Siguiendo con la serie Noir de artículos sobre el mundo de la novela negra, hoy recupero el artículo de Steven Grant acerca de la película EL LARGO ADIÓS.
La ilustración corre a cargo de Sean Philips.
Cuando se estrenó en 1973, la reinterpretación de Robert Altman de El largo adiós de Raymond Chandler fue inmediatamente repudiada por los fans del escritor, y por la mayoría de los fans de las películas sobre crímenes. Si investigáis en internet podréis encontrar El largo adiós a menudo en listas de las peores diez películas criminales. Comentarios como ‘¡¡¿qué estaban pensando, dándole a Elliot Gould el papel de Phillip Marlowe?!!’ son comunes.
Y totalmente erróneos, porque El largo adiós es el mejor film negro de los setenta.
Noir es una actitud, una forma de ver el mundo: la sospecha de que algo está irremediablemente mal en el corazón del universo.
O quizás anti-noir. Desde luego, no parece que Altman pretendiera hacer una película ‘noir’, al menos no como Roman Polanski había hecho un año antes con Chinatown. Pero noir no es un género, ni siquiera un estilo. (Técnicamente solo ‘existe’ porque un montón de críticos franceses de los años 50 decidieron que un grupo de pelis de Hollywood de los años 30 y 40, la mayoría rodadas en el estilo de los expresionistas alemanes que había llegado a Hollywood para escapar de los nazis y débilmente conectadas por una casi-imaginadas temáticas similares, pertenecían a la misma categoría.) Noir es una actitud, una forma de ver el mundo: la sospecha de que algo está irremediablemente mal en el corazón del universo.
Esa es la razón por la que la mayoría de filmes de detectives no cuentan como noir. Las historias de policías y detectives, no importa cuán siniestras o duras sean, casi siempre son ‘correctivas’, preocupadas por restaurar el orden natural. Los asesinos son revelados, los valiosos artículos robados se recuperan, los que rompen las leyes son castigados, nuestra fe en el sistema se restablece. Lo mejor a lo que un héroe noir puede aspirar no es justicia o redención, sino inmunidad y corrupción, con el fallo y la muerte nunca demasiado lejos.
Repleta de toques noir, El sueño eterno no es noir; el Marlowe de Bogart es, en realidad, el rey de su mundo, y el noir no es acerca de reyes.
El Philip Marlowe de Chandler es uno de las grandes iconos de los detectives de ficción. Chandler era inglés, un casi-aristócrata desplazado, y Marlowe, refinando el duro discurso americano esperado en Black Maskdonde sus historias aparecieron primero en el ingenio ágil que se convertiría en el estándar de los P.I., le dio voz al infinito desdén de Chandler por el estilo de vida del sur de California. Los Ángeles que describía como ‘el gran sitio equivocado’ y el detective, en su ensayo ‘El simple Arte del Asesinato’ (si no lo habéis leído, id a buscarlo; es la mejor evisceración sobre la ficción detectivesca que veréis), como el último caballero blanco, la última alma noble. El único tipo al que acudir para la verdad en un mundo donde todos los polis estaban comprados y el resto solo buscaban ganar algunos dólares.
Pero no fue Chandler quien hizo de Marlowe un iciono. Ese fue Humphrey Bogart, en la adaptación que Howard Hawks hizo en 1946 de la primera novela del detecitve, El sueño eterno. El escritor pulp Leugh Brackett escribió la mayor parte de la película cuando William Faulkner no pudo terminar el guion. Como Marlowe, Bogart era brusco pero astuto para desarmar mafiosos y seducir víboras, con una lógica imperial y, cuando era necesario, violencia abrupta. Repleta de toques noir, El sueño eterno no es noir; el Marlowe de Bogart es, en realidad, el rey de su mundo, y el noir no es acerca de reyes. Él restaura el orden de las cosas. Incluso se queda con la chica.
[…] el tema de toda la película: decir que algo es real no lo convierte en real.
Leigh Brackett también escribió El largo adiós, como una adsptación fiel a la última, y mejor, novela de Marlowe. Altman deconstruyó el guion y a Chandler de una tacada, moviendo la acción de los 30 a los 70, en un Los Ángeles que Chandler jamás podría hber imaginado. Creo que los fans de Chandler esperaban una simple copia de El sueño eterno, y probablemente también era la primera intención de Brackett, pero se rumoreas que la escritora acabó prefiriendo la visión de Altman. Gould como Marlowe es el anti-Bogart, más o menos. Como Bogart, exuda encanto, pero donde Bogart siempre parecía tener el control de la situación –o casi–, el Marlowe de Gould simplemente se deja llevar, sin ningún interés particular en buscarse problemas a no ser que le paguen por hacerlo, vagamente confuso y en un vacío moral. Es un solitario porque no tiene más opción y virtualmente no tiene amigos. No es un gran detective, ni siquiera puede encontrar comida de gato. Es un tipo que simplemente rebasa obstáculos diciendo: ‘Por mí, bien.’
En espíritu, la película es más Chandler de lo que Chandler fue jamás.
