Siguiendo con la serie Noir de artículos sobre el mundo de la novela negra, hoy recupero el artículo de Ed Brubaker acerca del cine asiático de acción.
La ilustración corre a cargo de Sean Philips.
No soy tan versado en cine asiático como sería mi deseo. Tengo ciertos conocimientos sobre él y he visionado una muestra considerable de esa filmografía en el transcurso de los años, pero, aun así, nunca he sido tan aficionado como un buen número de amigos míos. Por ejemplo, no vi las películas de Jackie Chan cuando se pusieron de moda. Mi seguimiento de este cine ha sido esporádico en el mejor de los casos. Por lo general, cuando he dado con algún cineasta que me parecía genial he seguido su trayectoria en la medida de lo posible. Sí, he visto muchas de John Woo, casi todas las de Akira Kurosawa, y también Lady Snowblood, y muchas otras películas excelentes, pero jamás presumiré de ser una autoridad en cine asiático de ninguna época.
Pero, mientras que John Woo, con sus baños de sangre coreografiados con esmero, a veces se parece más a Sam Peckinpah, Johnnie To parece haberse convertido de forma casi callada en el “Sergio Leone de Hong Kong”.
Dicho esto, dentro de los filmes de Hong Kong hay un género que me encanta: el de “los hombres malos aunque honorables que se mantienen unidos contra todas las adversidades”. Viene a ser algo así como una hermandad y lealtad entre machotes que funciona muy bien en películas policíacas y que hemos visto en otras películas, desde Butch and Sundance hasta la más reciente Kiss Kiss Bang Bang, pero nadie parece haber captado la esencia de este extraño género híbrido como las películas de Hong Kong. The Killer, de John Woo, no valdría nada de no ser por el profundo respeto que sienten entre sí el asesino y el policía, o si la nobleza de ambos no fuese un término tan importante de la ecuación. Con City on Fire, la película que en cierto modo sirvió de inspiración para la tarantiana Reservoir Dogs, ocurre lo mismo: uno llega a sentir el dolor del malo cuando éste se da cuenta de que el amigo que trata de salvar es un policía encubierto.
Pero, mientras que John Woo, con sus baños de sangre coreografiados con esmero, a veces se parece más a Sam Peckinpah, Johnnie To parece haberse convertido de forma casi callada en el “Sergio Leone de Hong Kong”. Al menos, cuando él lo pretende y el material que rueda así lo requiere. En dos películas, The Mission y Exiled, To se ha decantado por el silencio, el ritmo narrativo y el ambiente de los westerns de Leone y los ha integrado a la perfección en el estilo moderno del cine de Hong Kong, y al mismo tiempo, ha escrito un auténtico manual sobre el honor, la lealtad y los vínculos que unen a los tipos malos.
Lo primero que llama la atención al ver The Mission es la cantidad de riesgos asumidos por el director. Pasa por alto una tremenda escena de acción que muchas otras películas habrían escogido como un arranque explosivo (largometrajes mediocres, por cierto) y en su lugar nos ofrece una toma larga de sus consecuencias. En un restaurante, el aire está cargado de humo y hay cadáveres por todas partes. La cámara recorre lentamente el escenario hasta que encuentra a Boss Lung, el mafioso al que han intentado cargarse, escondido en un congelador en la cocina mientras pide ayuda en voz baja a su mano derecha.
El cine de Hong Kong a menudo tiene momentos bufos o grotescos, o incluso sustos exagerados que los espectadores de Estados Unidos tienden a rechazar.
Cuando logra superar esta experiencia cercana a la muerte, Boss Lung contrata a cinco guardaespaldas, que son en realidad los protagonistas de la película. El complot para asesinar a su jefe es sólo la excusa de un filme que trata sobre la amistad que surge entre estos tipos duros. Entonces es cuando entra el silencio, y también el humor; algo a los que no estamos acostumbrados al ver películas americanas. El cine de Hong Kong a menudo tiene momentos bufos o grotescos, o incluso sustos exagerados que los espectadores de Estados Unidos tienden a rechazar. En realidad, se trata del mismo humor de los spaghetti westerns, un humor que enriquece los vínculos entre los personajes principales y gracias al cual consiguen una rápida empatía con el espectador.
En The Mission hay una escena, poco antes de un espectacular tiroteo en un centro comercial, que lo dice todo sobre la película. Es un momento sencillo, casi ingenuo. Nuestros héroes esperan a Boss Lung en el vestíbulo de su oficina y, a lo tonto, empiezan a jugar al futbol desde sus asientos con una bola de papel. Dan patadas a la bola para pasársela unos a otros estirando las piernas, sin levantarse de la silla. Es estúpido, lo sé, pero hay algo tenso y a la vez alegre en esa escena, sobre todo cuando Curtis, el líder de facto del grupo (interpretado de forma brillante por Anthony Wong), advierte lo que los demás están haciendo. Parece que les va a soltar un gruñido para que lo dejen, pero en lugar de eso se olvida de sus obligaciones por un instante y se pone a dar patadas a la bola con ellos, pero en el instante en que aparece su jefe, estos hombres vuelven a convertirse en los profesionales fríos que son, como si la escena entera jamás hubiera ocurrido. La película, en realidad, trata sobre esos momentos tranquilos.
¿Asesinarán a su amigo y camarada, o traicionarán la forma de vida que han llevado hasta entonces?
