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DavidTriviño.

ESCRITOR

Foto del escritorDavid Triviño

El azar 8 [Cielo azul]

Continuo con la serie del azar y con True tales of American life, también traducido por Cecilia Ceriani.

En 1956 la ciudad de Phoenix, Arizona, tenía un cielo azul infinito. Un día se me ocurrió mostrarle aquel cielo a Perky, el periquito de mi hermana Kathy, mientras lo estaba paseando por la casa posado en un dedo de mi mano. Tal vez pudiese encontrar allí fuera algún amigo pajarito. Lo saqué al patio y, para horror mío, Perky se alejó volando. El enorme y despiadado cielo se tragó el tesoro azul de mi hermana, que desapareció súbitamente con las alas recortadas y todo.

Kathy consiguió perdonarme. Con fingido optimismo intentó, incluso, convencerme de que Perky encontraría un nuevo hogar. Pero yo era demasiado lista como para creerme una cosa así. No había quien me consolara. Pasó el tiempo. Poco a poco, mi gran remordimiento pasó a ocupar un modesto lugar frente a las cosas más importantes de la vida, y todos fuimos creciendo.

Décadas después, vi crecer a mis propios hijos. Compartíamos sus actividades, y pasábamos algunos sábados de fútbol sentados en las sillas plegables junto a los Kissell, que eran los padres de los amigos de mis hijos. Las dos familias íbamos juntas a acampar por Arizona. Nos apiñábamos en la furgoneta para ir todos al cine.

Nos convertimos en íntimos amigos. Una tarde jugamos a un juego que consistía en contar historias de mascotas inolvidables. Alguien afirmó poseer el pececito de colores más viejo que existía. Otro, que tenía un perro vidente. Entonces Barry, el padre de la otra familia, tomó la palabra y proclamó que la Mascota Más Fabulosa de la Historia era su periquito azul: Bombón.

—Lo mejor de Bombón —dijo— fue la forma en que llegó hasta nosotros. Un día, cuando yo tenía unos ocho años, surgió del cielo límpido y celeste un pequeño periquito azul que descendió lentamente y se posó en mi dedo.

Cuando por fin recuperé el habla, analizamos las increíbles pruebas. Las fechas, los lugares y las fotos del pájaro, todo coincidía. Parecía que nuestras familias habían estado conectadas incluso mucho antes de que nos conociéramos. Y así fue como, cuarenta años más tarde, corrí a decirle a mi hermana: «¡Tenías razón! ¡Perky está vivo!».


Por CORKI STEWART, Tempe, Arizona


Hasta la próxima!

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