El sueco John Ausonius disparó a once personas con un rifle telescópico matando a una de ellas
Fue un modelo a seguir para el supremacista Anders Breivik, de la matanza de Utøya
Tras despedirse cariñosamente de su mujer y sus dos hijos, Jimmy salió de casa para ir al cine. Este estudiante iraní de ingeniería civil había quedado con su hermano pequeño y llegaba tarde. Pero tras pasar por delante del edificio Körsbärsvägen escuchó una fuerte detonación, cayó de bruces contra el suelo y murió. John Ausonius acababa de dispararle con un rifle telescópico. Era la segunda vez que conseguía dar al blanco. No sería la última.
Hasta once víctimas sufrieron la ira del denominado Lasermannen (‘hombre del láser’ y ‘asesino del láser’), un ladrón de bancos y ultraderechista que disparaba a inmigrantes. “Quería aterrarles”, llegó a decir en la cárcel. Años después, los ataques xenófobos de Ausonius se convirtieron en el modelo a seguir para el también supremacista Anders Breivik , responsable de la matanza de Utøya en 2011.
Supeditado a la madre
Nacido como Wolfgang Alexander Zaugg el 12 de julio de 1953 en Lidingö (Suecia), este asesino utilizó identidades bajo los nombres de Alexander Stannerman y John Ausonius para poder evitar a la justicia. Hijo de un suizo y una alemana, el matrimonio entre Egon y Hilde tan solo duró siete años. Según la madre, todo se debía a las continuas infidelidades del padre. “Todos los hombres son mentirosos y traidores”, afirmaba la mujer.
Tampoco ayudó la educación severa y estricta que recibió por parte de Hilde. La ausencia de cariño y los correctivos físicos eran la tónica habitual. En la escuela la cosa no iba mejor para el pequeño Wolfgang que era el blanco de las burlas por parte de sus compañeros. Él era el único niño de pelo oscuro y tez morena, el resto tenían la piel blanca y el cabello rubio. “Negro”, le llamaban. “Tienes maneras de turco”, le gritaban las chicas.
Su paso por la Escuela Alemana sembró en él las primeras semillas del ultraderechismo. Comenzó a decantarse por ideas políticas conservadoras y a renegar de la socialdemocracia, en especial de la sueca encabezada por el que fuese Primer Ministro sueco Olof Palme.
Tras abandonar los estudios, Wolfgang trabajó combinando sus tareas como taxista y como operador de salas de cine. Fue en esta época, en el verano de 1978, cuando cambió su nombre por el de John Wolfgang Alexander Stannerman y empezó a comportarse de forma irritable, maleducada y agresiva. La muerte de su padre agravó su situación personal y terminó perdiendo ambos empleos.
El ahora conocido como Stannerman vivió en la calle, durmió en soportales, e incluso, en autobuses nocturnos. Y todo era por culpa de la socialdemocracia, esa era su cantinela. Tampoco quería recibir ningún tipo de asistencia social, así que su única salida fue la delincuencia. Cometió pequeños hurtos por los que fue arrestado en varias ocasiones y su conducta violenta le llevó a ser evaluado por una psiquiatra.
La doctora recomendó a las autoridades que ingresasen a Alexander de inmediato en un hospital psiquiátrico: tenía un trastorno de personalidad antisocial del que no era consciente, de ahí su comportamiento violento y dominante y la actitud paranoica. El paciente se negó a recibir cualquier tipo de tratamiento y su internamiento se alargó hasta octubre de 1981, momento en el que fue llamado a filas.
Según la ley sueca de aquella época, las fuerzas armadas no podían acceder a ningún historial médico y, por tanto, desconocían los antecedentes mentales de Stannerman. De haberlo sabido seguramente no le habrían enseñado a manejar fusiles de asalto, subfusiles, pistolas semiautomáticas, explosivos, lanzagranadas o cualquier otro material militar.