Para Altman y Gould, es un hombre fuera de tiempo, un Rip Van Winkle que se durmió en los 40 y se despertó veinte años más tarde en un mundo de plástico donde todo es falso y todo aceptan ese hecho. Hasta Marlowe trata de seguir la corriente. En la escena inicial lo vemos intentando poner la comida de gato de una marca en la lata de otra marca con la esperanza de engañar a su gato, y establece el tema de toda la película: decir que algo es real no lo convierte en real. El fraude parece encontrarse incluso en los elementos más inocuos del film. Una guardia de seguridad de Malibu imita a estrellas famosas. Una cornucopia de estilos musicales –blues, jazz, rock, mariachi, clásica, una docena más– suenan a lo largo de la película… y todas resultan ser la misma canción. El gato es el que mejor lo entiende de todos los personajes de la película. Amor, amistad, lealtad, redención, ley –esas son las monedas falsas del reino de Marlowe, palabras muertas que han perdido todo significado, copias baratas de lo que se suponía que significaban.
Virtualmente cada detalle, cada motivación, está manchada de corrupción congénita.
En espíritu, la película es más Chandler de lo que Chandler fue jamás. Si Chandler hablaba, enmascarando su idealismo con cinismo, de Los Ángeles como ‘el gran lugar equivocaso’, el Marlowe de Altman se refleja en un lugar mucho mayor y peor del que Chandler podría haber imaginado en sus sueños más salvajes y más oscuro en su brillo quemado que nada anterior o posterior. En la Chinatown de Polanski (y en un millón de películas después) la conspiración genera una corrupción que altera la sociedad, y si el investigador privado de Jack Nicholson finalmente es capaz de resolver las cosas, al menos tiene una cara para fijarlo. Los Ángeles de Altman son corruptos porque todos los prefieren de esa forma. Los policías no están sobornados y sirven a un jefe secreto, simplemente no están interesados en la verdad porque todo lo que importa es cerrar casos. (Incluso en el Méjico de Altman, los policías son sobornados no por dinero, sino por un orgullo cívico.) El mafioso Marty Augustine es paralelo a los polis, porque irrumpe en casa de Marlowe en busca de ‘la verdad’, pero, como los polis, lo que realmente quiere es lo que quiere escuchar y solo está interesado en recuperar su dinero. Incluso la inocencia es corrupta en el Los Ángeles de Altman. El vecino de al lado de Marlowe en una actriz que se gana la vida vendiendo velas, ofrece drogas como símbolo de amistad y busca la iluminación en la desnudez y el yoga. Acusada de ayudar a su mejor amigo a dejar el país después de un asesinato, Marlowe alega inocencia, pero solo es ignorancia; no tiene más interés en escuchar a los policías del que ellos tiene en escucharlo a él. Virtualmente cada detalle, cada motivación, está manchada de corrupción congénita. En el Los Ángeles de Altman, incluso el color del aire está mal.
Dos historias toman protagonismo eventualmente. El amigo de la infancia Terry Lennox le pide a Marlowe que lo lleve a la frontera mejicana porque está dejando a su mujer y, antes de que se de cuenta, la policía está tras Marlowe por complicidad en el asesinato de la mujer de Lennox, mientras Augustine, siempre balbuceando sobre lealtad, confianza y amor (puntuado por una escena con una botella de Coca Cola que era una de las más chocantes jamás filmadas en la época) persigue a Marlowe por el dinero que Lennox le dio. Marlowe es fiel a su amigo y decide probar que tanto Augustine como la policía se equivocan tratando de encontrar a quién ha tendido la trampa a Lennox. Cuando Lennos ‘se suicida’ en Méjico, Marlowe sospecha que ha sido asesinato. Mientras, la esposa de un escritor estilo Hemingway en Malibú contrata a detective para rescatar a su marido de una clínica falsa donde los ricos dan todo su dinero por una supuesta ‘terapia’. Devolver al marido a casa le enseña a Marlowe que el marido es un violento e inmediatamente, Marlowe sospecha de él para el asesinato de su amigo. Constantemente interrogado acerca de lo que quiere, Marlowe siempre contesta ‘la verdad’, pero solo es cuando los polis y Augustine pierden interés en él cuando Marlowe empieza la búsqueda real.
Hay una escena hacia el final donde Marlowe es atropellado por un coche en Wilshire Blvd. El accidente es solo eso, causado por la nueva temeridad de Marlowe en busca de la verdad. Se despierta en la cama de un hospital, milagrosamente sin un rasguño. En la cama de al lado, sin embargo, hay otra víctima de accidente, con las extremidades en altop, cubierta totalmente del yeso, solo visibles los ojos y la boca. No puede hablar, solo gruñir. Sea intencional o no, los ojos se parecen increíblemente a los de Humphrey Bogart. Una enfermera entra y le dice a Marlowe que vuelva a la cama. Marlowe baila a su alrededor y le dice que no es Marlowe, que Marlowe es el hombre enyesado, y entonces se marcha, cogiendo una pequeña harmónica que el pobre paciente le había dado como regalo, o como herencia.
Es un momento extraño, mágico en un film muy anclado en la realidad más turbia. Es como si el hombre de la otra cama fuera realmente Marlowe, y lo que ha surgido en su lugar –a estas alturas ya tiene la solución al misterio—sea su conciencia renacida. A lo largo de la película, Marlowe busca a su gato, el mismo gato que es la única criatura que entiende la diferencia entre realidad y ficción y que no está dispuesto a disimular o tolerar la traición. El Marlowe que deja el hospital, metafóricamente, ha encontrado a su gato, y esa actitud es la que lo lleva al fin de la película.
El problemas con una conciencia es que es inútil en un mundo donde a nadie le importa. Finalmente, Marlowe no puede solucionar nada, ni cambiar nada. Todo lo que le hace la conciencia es aislarlo aún más de la civilización, tomando la ley en sus propias manos, lo que se concentra en la minúscula harmónica que toca…
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