Otro de mis lugares comunes, como podéis ver los que me seguís en mi serie noir, es el Hollywood clásico, aquel de estrellas en blanco y negro y secretos inconfesables, donde los dueños de los estudios untaban a quien fuera necesario para que sus estrellas no quedaran salpicadas en ningún escándalo.
Las dos cotillas del título eran sus peores enemigas.
Louella Parsons y Hedda Hopper fueron las primeras ‘gossip girls’ de la industria del celuloide. Con sus plumas afiladas, las dos columnistas hicieron temblar a todo Hollywood
En la era del Hollywood clásico, buena parte del público de las salas de cine ansiaba espiar por el ojo de la cerradura la vida de las grandes estrellas, pero estas se mostraban casi siempre inaccesibles, instaladas en sus grandes mansiones dotadas de férreas medidas de seguridad.
Las célebres columnistas de sociedad Hedda Hopper y Louella Parsons se hicieron populares divulgando a las masas chismorreos y secretos de alcoba que mostraban el lado más humano, y a veces defectuoso, de los “dioses” de la gran pantalla, y también soltando acusaciones e insinuaciones que dañaron a muchas personas.
La repercusión que alcanzaron sus exclusivas fue, en ocasiones, un medio promocional para los productores del Hollywood del star system, y en otras, un duro golpe para la taquilla. Por eso, aunque eran más bien odiadas y temidas, todos en la industria sabían de la importancia de llevarse lo mejor posible con ellas.
El dramaturgo Arthur Miller dijo de Hopper y Parsons que eran un par de “matronas policiales”, que se “plantaron en los portales para mantener alejados a los pecadores, los antipatrióticos y los rebeldes contra la propiedad”. Efectivamente, ambas impusieron una determinada visión de cómo debía comportarse la gente del mundo del espectáculo y se embarcaron en diversas cruzadas morales y políticas, acordes con la ideología de los sectores más conservadores.
Además, su labor periodística contribuyó a cimentar el tópico reduccionista que vinculaba el mundo del cotilleo exclusivamente a las mujeres; algo que desmiente la labor de otros exitosos columnistas de género masculino, como Walter Winchell.
Una pluma cargada de veneno
Louella Rose Oettinger (1881-1972), más conocida como Louella Parsons, no fue la primera cronista de sociedad, pero sí la pionera a la hora de convertir la divulgación de la vida de los famosos en un fenómeno de masas. Nacida en Freeport, Illinois, parecía destinada a convertirse en una convencional esposa y ama de casa, pero su interés por el periodismo y la escritura cinematográfica la llevó a albergar otros horizontes.
Cuando su primer matrimonio con John Parsons finalizó, Louella se dedicó a escribir guiones de cine. En 1912 vendió su primer libreto a la compañía Essanay, por 25 dólares. Dos años después comenzó su labor como cronista del Chicago Record-Herald.
Enseguida se dio cuenta de que la divulgación de los aspectos más íntimos de la vida de las estrellas producía una delectación morbosa en el público. En los siguientes años, “envenenó” su pluma con comentarios ácidos, revelaciones de secretos y diversas mentiras, hasta alcanzar una celebridad inusitada.
En su artículo “La maledicencia como pasión”, el escritor Andrés Barba recogía estas palabras de la principal competidora de Parsons, Hedda Hopper: “Hollywood leía cada una de las palabras que [Parsons] escribía como si se tratara de una revelación del monte Sinaí [...]. Con una sola línea interrumpía producciones, obligaba a casarse a amantes ocasionales que querían salvaguardar sus carreras cinematográficas o a divorciarse a matrimonios bien avenidos”.
Louella convirtió su columna matutina, leída por veinte millones de personas, en un juicio sumarísimo de una comunidad acostumbrada a llevar una vida hedonista a refugio de miradas hostiles. Sus insinuaciones malignas y su obsesión por indicar quiénes estaban in y out en la industria la transformaron en una “justiciera” implacable, que alternaba la frivolidad con una moral férrea.
Louella no dudó en relatar algunos de los momentos más convulsos del viejo Hollywood, como el suicidio en 1944 de la mexicana Lupe Vélez, con una impúdica morbosidad. Su crónica publicada en el Examiner tras el descubrimiento del cadáver decía: “Jamás Lupe había lucido tan bella; reposaba como si estuviese dormida [...] había una lánguida sonrisa en sus labios, como si albergara secretos sueños”. También tuvo un papel en la desgracia de la malograda Frances Farmer, filtrando, según algunos testimonios, información sobre su supuesto comunismo.
Otra de sus obsesiones fue Mamie Van Doren, actriz de serie B que firmó a mediados de los cincuenta un contrato para protagonizar Un lugar en el sol, filme que podría haber marcado un punto de inflexión en su carrera. Según parece, Louella tenía tanta tirria a la actriz que no dudó en llamar a la productora para comunicar que, si se la escogía, jamás volvería a citar sus películas en la columna. Los estudios optaron por apearla del proyecto, arguyendo un excesivo parecido con Marilyn Monroe.