Durante el tiempo que duró la instrucción, Alexander continuó siendo agresivo, irresponsable, indisciplinado y aleccionador. Fue denunciado por desacato y abandono del puesto, por agresión a dos reclutas, lo que provocó que otros compañeros terminasen pegándolo. Stannerman era una continua fuente de problemas en la compañía.
De la pobreza al lujo y viceversa
Al término del servicio militar, Alexander prosiguió con su carrera delictiva e imbuyéndose de ideas ultraderechistas y xenófobas. Hasta junio de 1983 fue acusado de múltiples ataques, ofensas e insultos indiscriminados (entre ellas, a agentes de policía), de atropello y conducción temeraria. Con quince demandas a sus espaldas, Stannerman fue llevado a juicio y el tribunal decidió someterle a un examen psiquiátrico: era completamente imputable. Lo condenaron a un año de cárcel.
Sin embargo, sus entradas y salidas de prisión fueron una constante: trabajó como taxista ilegal bajo otra identidad, cometió robos, hurtos, agresiones... Y le consideraron sospechoso del asesinato del Primer Ministro sueco Olof Palme, en febrero de 1986. Descartaron su participación poco después.
Durante una de sus estancias en la cárcel conoció al terrorista Miro Barešić, de la organización ultranacionalista croata Ustaša, y al salir volvió a cambiarse el nombre por el de John Ausonius. Gracias a este nuevo sobrenombre rehizo su vida y empezó a ganar dinero en el mercado de valores. Todo cambió radicalmente. Ahora era un yuppie que vivía en un lujoso apartamento, conducía un deportivo, tenía teléfono móvil en una época en la que solo los privilegiados lo llevaban y había ahorrado cerca de medio millón de coronas (unos 50.000 euros). Era verano de 1989 y Ausonius era otro hombre, inclusive, físicamente.
A causa de la discriminación que le perseguía desde niño por tener el pelo tan oscuro, el delincuente decidió teñírselo de rubio. Pero fue un completo desastre. El resultado: un color rojo zanahoria. Y llegado el mes de octubre de ese mismo año, el declive volvió a la vida de John. Perdió casi todo el dinero que había invertido, además de su casa, y volvió a la calle. Para salir del paso, subió otro escalafón en su carrera criminal: pasó de hurtos y robos en tiendas, incluso estafas a entidades, a atracar bancos a mano armada.
Entre el 25 de septiembre de 1990 y el 25 de julio de 1991, John cometió una media de un atraco cada cuatro semanas, consiguiendo más de un millón de coronas (cerca de 100.000 euros). Este patrón delictivo lo combinaba con su obsesión por encajar con el estereotipo físico sueco. Además de teñirse el pelo se puso lentillas azules. Esto ayudó mucho a la hora de pasar desapercibido. Ni los testigos se fijaban en él y la Policía no lograba detener al responsable de dichos robos.
En cuanto a la vida sentimental de Ausonius, esta no era muy prolífera. Utilizaba un videoclub como lugar para ligar con mujeres, pero la mayoría le daba calabazas. Nada tenía que ver su aspecto aquí sino sus ideas políticas. Cinco días antes del primer atentado racista de agosto de 1991, una chica le dejó plantado tras hablar con él sobre inmigración. La actitud de John fue tan agresiva y denigrante que la joven huyó. A raíz de este desencuentro sentimental, el ladrón se enfureció, compró un fusil con mira láser y la emprendió a tiros contra inmigrantes.
Lasermannen La primera víctima fue un estudiante de Antropología, de 21 años y procedente de Eritrea, al que disparó por la espalda. Varios testigos afirmaron que previo al disparo pudieron ver una especie de círculo de luz roja en el cuerpo del muchacho. Pese a las heridas, el joven logró sobrevivir. No así Jimmy Ranjbar, un universitario iraní, al que Ausonius apuntó directamente a la nuca.
