Jeni Haynes sufre una versión muy severa del trastorno de identidad disociativo, un mecanismo para protegerse del dolor extremo
El dolor puede escalar hasta niveles que no podemos ni siquiera imaginar. A medida que se hace más insoportable, la cabeza se inventa formas para tolerarlo, tratar de evadirse y sufrir un poco menos. Hacerlo un poco más llevadero. Es lo que le pasó a Jeni Haynes, una mujer que desde antes de los cuatro años fue violada por su padre de forma repetida y sádica. Mientras él se explayaba, ella fue pasando de personalidad en personalidad hasta haberse identificado en unos 2.500 perfiles distintos. Fue una proeza de su cerebro que le permitió seguir viva para contarlo. Todavía hoy, los alter ego de Jeni se van colando en su vida y aparecen mientras habla.
Durante el juicio, Jeni adoptó varias de esas personalidades sin que el tribunal desestimara sus testimonios, según explica la BBC. Es rarísimo (prácticamente inédito en el mundo) que una persona con trastorno de identidad disociativo pueda utilizar distintas voces para declarar contra el acusado y que esas versiones se tengan en cuenta a la hora de emitir la condena. Esta vez, sin embargo, el tribunal consideró que la patología estaba tan vinculada al delito, que utilizaron esas versiones como prueba y condenaron al padre, Richard Haynes, ahora de 74 años, a una pena de prisión de 45.
Symphony y otra gente
Una de esas personalidades era la de una niña de cuatro años a la que se refiere como Symphony y que, con un tono de voz más agudo que el de Jeni, sigue formando parte de su identidad. "Ella sufría cada minuto del abuso de papá y cuando él abusó de mí, su hija Jeni, en realidad estaba abusando de Symphony", le explicó a la BBC. "No teníamos miedo. Habíamos esperado tanto tiempo para decirles a todos exactamente lo que nos hizo y ahora no podía callarnos", decía Jeni, en plural. Sus palabras duelen.
"Mi vida interior fue invadida por mi papá. Ni siquiera podía sentirme segura en mi propia cabeza", contaba Jenil, "ya no podía analizar lo que me estaba pasando y sacar mis propias conclusiones". La tenía tan asustada que le decía que podía leerle la mente, que mataría a su madre o a sus hermanos si osaba a pensar en la violación. Ni qué decir de si contaba algo. "Me escuchó rogarle que se detuviera, me escuchó llorar, vio el dolor y el terror que me estaba infligiendo, vio la sangre y el daño físico que me estaba causando. Y al día siguiente decidía hacerlo todo de nuevo", continúa el relato del juicio recogido por la televisión británica.
Jeni era una niña y su padre nunca la llevó al médico para que le curaran las heridas. Nadie más sabía nada y ella aprendió a pasar desapercibida porque a la mínima que destacaba en algo, como en natación, por ejemplo, su padre la regañaba y la castigaba. La pesadilla terminó cuando cumplió 11 años, sus padres se separaron y es mudó de vuelta a Reino Unido con su madre (cuando tenía cuatro, toda la familia se había trasladado a Australia).
Un escudo protector
Los alter ego de Jeni eran una estructura sofisticada dentro de su cerebro y cada uno de ellos le servía para enfrentar un elemento distinto del abuso. Aunque su caso es realmente extremo, la disociación de la identidad es un mecanismo que los neurólogos reconocen como consecuencia del dolor en los niños: cuanto antes y con mayor frecuencia se experimenta, más grave se vuelve la patología. A día de hoy, Jeni tiene un doctorado en Derecho y Filosofía, pero sigue viviendo de una pensión porque sus trastorno le impide tener una carrera profesional. Vivir con 2.500 voces en la cabeza es una lucha y, por eso, ahora Jeni se dedica a dar la cara y contar su historia para que no vuelva a repetirse.
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