Hubo actrices que supieron zafarse durante algún tiempo de sus intrigas, como Ingrid Bergman, que logró convencerla de que su matrimonio con el neurólogo Peter Lindstrom no estaba en peligro por haberse ido a vivir a Italia en 1949. Louella la defendió públicamente, argumentando que la actriz sueca se había ganado “el respeto y la admiración de todos en la colonia cinematográfica”.
Pero cuando descubrió que Bergman estaba embarazada de Roberto Rossellini, se sintió engañada. Louella había acallado los rumores sobre el idilio en su columna. Decidió cambiar el tono, arremetiendo contra ella.
Una empleada fiel
La carrera de Parsons no hubiera sido la misma sin el apoyo del magnate del periodismo William Randolph Hearst. Las causas de su larga relación contractual se basaron en la lealtad de Parsons en el asunto de la muerte en 1924 del director de cine Thomas H. Ince. Una travesía en el yate de Hearst, con invitados como Parsons o Charles Chaplin, terminó en tragedia cuando Ince falleció víctima de lo que se describió como una indigestión aguda.
Hubo un montón de informaciones contradictorias y muchos rumores. La versión más truculenta afirma que Chaplin se escabulló con la amante de Hearst, la actriz Marion Davies. Ello desató las iras del multimillonario, hasta el punto de sacar su revólver para abatir de un disparo al cómico británico. La confusión nocturna provocó que Ince recibiera una bala que no le estaba destinada.
¿Era esta historia cierta? Parsons optó por guardar silencio. Afirmó que se encontraba en aquel momento en Nueva York y que no sabía nada de lo sucedido en la embarcación. Hearst le agradeció su prudencia con un contrato vitalicio en sus publicaciones.
Louella mantuvo su fidelidad. Más adelante, cuando Orson Welles decidió rodar Ciudadano Kane (1941), la columnista fue quien avisó al empresario de que el filme estaba basado en su vida. Además, lanzó diversas críticas a la cinta desde los diarios, amenazó al estudio RKO e incluso organizó una campaña para boicotear el estreno y para que su creador fuera abucheado en la ceremonia de los Óscar.
En su autobiografía Tell it to Louella (1961), la periodista no dudaría en afirmar: “He guardado un único rencor durante mucho tiempo, y fue contra Orson Welles”. Al parecer, esa inquina estaba provocada porque, en un almuerzo anterior al visionado de la película, el director la había convencido de que la historia no guardaba ninguna relación con Hearst. Si algo no soportaba Louella es que alguien fuera más astuto que ella.
La gossip girl (literalmente, “chica de los chismes”) pasó toda su vida pendiente de los cotilleos de las estrellas, disfrutando de su enorme influencia en los grandes estudios. Al parecer, en sus últimos días en una residencia de Santa Mónica, continuaba sentándose a escribir columnas, como si aún trabajara para el Examiner, y veía viejas películas arremetiendo a viva voz contra los actores.
Malicia en el país de las maravillas
Tal como explica su biógrafa Jennifer Frost, Hedda Hopper (1885-1966) nunca ocultó el placer que le producía “despellejar” a los ricos y famosos de Hollywood. Cuando la actriz Merle Oberon le preguntó por qué insistía en escribir tantas crueldades, Hopper se limitó a responder: “Bitchery, dear” (“Por perrería, querida”). La actriz reconvertida en periodista escribió que sus memorias deberían titularse Malicia en el país de las maravillas.
En una comunidad en la que todos se esforzaban por mostrar ante la opinión pública su rostro más amable, Hedda se regocijaba presentándose como una mujer despiadada y reaccionaria, que había conseguido hacerse con el suficiente poder para destruir cualquier reputación.
Hopper empezó como actriz en el Hollywood mudo. De nombre Elda Furry, fue una joven “rebelde” que dejó la escuela para enrolarse en una compañía teatral. Tras una etapa errática como corista, en la que conocería al que se convertiría en su marido, el actor DeWolf Hopper, protagonizó su primer filme en 1916, el drama sentimental The Battle of Hearts, todavía con el nombre de Elda.
En 1918 pasó a llamarse Hedda, siguiendo el consejo de un supuesto experto en numerología. Sin embargo, la carrera en la interpretación no avanzó al ritmo deseado. En paralelo, la relación con DeWolf se fue deteriorando hasta el divorcio, en 1922. Al año siguiente firmó un contrato con Metro-Goldwyn-Mayer de 250 dólares a la semana. En años sucesivos, Hedda se convirtió en la “reina de los quickies” (películas de bajo presupuesto rodadas a toda velocidad).
Jackie Coogan fue la primera gran estrella infantil de Hollywood.
