Este asesino en serie mató a trece mujeres utilizando martillos, destornilladores y cuchillos
Estuvo recluido en un centro de salud mental y quiere tener un hijo
“Me alegro de que todo haya acabado porque hubiera matado también a la mujer que iba conmigo en el automóvil”. Así de impasible se mostró Peter Sutcliffe, más conocido como el Destripador de York , cuando la policía por fin logró atraparle y detenerle. Pese a ser uno de los sospechosos principales en la ola decrímenes de mujeres que hubo en Inglaterra, entre Yorkshire y Manchester, de finales de los setenta y principios de los ochenta, las autoridades no lograban dar con pistas fiables. Hasta enero de 1981. Una matrícula falsa tuvo la culpa.
Durante dieciséis horas Sutcliffe no paró de dar detalles escabrosos de cada asesinato, aportando incluso los nombres de las víctimas, la mayoría prostitutas. Cumplía un “mandato divino”: librar “la hez de la tierra”.
Obsesivo y reservado
Peter William Sutcliffe nació en Bingley, Yorkshire, el 2 de junio de 1946 en el seno de una familia humilde y con un ambiente religioso que, como veremos, le marcó sobremanera. Aunque tuvo una vida aparentemente normal, como cualquier chaval de su edad, su carácter reservado e introvertido le llevó a encerrarse en sí mismo. No socializaba, no iba a clase y por tanto, se pasaba demasiadas horas en casa con su madre. Su refugio: la fe.
Tras dejar la escuela con quince años tuvo varios trabajos. Uno de los más llamativos, el de enterrador. Fue aquí cuando se inició en su gusto por lo tétrico y macabro. A mostrar cada vez más su particular humor negro y a interesarse por las prostitutas. Solía frecuentar las calles Leeds y Bradford para espiarlas. Y ahí comenzó su obsesión por estas mujeres.
Con veintiún años conoció a Sonia Szurma, una adolescente de dieciséis de padres checos. Entablaron conversación en un Pub local y surgió la chispa. Pero el padre de Sonia se oponía a la relación e intentó disuadirla sin éxito alguno. Finalmente se casaron en 1974. Ella trabajaba como profesora y él había dejado los cementerios para conducir camiones. Nada podía salir mal. Pero a Sonia le diagnostican esquizofrenia.
La joven dejó de trabajar y se dedicó a estar en casa mientras Peter deambulaba con su camión. Fue a raíz de esta circunstancia cuando comenzaron, primero, los asaltos y, después, los asesinatos. El “monstruo”, como él se llegó a autodenominar, acababa de iniciar su particular cacería.
El médico psiquiatra que examinó a Sutcliffe hasta en once ocasiones, Hugo Milne, dejó constancia de la relación tortuosa que mantenía con su mujer. A su juicio, el matrimonio tenía relaciones muy intensas, a veces cariñosas y otras de extremada ira, pero su vida sexual era “muy satisfactoria”. De hecho, Peter llegó a hablar de los continuos enfrentamientos que ella “provocaba” cuando estaba excitada.
Según Sutcliffe, Sonia “le gritaba para que lo oyeran los vecinos, que no le permitía entrar en su casa con los zapatos puestos, y que ella desenchufaba el televisor cuando él esperaba el té”.
Antes del asesinato de Wilma Cann, su primera víctima, Sutcliffe asaltó a dos mujeres a las que dejó moribundas. Anna Rogulskyj, de 36 años, a la que el 5 de julio de 1975 golpeó fuertemente en la cabeza y le rajó el vientre. Después atacó a Olive Smelt de 46 años, a quien además le acuchilló las nalgas. Ambas víctimas sobrevivieron porque le interrumpieron.
No así Wilma Cann, una trabajadora sexual de 28 años y madre de cuatro hijos, cuyo cadáver fue descubierto en un campo de golf del distrito londinense de Leeds. Era el 30 de octubre de 1975 y Sutcliffe arrancaba su andadura criminal como El Destripador de York. Para acabar con la vida de la joven, le golpeó fuertemente en la cabeza con un martillo, para después apuñalarla hasta en quince ocasiones en el cuello, el pecho y el abdomen. Además, dejó su semen sobre el cadáver de la mujer. “Mi intención no era matarla, pero me intentaba provocar, y en un momento me transformé en una bestia”, llegó a decir.
