En esta ocasión, para normalizar un poco el papel del escritor respecto a la imagen que la gente tiene a imaginarse, cojo directamente las palabras de Murakami en De qué hablo cuando hablo de escribir:
[...] Me pregunto si la gente no espera recibir proyectada esa imagen de un escritor digamos 'clásico', un escritor de vida caótica que descuida a su familia, que empeña los quimonos de su mujer para conseguir algo de dinero (puede ser un ejemplo un tanto anticuado), que se da a la bebida y va con otras mujeres, que hace lo que le viene en gana y que al final, gracias a esa personalidad conflictiva y a los sucesivos fracasos personales, consigue que brote la literatura. Me pregunto, por otra parte, si la gente no quiere escritores que a la vez sean hombres de acción, como los que participaron en la Guerra Civil española sin dejar de golpear las teclas de sus máquinas de escribir bajo fuego enemigo. Puede que nadie quiera aceptar a un escritor que vive en su barrio residencial tranquilo, que lleva una vida sana, se acuesta temprano para levantarse también temprano, que no falta a su cita diaria con el ejercicio, al que le gustan las ensaladas y trabaja todos los días religiosamente la misma cantidad de horas encerrado en su despacho. Quizá con todo esto solo consiga chafar la imagen idílica que tiene mucha gente de los escritores.
Anthony Trollope, un autor inglés del sigo XIX, publicó una enorme cantidad de novelas y disfrutó de una considerable popularidad en su época. Empezó a escribir por pura afición y la compatibilizaba con su trabajo en el servicio de Correos de Londres. Sin embargo, aunque alcanzó el éxito y destacó por encima de todos en el panorama literario de su época, nunca dejó su trabajo en el servicio de Correos. Se levantaba muy temprano, se sentaba a la mesa para escribir un número concreto de páginas fijadas de antemano y después salía de casa para ir al trabajo. Por lo visto era un funcionario muy capacitado y entregado, así que ascendió hasta lograr un puesto de responsabilidad. Es sabido que la instalación de los famosos buzones rojos de Londres fue cosa suya, pues antes no existían. Le gustaba su trabajo y por mucho que su creciente fama como escritor le exigiera cada vez más, nunca pensó en dejarlo para dedicarse en exclusiva a la literatura. Sin duda fue un hombre peculiar. Murió en 1882 a la edad de sesenta y siete años. Su autobiografía se publicó a título póstumo y se basó en una serie de manuscritos que había dejado listos a tal efecto. Gracias a ello, por primera vez se supo algo sobre su vida rutinaria y poco romántica. Hasta entonces nadie sabía nada de él, y cuando el público conoció la realidad, tanto críticos como lectores se quedaron pasmados (o como poco desilusionados), y a partir de ese momento su popularidad y el aprecio que se le tenía en la Inglaterra victoriana de aquel entonces cayeron por los suelos. En mi caso, después de tener noticia de todo ello, su historia me fascinó. Me pareció un autor admirable, un hombre digno de reconocimiento y eso que le he leído poco. Obviamente, sus coetáneos tenían una opinión bien distinta. Sus memorias enfadaron a mucha gente que ni entendió cómo semejantes novelas podían ser obra de un tipo tan aburrido. Tal vez los ingleses de la época idealizaban el concepto que tenían de los escritores y les atribuían rasgos fuera de lo común, una vida en cierto sentido extraordinaria. Me atemoriza que pueda ocurrirme algo parecido debido a la vida normal y corriente que llevo. El caso de Trollope termina bien, pues a comienzos del siglo XX su obra gozó de una considerable revalorización.
Franz Kafka, por cierto, también era un empleado, trabajaba en una empresa de seguros de Praga. Un profesional capaz y serio al que sus compañeros respetaban. Si se ausentaba de la oficina por alguna razón, parecía que el trabajo se acumulaba. Como Trollope, atendía sus responsabilidades sin descuidarlas y al mismo tiempo escribía, aunque, en su caso, el hecho de que muchas de sus obras estén inacabadas se debe, precisamente, al poco tiempo que le dejaba su profesión. No obstante, la vida ordenada y metódica de Kafka le mereció respeto y consideración, al contrario de lo que le sucedió a Trollope. Es extraño y hasta cierto punto enigmático el porqué de esa diferencia. Nunca se entienden bien del todo las razones de la gente para alabar o criticar a alguien. [...]
Por si alguien quiere ampliar información: Anthony Trollope - Wikipedia y Trollope Society. Además de, Franz Kafka - Wikipedia y Franz Kafka a la Biblioteca Virtual.
Eso es todo. Solo una pequeña reflexión para que nos demos cuenta que no todos los escritores deben llevar la misma vida de Henry Miller!!!!
댓글