Con 52 años, Hedda se limitaba a interpretar roles secundarios en cintas poco destacadas. Su vida dio un giro en 1938, cuando Los Angeles Times le permitió publicar una columna de cotilleos titulada “Hedda Hopper’s Hollywood”. Los ejecutivos de los estudios auspiciaron la reconversión en periodista de Hedda para crear una alternativa al éxito de Louella Parsons que pudieran controlar sin problemas.
Sus artículos, repletos de indiscreciones, alcanzaron con rapidez una gran popularidad. Entrados los cincuenta, la columna podía encontrarse en hasta 85 diarios metropolitanos, así como en numerosos periódicos locales y semanarios, con una audiencia de más de treinta y dos millones de lectores.
En 1939 debutó en la radio, con The Hedda Hopper Show, que, con los años, se emitiría en cadenas como CBS y NBC. Esta última le permitió estrenarse en televisión en 1960, con un programa titulado como su columna, Hedda Hopper’s Hollywood. Gracias a todo ello, reunió una fortuna con la que compró una impresionante mansión en Beverly Hills, conocida como “The House that Fear Built” (“La casa que edificó el miedo”).
Haciendo enemigos
Su lengua viperina y sus extravagantes sombreros convirtieron a Hedda en un icono. Cuando en 1939 le ganó la partida a Louella Parsons anunciando el divorcio de James Roosevelt (hijo mayor del presidente Franklin D. Roosevelt), esta se dio cuenta al momento de las ambiciones de su rival. Pronto empezó una encarnizada disputa entre ambas.
Hedda consiguió ganar una creciente atención con sus furibundos ataques a diversas estrellas, revelando noticias que conseguía gracias a una nutrida red de informadores. Su anticomunismo hizo que contribuyera al clima de hostigamiento y persecución del macartismo. En 1951, en The Hedda Hopper Show, la periodista lanzaba una arenga en la que afirmaba alcanzado el momento de concebir una “América para los americanos”.
Hedda también batallaba en sus columnas contra la homosexualidad y atacó a jóvenes estrellas como Cary Grant
Chaplin fue una de sus obsesiones. Durante años Hedda lo trató como un “enemigo de la sociedad”: “Empuñando su patriótica hacha de guerra, lo acusaba de haber llegado a Estados Unidos como un perfecto desconocido, haber amasado una fortuna y no haber tenido la decencia de convertirse en ciudadano norteamericano”. Kenneth Anger, autor de Hollywood Babilonia, cuenta que, una mañana, “una histérica pelirroja la llamó para soltarle de sopetón que Chaplin acababa de arrojarla de su casa y que llevaba en las entrañas un hijo suyo”.
La joven era Joan Barry, una actriz sin éxito a la que el actor y director trató de promocionar durante una temporada y con la que mantuvo una tumultuosa relación, que incluía dos interrupciones de embarazo previas. Hedda aprovechó la ocasión para descargar su bilis sobre el británico. A pesar de que las pruebas de paternidad demostraron que Chaplin no era el padre, el jurado le condenó en 1943 a sufragar la manutención. Incluso Parsons tuvo el detalle de publicar esta información al completo, pero en cambio Hopper omitió cualquier mención al resultado de las pruebas.
Hedda también batallaba en sus columnas contra la homosexualidad, aunque en privado se mostraba más tolerante (su mánager, agente de prensa y amiga Dema Harshbarger era una reconocida lesbiana). Algunos de sus dardos homófobos recayeron sobre las jóvenes estrellas Cary Grant y Randolph Scott, el dramaturgo y actor Noël Coward, el actor británico Michael Wilding o Rock Hudson.
También tuvo un enfrentamiento con Joseph Cotten a principios de los años cuarenta. Según explicaría Orson Welles, Hedda contó que Cotten “se estaba tirando a Deanna Durbin, cosa que era verdad”. El actor de El tercer hombre se acercó a la columnista en una fiesta y le dijo: “‘Hedda, quiero que entiendas una cosa: si vuelves a decir lo que has dicho una sola vez más, te doy una patada en el culo’. Hedda no le creyó y siguió hablando del tema. Así que Jo [Cotten] volvió a buscarla y le dio una patada en el culo”.
Como su rival, Hedda encarnó a la perfección los excesos de una era marcada por el impacto de la industria cinematográfica y el poder de los tabloides. Su labor creó la “escuela” indiscreta del periodismo gossip, que a lo largo de los años continuarán nombres diversos como Sheilah Graham, Elsa Maxwell, Liz Smith, Cindy Adams o incluso Perez Hilton.
Este artículo se publicó en el número 627 de la revista Historia y Vida.
Si queréis seguir leyendo sobre el tema o si simplemente os interesan las historias del Hollywood clásico os recomiendo los dos volúmenes Hollywood Babilonia por Kenneth Anger.
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