Continuo con la serie del azar y con True tales of American life, también traducido por Cecilia Ceriani.
El chucho neoyorquino
En uno de los momentos de desesperación que me sobrevinieron tras la muerte de mi marido, decidí ir al teatro con la esperanza de animarme un poco. Yo vivía en el East Village y el teatro estaba en la calle Treinta y cuatro. Decidí ir andando. No habían pasado ni cinco minutos cuando un chucho callejero empezó a seguirme. Hacía todas las cosas que un perro suele hacer con su amo, se alejaba a explorar para luego regresar corriendo en busca de su compañero. Aquel animal atrajo mi atención y me incliné para acariciarlo, pero se alejó corriendo. Otros peatones también se fijaron en el perro y lo llamaban para que se acercase, pero él no les hacía ningún caso. Compré un helado y ofrecí al perro un poco de barquillo, pero aquello tampoco sirvió para que se acercase. Cuando estaba llegando al teatro me pregunté qué pasaría con el perro. Justo cuando estaba a punto de entrar, se acercó por fin a mí y me miró directamente a la cara. Y me encontré mirando a los compasivos ojos de mi marido.
Por EDITH S. MARKS, Nueva York, Nueva York
Otro claro ejemplo de cómo, a veces, necesitamos creer -en algo, en lo que sea- en que algo superior a nosotros rige nuestras vidas. En ocasiones lo necesitamos para acompañar a nuestra soledad, en otras simplemente para convencernos que todo va a ir a mejor, pero nunca nos cuestionamos este tipo de señales como algo distinto a lo que son: señales de lo maravilloso que puede ser nuestro mundo.
Hasta la próxima!
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