Después de algún tiempo, recupero otra historia sobre el azar, incluida en Creía que mi padre era Dios de Paul Auster:
Durante mi infancia y adolescencia mi madre siempre me contaba historias verídicas sobre nuestros parientes y antepasados que vivieron en la comarca rural de Point Cedar, Arkansas. Las historias solían encerrar algún mensaje o moraleja.
Una vez, cuando mi hermana y yo éramos adolescentes y todavía íbamos al instituto, estábamos disputándonos el uso del espejo del cuarto de baño para maquillarnos y nuestra madre nos contó la historia de su tía, muy bella pero también muy vanidosa. Ya habíamos oído algo de la tía Myrtle a nuestros abuelos y tíos, porque había muerto recientemente dejando algunas propiedades, aunque sin testar. Sus hermanos eran sus herederos más cercanos, entre ellos mi abuelo. Mi hermana y yo habíamos visto una vieja fotografía de la tía Myrtle y nos había parecido muy guapa.
Según nuestra madre, la tía Myrtle era una mujer de una gran belleza natural que siempre se había cuidado mucho la línea. Llevaba el pelo a la moda, muy corto y teñido de negro azabache, lo cual era una extravagancia en una mujer de la Arkansas sureña y rural de principios de la década de los treinta. Siempre llevaba mucho carmín en los labios, los ojos delineados, colorete en las “mejillas y las uñas pintadas, incluso aunque no fuese a salir de casa. Tenía las mejores ropas, todo a la última moda, y era probablemente la única mujer de la región que gastaba dinero en esas cosas. La tía Myrtle tenía montones de novios, la mayoría de ellos viajantes de comercio, aunque algunos, según rumores, eran hombres casados de la zona. Los novios le regalaban pieles y joyas y la llevaban a hoteles de la ciudad.
Cuando mi madre empezó a ir al colegio, la tía Myrtle era la maestra de la escuela local, lo cual no era de extrañar ya que era una de las pocas personas de la zona que había ido a la universidad, aunque sólo hubiera sido un año. Mi madre nos contó que una vez la tía Myrtle puso a sus alumnos la tarea de dibujar una casa. Nos contó que mi tío, que estaba en primaria, se esmeró y dibujó con todo detalle una casa color rosa y que la tía Myrtle le calificó con la peor nota porque dijo que «las casas no son de color rosa». Cuando mi tío se hizo mayor y se casó, compró un terreno de cultivo y “construyó allí una casa con ladrillos color rosa suave.
Al cabo de los años, cuando dejó la enseñanza a la edad de treinta y ocho años, la tía Myrtle seguía soltera. Poco después provocó un gran escándalo al tener un bebé. Nadie, ni siquiera la abuela ni el médico local, sospecharon siquiera que la tía Myrtle estuviese embarazada. No había engordado ni un solo gramo y había usado corsé todo el tiempo para que no se le notase la barriga. El padre de la tía Myrtle —el abuelo de mi madre—, que era dueño de la tienda de ultramarinos, se sentía muy violento con aquella situación. Un domingo, después de haber nacido el bebé, se puso de pie en la iglesia y dijo a todos que la tía Myrtle se había casado en secreto con un “viajante pero que la relación entre ellos había ido mal y que estaban tramitando la anulación del matrimonio.
«Nadie puede afirmarlo con seguridad —decía mi madre—, pero todo el mundo pensaba que la causa de que la prima Marcia Lynn naciese con un pie deforme era el corsé tan apretado que la tía Myrtle había usado durante su embarazo. Era tan vanidosa que no podía soportar que el bebé le deformase el vientre, además de querer mantener oculto el embarazo». Como la niña tenía un pie deforme, la tía Myrtle la mantenía encerrada en casa y no dejaba que la familia ni los vecinos la viesen. El médico dijo que el pie y la pierna de Marcia Lynn podían mejorar bastante si se la sometía a una operación y se le ponía un aparato ortopédico, pero la tía Myrtle no quiso hacer nada de eso.
“Tenía a Marcia Lynn encerrada en su cuarto y no dejaba que nadie la viese. Las ventanas estaban siempre cerradas y las cortinas apenas descorridas lo suficiente como para que entrase un hilo de luz. Cuando era bebé, Marcia Lynn estaba siempre en la cuna sin que nadie le prestase ninguna atención. La madre de la tía Myrtle quería ver a su nieta, pero no la dejaban. Mis abuelos le rogaron a Myrtle: «¡Déjanos ver a Marcia Lynn! ¡Déjala jugar con los otros niños!». Pero la tía Myrtle contestaba: «¡No os metáis en mis asuntos!». Cuando Marcia Lynn creció, nunca la llevó a la iglesia, ni a una merienda en el campo ni a ningún sitio.
La casa de la tía Myrtle estaba al otro extremo del prado donde creció mi madre, así que mamá y su hermano cruzaban a mirar por la ventana de Marcia Lynn. La pobre estaba siempre hablando consigo misma. Los niños intentaban decirle: «¡Sal a jugar con nosotros, Marcia Lynn!». Si la tía Myrtle les oía, salía de la casa con una escoba y les gritaba: «¡Fuera de mi casa!». Marcia Lynn permanecía sola en su cuarto, adonde le llevaban la comida y un orinal. A los niños les daba pena porque no la dejaban ir a la escuela ni jugar con los otros chicos.
Mi madre era cinco años mayor que Marcia Lynn. Cuando mi madre tenía doce años, llamaron al médico para que fuese a ver a Marcia Lynn. Tenía fiebre. Mi madre y su hermano cruzaron el prado corriendo, espiaron por la ventana y vieron al médico inclinado sobre el cuerpo sin vida de Marcia Lynn.
¡Mi madre y mi tío miraron hacia el campo y ambos vieron a Marcia Lynn corriendo por la hierba! Marcia Lynn se volvió, les miró sonriendo y después desapareció. Ninguno de los dos sintió miedo, a pesar de saber que habían visto un fantasma. Pero comprendieron que, por fin, Marcia Lynn se había liberado de su tiránica madre y de su vida terrible y solitaria.
Por LAURA BRAUGHTON WATERS de Eureka Springs, Arkansas
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