“Fue pura casualidad que fuera Ranjbar” porque el asesino tan solo esperaba que “alguien que me pareciera un inmigrante” se pasease delante de él. Cuando vio al estudiante, no dudó, “disparé”. Fue la única víctima mortal en Suecia. A partir de entonces y hasta enero de 1992, logró herir de gravedad a un indigente griego (le disparó en el estómago); a un joven chileno (le pegó un tiro en la cabeza); a otro inmigrante de origen turco sobre el que descargó su fusil hasta en cinco ocasiones ( cuatro en la cabeza y una en el brazo); y así, seis ocasiones más.
A raíz de estos ataques, Ausonius decidió poner tierra de por medio para huir de la justicia. Los medios de comunicación ya hablaban del temido ‘Lasermannen’. Su siguiente destino: Frankfurt (Alemania). Era febrero de 1992 y el francotirador se enzarzó en una fuerte discusión con la encargada del ropero de un restaurante. John acusaba a Blanka Zmigrod de haberle robado un dispositivo electrónico que llevaba en el abrigo. Ella lo negó y una semana después, Ausonius regresó para culminar su venganza. La descerrajó un tiro en la cabeza cuando la mujer salía de trabajar.
La detención se produjo no por estos ataques, sino cuando el 12 de junio perpetró su último atraco a una sucursal bancaria. En esta ocasión, la Policía fue más rápida y le pillaron con las manos en la masa. Cuando registraron sus pertenencias encontraron numerosas armas, entre ellas, la característica mira láser y munición similar a la hallada en las escenas de los crímenes. ‘Lasermannen’ fue enviado inmediatamente a prisión y durante su interrogatorio reconoció los asaltos.
“Disparar a inmigrantes era también mi forma de colaborar a solucionar el problema”, comenzó diciendo Ausonius. Aquí se refería al de la crisis económica por la que atravesaba Suecia en aquella etapa y que desencadenó en un ambiente de racismo y violencia auspiciado por algunos partidos de ultraderecha. “Quería que supieran que aquí no estaban seguros. Quería aterrarles. Simplemente espantarles tanto que pensaran en marcharse”, prosiguió en su declaración. Porque para John “era un error político traerlos aquí”. De ahí que quisiera mandarles “al infierno. Eran malignos y eran muchos”.
Durante el juicio, salió a relucir el motivo de su odio acérrimo a los inmigrantes: su traumática infancia en la que “le decían negro, lo excluían de sus juegos. Así que él creció obsesionado con la idea de convertirse en un ‘verdadero sueco’”. Y su forma de encontrar ese hueco en la sociedad sueca y ser “uno de nosotros” fue persiguiendo a inmigrantes.
El tribunal finalmente lo condenó a cadena perpetua y fue enviado a la prisión de Kumla de la que intentó fugarse a los dos días de ingresar. En 2012 lo enviaron a la de Österåker y, a finales de 2016, lo extraditaron a Alemania. Tenía un juicio pendiente por asesinar de un disparo a Blanka Zmigrod, superviviente del Holocausto, en febrero de 1992.
En la vista judicial, los fiscales explicaron que varios testigos vieron al acusado discutir con la víctima y que juró vengarse. Días más tarde, la polaca apareció asesinada de un disparo y con la misma arma y munición utilizadas para los atracos en Suecia. El veredicto: cadena perpetua. En enero de 2019, el ‘asesino del láser’ regresó de nuevo a la prisión sueca para seguir cumpliendo condena.
Posteriormente, los asaltos xenófobos de ‘Lasermannen’ inspiraron a otros fanáticos de ultraderecha. Fue el caso de Anders Breivik, el supremacista blanco que en 2011 perpetró la matanza de Utøya con 77 víctimas mortales. Al igual que le pasaba al noruego, Ausonius “sentía un mandato moral para disparar”. Según explicaba Gellert Tamas, escritor de un libro sobre su figura: “Fue uno de los primeros en perpetrar ataques terroristas xenófobos de derecha, en tratar de crear miedo y caos por razones políticas”.
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