Curiosamente, el verdadero núcleo de The Mission llega cuando el cometido de estos hombres casi ha terminado, cuando uno de nuestros héroes comete una estupidez (no concretaré más para no destripar el argumento) y Boss Lung ordena su muerte. Los dos primeros actos son, en realidad, la preparación para el instante en que estos hombres de honor se ven obligados a volverse unos contra otros. ¿Asesinarán a su amigo y camarada, o traicionarán la forma de vida que han llevado hasta entonces? No voy a contarlo; sólo diré que Francis Ng, que interpreta a Roy, aquí está simplemente fascinante. Es el tipo de actor entrañable al que el cine americano podría sacar más partido.
Johnnie To rodó The Mission en 1999, y después hizo lo que suele considerarse la segunda parte, Exiled. Con otro toque de inspiración en Sergio Leone, el segundo largometraje es una continuación más por espíritu que por su argumento, del mismo modo que El bueno, el feo y el malo es la secuela espiritual de Por un puñado de dólares y La muerte tenía un precio. Eastwood parece interpretar el mismo personajes en las tres, aunque su nombre sea distinto en cada una (lo que hace pensar a la gente que el personaje no tiene nombre en ninguna de ellas, cosa que no es cierta), mientras que el Lee Van Cleef de El bueno, el feo y el malo no interpreta al mismo personaje que en La muerte tenía un precio.
En lugar de preguntarse qué ocurrió después de The Mission, el director tiene el acierto magistral de enfocar un tema recurrente desde otra perspectiva diferente.
Exiled concita la presencia de la mayoría de actores principales de The Mission. Francis Ng y Anthony Wong parecen interpretar a los mismos personajes, pero sus nombres son diferentes, y el joven amigo por el que lucharon tan duro en el film anterior vuelve a aparecer aquí, aunque con un papel distinto. A mí, personalmente, me gusta más por no tratarse de una segunda parte literal. Creo que de esta forma se aprecian mejor tanto los temas como el propio arte de la película. En lugar de preguntarse qué ocurrió después de The Mission, el director tiene el acierto magistral de enfocar un tema recurrente desde otra perspectiva diferente.
El filme comienza con la llegada a Macao de dos hombres cuyo cometido es liquidar a un tercero con el que trabajaron hace mucho tiempo y a quien todos daban por retirado del negocio, pero nada más poner pie en su destino se encuentran con otros dos viejos amigos que están allí para salvar a su hermano exiliado. Da la impresión de que es lo mismo que habría ocurrido en The Mission si la historia hubiese sido ligeramente distinta. Una vez más, Francis Ng es el amigo que se niega a permitir que asesinen a su antiguo compañero, como en The Mission, mientras que Anthony Wong es el veterano profesional que no puede desobedecer las órdenes de su jefe, por más que esto implique matar a alguien que es como de la familia.
Todo esto conduce a momentos bellos y ridículo a la vez, como un tiroteo en el que los tres participantes tratan por todos los medios de que sus balas no alcancen a los otros mientras el bebé de su camarada llora en la habitación contigua. El humor mencionado up supra asoma de nuevo, en forma de una situación grotesca que se produce en la calle al mismo tiempo: un asesino ahuyenta a un policía cobarde disparando contra una lata, que salta por los aires, golpea la cabeza del agente y de rebota de en su coche, pero este detalle cómico no está aquí para aliviar la tensión del momento; tiene un mensaje más profundo, paralelo al tiroteo de arriba. Estos hombres disparan a todo lo que se mueve, pero cuando el humo se desvanece y los únicos daños los ha sufrido el apartamento, sabes que se han metido en un buen lío. ¿Y qué es lo que hacen? Pues empezar a arreglar el apartamento, preparar una comilona y disfrutar la cena como viejos amigos.
Si The Mission trata sobre la amistad, la mafia y el honor, Exiled es una historia mucho más “negra”.
Desde ese momento se dan cuenta de que su amigo está sentenciado a muerte, y de que lo único que pueden hacer es pensar en cómo mantendrán a su esposa y a su hijo cuando muera. Así pues, los cinco compañeros se unen de nuevo para dar un último golpe y obtener una buena suma de dinero. Decir que todo les sale mal sería un eufemismo. Exiled es mucho más cruel y violenta que The Mission, con varios tiroteos que son como escenificaciones de valses sangrientos llevadas a la gran pantalla, donde no se nos oculta cómo estallan nubes de polvo y borbotones de sangre cuando las balas alcanzan su objetivo. Varias veces me sorprendí a mí mismo abrumado por el peso de la acción y diciendo “¡joooder!” mientras veía a nuestros cinco amigos dando trompicones de desastre en desastre. Si The Mission trata sobre la amistad, la mafia y el honor, Exiled es una historia mucho más “negra”. Estos personajes presienten su destino y, aunque les han dado la oportunidad de escapar de él, no pueden hacerlo debido a los lazos que los mantienen unidos.
Una vez más, como en las películas de Leone, los silencios y las escenas pequeñas son tan importantes como la propia acción, o incluso más. Johnnie To, consciente de ello, deja que su relato vague y se demore en estos silencios. Cuando nuestros héroes tienen que empujar todos los coches que encuentran para lograr que arranquen, cuando eligen su camino jugándosela a cara o cruz, te siente como si estuvieras acompañándolos a través de esos áridos parajes. Con el desastre del robo del oro, también sientes que todo está bien, que todo encaja. Igual que pasa cuando la pifian con la fogata.
Son esos momentos los que, cuando al final convergen todas las tramas, llegan al alma. La diestra mano de Johnnie To y su forma de interpretar y comprender el meollo de la historia llevan en volandas al espectador por toda la película hasta los últimos e impactantes fotogramas.
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