El arsenal del crimen
Tras este primer asesinato tres prostitutas más aparecieron mutiladas con saña, como declararon los forenses durante el juicio. Su imponente corpulencia pese a su baja estatura le permitía perpetrar cada ataque con extrema brutalidad. Su modus operandi era siempre el mismo: merodeaba por las calles donde sabía que había prostitutas y cuando elegía a una víctima la asaltaba por sorpresa golpeándole con un martillo en la cabeza. Después le pateaba fuertemente para terminar por derribarla, y cuando ya la tenía a su merced, iniciaba su particular ritual de torturas.
Siempre llevaba consigo todo un arsenal: martillos, cuchillos, sierras eléctricas y destornilladores. Con este instrumental acometía toda clase de cortes y puñaladas. Inclusive, llegó a extirpar varios órganos a los cadáveres. De ahí su apodo de Destripador. Durante los siguiente cinco años, un total de trece mujeres fueron asesinadas.
Para descubrir al responsable de estos crímenes, la investigación contó con 150 agentes de policía. La sociedad inglesa estaba completamente conmocionada ante esta oleada de asesinatos y se estaban empleando todos los medios necesarios.
Las autoridades llegaron a entrevistar a más de 11.000 personas. Y con diversas pistas se fue reduciendo el número de posibles sospechosos. Un billete de cinco libras en el bolso de una de las víctimas, por ejemplo, ayudó a trazar un posible perfil. Incluso Sutcliffe fue interrogado en varias ocasiones, pero su coartada fue lo suficientemente creíble para que no le molestaran más. Eso sí, un nuevo ataque a otra prostituta dos meses después del último crimen, le puso en el disparadero. La mujer consiguió zafarse de su agresor y dar una descripción física detallada. Aquel retrato robot fue su perdición.
El 2 de enero de 1981, una patrulla de policía detuvo un vehículo con matrícula falsa. En el asiento del copiloto, una prostituta recién “contratada” en la calle. Y al volante, Peter Sutcliffe. Cuando los agentes les acompañaron a comisaría se percataron del gran parecido físico entre el detenido y el asesino en serie que estaban buscando. El perfil coincidía: hombre blanco, de estatura media y con un hueco entre los dientes de la mandíbula superior.
Ante las preguntas del inspector John Boyle, Sutcliffe confesó intimidado: “‘El destripador de York’ soy yo mismo y lo mantengo”. Y poco después, declaró: “Me alegro de que todo haya acabado porque hubiera matado también a la mujer que iba conmigo en el automóvil”.
La confesión
Durante dieciséis horas, el homicida narró los pormenores de sus crímenes recreándose en la reconstrucción de los mismos pero mostrando aparentes signos de arrepentimiento. Su memoria era sobrecogedora. Incluso recordaba el nombre de todas sus víctimas porque, al guardar “todos ellos en su cerebro” le recordaban “que es un monstruo”.
También confirmó a la policía que “su dedicación al crimen era tan absorbente que de no haber sido detenido, hubiera seguido eliminando mujeres sin pausa”. Y en cuanto al motivo de asesinar a trabajadoras sexuales, Sutcliffe aseguró: “Matar prostitutas fue una obsesión que no podía dominar. Era como una droga”.
El 5 de mayo se celebró el juicio contra Peter Sutcliffe. Un jurado conformado por doce miembros (seis hombres y seis mujeres), tenían que decidir si el Destripador de York estaba loco o fingía estarlo. La tesis de paranoia podría reducir su pena de 30 a 10 años de cárcel.
El fiscal general, sir Michael Wavers, mantuvo un auténtico tira y afloja con el asesino. Durante más de tres horas, acusó a Sutcliffe de haber asesinado “fría, calculada y sádicamente”, movido por extraños instintos sexuales. Recordó al jurado que el ‘Destripador’ mató a trece mujeres en cumplimiento de la “misión divina” de eliminar prostitutas. Y lo hizo golpeándolas en la cabeza con un martillo y separando posteriormente sus cuerpos mediante cuchillos. Tras esta carnicería, el criminal desfiguraba a sus víctimas con sierras y llaves inglesas. Se trataba de un delito explícito de sadismo.
