta la novela y la película que honre a otras criaturas tan decisivas en el frente como los caballos: las palomas.

Hoy trataremos de reparar esta injusticia recordando a una paloma. O, mejor dicho, a un palomo. Y no uno cualquiera, sino el único de la historia que contribuyó al esfuerzo bélico en la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Y lo hizo en bandos opuestos. La vida real de Káiser, nuestro emplumado personaje, supera las aventuras de Joey, el caballo de ficción de Michael Morpurgo. Pero antes de hablar de él viajemos a 1914…

Los dos bandos en conflicto tenían enormes fuerzas de caballería. Caballos, burros y mulas llevaban comida, agua, municiones y suministros a primera línea de fuego, pero la industrialización de la guerra hizo que los centauros fueran cada vez más cosa del ayer. En la época de las ametralladoras, los tanques, el alambre de espino y las trincheras no se podía matar y morir al galope, como en los tiempos de Napoleón.

Aunque las monturas parecían relegadas al pasado, nunca desaparecieron. Polonia aún tenía 27 regimientos de lanceros a caballo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial: no pudieron hacer nada contra lo que se les vino encima. Otros animales, sin embargo, continuaron siendo tan efectivos durante la tormenta de 1914-1918 como la de 1941-1945. La tecnología no arrinconó a las palomas ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial.

Cher Ami (USSC)

Las palomas mensajeras jugaron un papel crucial en las comunicaciones militares. Eran tan importantes que países como Gran Bretaña tipificaron como delito herirlas o no cuidarlas adecuadamente. Su capacidad para encontrar el camino de regreso al palomar las hizo insustituibles para muchos ejércitos hasta los años sesenta. Cuando fallaban todas las transmisiones, se recurría a ellas. A veces con notable éxito...

 

Un héroe alado

El último vuelo de Cher Ami

El palomo Cher Ami fue un héroe de guerra, condecorado por Francia y Estados Unidos. Sirvió en Verdún, donde entregó 12 mensajes. Su último vuelo, el 4 de octubre de 1918, salvó al batallón perdido de la 77ª División de Infantería, que quedó atrapado tras las líneas enemigas y era bombardeado por los propios aliados. El mensaje que transportó decía: “Estamos en el punto 276.4. Nuestra artillería nos está machacando. Por el amor de Dios, deténganse”. A pesar de resultar mortalmente herido, Cher Ami, que llegó al palomar con una pata colgando de un tendón, pudo entregar el mensaje. Ello permitió redirigir el fuego y salvar a 200 soldados estadounidenses.

 

“Mis primeros recuerdos son imágenes confusas de un terreno accidentado, establos húmedos y oscuros, y ratas correteando por las vigas sobre mi cabeza”, dice el caballo de Michael Morpurgo. Si nuestra paloma pudiera hablar, sus primeros recuerdos serían de Coblenza, Alemania. Rompió el cascarón en la primera semana de febrero de 1917 en el desván de Hans Zimmerman, un ferviente partidario de la guerra.

Káiser, hacia 1930 (USSC)

Nació para el ejército. “Con cinco días de vida se le colocó una anilla en la pata derecha”, explica Frank Blazich, conservador de las colecciones militares del Museo Nacional de Historia de América, dependiente del Smithsonian. Káiser es uno de los inquilinos del museo, pero no nos adelantemos. Aquella anilla llevaba grabada la corona imperial alemana y la inscripción 17-0350-47 (17, por el año de nacimiento).

A diferencia de los caballos, las palomas fueron muy relevantes en las trincheras. La comunicación entre los puestos avanzados y la retaguardia era básica para evitar el fuego amigo. Los bombardeos cortaban con frecuencia los cables de comunicaciones. La falta de precisión de la artillería, que podía confundir las posiciones enemigas con las tomadas al asalto por sus propios soldados, hacía el resto.

Káiser, hacia 1930 (USSC)

Las palomas mensajeras podían evitar matanzas inútiles, como demostró Cher Ami en la Primera Guerra Mundial y G.I. Joe en la Segunda. Káiser era uno de los ejemplares de los soldados del emperador Guillermo II de Alemania en el norte de Francia, escenario de hecatombes como Verdún o el Somme. No lejos de estas tierras, en el bosque de Argonne, tropas expedicionarias estadounidenses se apuntaron un importante tanto.

En octubre de 1918, durante la ofensiva de Meuse-Argonne, los hombres de la 28.ª División de Infantería del general John J. Pershing capturaron un dédalo de trincheras alemanas. Entre el botín que obtuvieron había una jaula de mimbre con diez palomas. Una de ellas tenía un porte tan majestuoso que sus captores decidieron llamarla Káiser. Formalmente, el animal se convirtió en un prisionero de guerra.

Palomas mensajeras capturadas por EE.UU. en 1918 (USSC)

Y como tal, como prisionero de guerra, viajó a Estados Unidos y fue exhibido tras el armisticio, que tuvo lugar un mes después de su captura. Káiser era demasiado valioso para ser devuelto. Aún no lo sabía, pero aquel pichón de Coblenza estaba destinado a convertirse en el Matusalén de las palomas, a fundar una estirpe que todavía sobrevuela los cielos de Norteamérica y a participar indirectamente en otra guerra mundial.

En los años treinta, cuando prácticamente ya no quedaba vivo ningún miembro de su quinta, Káiser seguía siendo una imponente ave de cría, que suministró numerosos ejemplares para el ejército de Estados Unidos. En 1941, a raíz de la entrada de EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, sus descendientes fueron empleados en el teatro de operaciones de Europa y el Pacífico, mientras el longevo patriarca permanecía en Misuri.

Oficiales del Cuerpo de Señales con una paloma, en los años cincuenta US Army

Sus hijos, nietos y bisnietos las pasaron canutas, pero él disfrutó de una cómoda existencia en Camp Crowder, donde se hallaba el centro de entrenamiento y cría de palomas del ejército de Estados Unidos. A finales de 1945, Káiser, que entonces disfrutaba de la compañía de Lady Belle, había engendrado un centenar de ejemplares utilizados con éxito con fines militares.

En 1945, a una edad muy avanzada para los de su especie, pasó a lo que podríamos denominar reserva activa. Lo trasladaron a un palomar de Fort Monmouth, en Nueva Jersey. Sus últimos años de vida fueron una sucesión de premios, reconocimientos y homenajes. Aunque ya estaba dando sus últimos aleteos, en 1949 participó en Washington en las celebraciones del mandato de su comandante en jefe, el presidente Harry Truman.

Káiser, en el museo Hugh Talman / Smithsonian Institution

El 31 de octubre de 1949, con 32 años, murió en su palomar de Fort Monmouth. Sobrevivió a las trincheras, a todas las palomas de la Primera Guerra Mundial y a muchas de las empleadas en la Segunda. El servicio de transmisiones del ejército de Estados Unidos dejó de utilizar estas aves en 1957. Los ejemplares que quedaban fueron enviados a zoológicos o vendidos a coleccionistas particulares.

El historiador Frank Blazich asegura que el linaje de Káiser aún surca los cielos. Sus restos se disecaron y desde 1950 se exponen en una vitrina del Museo Nacional de Historia de América. Necesitaríamos el talento de un escritor como Michael Morpurgo para saber qué piensa del uso que le dieron los humanos y, sobre todo, qué opinión le merece que una paloma, precisamente una paloma, sea un símbolo universal de paz.

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