Pese a la dureza con la que el fiscal preguntaba al acusado, éste habló pausado, tranquilo, puntualizando con ironía cuál era su verdadera “misión” como “agente de Dios”.
“¿No se le ocurrió nunca que Dios quiere decir misericordia y usted ha estado matando gente de una forma despiadada?”, preguntaba sir Michael. A lo que Sutcliffe respondía: “Yo estoy seguro de que ellas en ningún momento fueron conscientes de lo que pasaba”. “¿Quiere usted decir con eso que ellas cuando estaban tiradas quejándose, sufriendo, con un destornillador, en un ojo, apuñaladas y destripadas, no sentían nada?”, puntualizó el fiscal.
Respecto a porqué el Destripador jamás había matado en el interior de su camión, éste dio un argumento revelador: “Quizás porque ellas hacían mucho ruido, hubiese sido muy evidente que los gritos provenían de mi vehículo”. Aquí Wavers le contestó con un: “Muy bien dicho, señor Sutcliffe, usted por fin habla claro”.
En otro momento del interrogatorio, tal fue el sosiego del acusado que incluso se tomó varios segundos para contestar la siguiente pregunta: “¿Tiene usted remordimientos por lo que le hizo en el ojo a Jacqueline Hill?”. Y al no obtener respuesta alguna, el fiscal continuó: “¿Es muy difícil para usted, verdad?”. Sutcliffe solo atisbó a decir un “sí”. Pero cuando le preguntaban por si estaba fingiendo locura para rebajar la condena, el asesino no dudó en explicar “la orden” que le empujaba a matar.
El ‘mandato divino’
Uno de los testimonios profesionales más reveladores fue el del forense Hugo Milne. El doctor señaló que había detectado en Sutcliffe síntomas de esquizofrenia paranoica en varias ocasiones durante el transcurso de las once entrevistas que mantuvo. “Siempre ha mostrado el acusado un tremendo grado de control, que, en mi opinión, llega a un nivel por encima de lo normal”, señaló el médico.
Y agregó que presentaba la cualidad de poder distanciarse con relación a los actos cometidos, borrando la enormidad de los mismos. Para Sutcliffe, eliminar a prostitutas era por “mandato divino” ya que las consideraba la “hez de la tierra”. Aquí el psiquiatra dejó claro que su diagnóstico era que sufría esquizofrenia paranoica.
El 22 de mayo de 1981, el portavoz del jurado leyó el veredicto: “Peter William Sutcliffe, culpable de asesinatos. Trece veces, trece muertes”. Los doce miembros del jurado tardaron casi seis horas en deliberar. El juez Lesley Boreham, antes de dictar sentencia y condenarlo a cadena perpetua con un cumplimiento mínimo de 30 años de prisión, tuvo unas palabras para el Destripador.
“Sus asesinatos fueron de un tipo, sumamente cobarde, pues en cada uno de ellos atacó por detrás a una mujer con un martillo. Es difícil, en mi opinión, encontrar las palabras para describir la naturaleza brutal del caso. El Destripador había inducido al terror a toda una población”, dijo ante la mirada tranquila del acusado y de una sala repleta de familiares de las víctimas.
Su reclusión se produjo no en un centro penitenciario sino en el hospital de seguridad de Broadmoor. Los médicos le diagnosticaron esquizofrenia paranoide. Fue en 2009 cuando el Tribunal Supremo dictaminó que le trasladasen a una cárcel. En este caso a la de Frankland.
Tras 35 años encerrado, Sutcliffe recibe la visita ocasional de su exmujer Sonia, además de enviarse correspondencia con una muchacha cuarenta y seis años más joven que él. A sus 73 años, el Destripador dice querer ser padre de esta joven, Krystal Smith de 27, que le envía cartas perfumadas y asegura haberse enamorado de él.
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