Millones de personas sufrieron trastornos neurológicos provocados por una encefalitis cuyo origen aún se desconoce
Los que habéis leído Matadero ya sabés que la Encefalitis Lethargica tiene un papel importante en el desarrollo de James, el protagonista, cuando es niño.
A continuación, un poco más de información de una enfermedad que asoló el mundo, pero de la que se tienen muy pocos datos.
Entre los años de 1917 y 1920 coincidieron dos pandemias que asolaron el planeta y a sus habitantes humanos. Una fue la de la gripe, que se llevó por delante a entre 50 y 100 millones de personas. La otra la llamaron encefalitis letárgica (EL), algo desconocido hasta entonces. No mató a tantos, quizá a un millón, pero sus manifestaciones fueron aún más espantosas: inmovilizaba a la mayoría, afectó especialmente a los jóvenes, provocando conductas criminales en los niños, y mantuvo en estado durmiente a miles de adultos durante años. Los que despertaron lo hicieron con secuelas que recordaban al párkinson. Tal como vino se fue y aún hoy se desconoce su origen. Ante la proliferación de trastornos neurológicos asociados al coronavirus, los neurólogos han vuelto la mirada un siglo atrás hasta aquella pandemia de los durmientes.
En 1932, cuando lo peor de la pandemia de encefalitis letárgica había pasado, los periódicos de EE UU siguieron las desventuras de una joven de 26 años llamada Patricia Maguire, a la que rebautizaron como la “bella durmiente de Oak Park”. Su caso, recogido por el neurólogo Paul Foley en su obra Encephalitis Lethargica. The Mind and Brain Virus ilustra lo devastadora que fue. Empezó quejándose de somnolencia irresistible. En el transcurso de un mes se le bajaron los párpados (ptosis) y comenzó a ver doble (diplopía). Su comportamiento se volvió irracional, con una rigidez generalizada que no le impedía vomitar de forma explosiva. Tras infinidad de pruebas, tres años después, Maguire aún permanecía aletargada el 80% del tiempo. Su inteligencia y memoria parecían intactas, y podía responder adecuadamente a las preguntas cuando la despertaban. Seis años después de que empezara el infierno, Maguire falleció de neumonía.
“No era coma, tampoco se dormían. Se enteraban de todo”, comenta el neurólogo Jesús Porta, vicepresidente de la Sociedad Española de Neurología (SEN). “Entraban en un estado de mínima consciencia y podían estar así semanas hasta que despertaban. Pero muchos seguían igual hasta que morían”, añade. Aunque las cifras varían según la fuente consultada, el número de muertos va del medio o un millón (el dato por el que apuesta Porta), a varios millones. Estadísticas parciales, sobre todo de EE UU, estiman que un tercio de los enfermos se recuperaron, otros despertaron pero con secuelas que encajan en el parkinsonismo y el resto murió.
“Entraban en un estado de mínima consciencia y podían estar así semanas hasta que despertaban. Pero muchos seguían igual hasta que morían” JESÚS PORTA, NEURÓLOGO Y VICEPRESIDENTE DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE NEUROLOGÍA
El doctor austríaco Constantin von Economo empezó a ver en el invierno de 1916 cómo llegaban casos extraños a su clínica de Viena. Fue él quien identificó y bautizó a la nueva enfermedad. Tras descartar algún tipo de envenenamiento, Von Economo también fue el primero en relacionar la encefalitis letárgica con la gripe. Había observado que la fase inicial de la enfermedad cursaba con fiebre moderada, faringitis, escalofríos, dolor de cabeza, vértigo y malestar general, el cuadro típico gripal. El médico austríaco llegó a hablar de una encefalitis gripal.
La coincidencia temporal también apuntaba en la misma dirección. Los primeros casos de Von Economo son del invierno de 1916, mientras que los de la gripe no aparecerían hasta la primavera siguiente. Sin embargo, recientes investigaciones muestran a soldados franceses e ingleses enfermando de gripe ya a finales de 1915. Y fue un médico francés que trabajaba en los hospitales militares, René Cruchet, el segundo en identificar la nueva encefalitis, solo unos días después que su colega austríaco. Los movimientos de tropas durante la I Guerra Mundial facilitaron la propagación del nuevo mal como sucedió con la influenza. En Austria alcanzó carácter epidémico ya en 1917, en Francia, Inglaterra y Alemania al año siguiente. Para 1919, ya había casos por toda Europa y había saltado a América. El pico de la pandemia se produjo en 1924. A partir de 1933 desapareció.
Que ambas pandemias se cebaran con los jóvenes reforzaba la conexión. Según informes de la Comisión Matheson (Nueva York), creada por un multimillonario aquejado de la enfermedad para encontrar una vacuna, más de la mitad de los afectados tenían entre 10 y 30 años.
“Se culpó al propio virus de la gripe”, recuerda el vicepresidente de la SEN. Pero ensayos realizados en los años setenta con muestras de 50 años antes no encontraron el rastro vírico en los tejidos cerebrales. “Tampoco las pruebas PCR”, completa Porta. Mediante la reacción en cadena de la polimerasa (PCR), puede detectarse la presencia del ARN viral. Sin embargo, el material genético de tipo ARN, en particular el de los virus, no aguanta igual de bien que el ADN el paso del tiempo. Tampoco la conservación en formol, la técnica disponible entonces, es la ideal para un análisis biológico posterior.
Von Economo, y otros colegas de su tiempo, también escribieron que si no fue la acción directa de la gripe u otro virus, la encefalitis letárgica pudo ser un efecto secundario de la reacción contra la infección. Como sucede con la actual pandemia de coronavirus, donde la tesis dominante para explicar los trastornos neurológicos asociados a la covid es que la respuesta del sistema inmunitario es tal que acaba dañando al cerebro, con la encefalitis pudo pasar algo similar. La autopsia de los fallecidos mostraba serias lesiones cerebrales, en especial en la sustancia negra, la zona que concentra las neuronas que generan la dopamina. Precisamente, las principales secuelas que tenían los recuperados asemejaban a las manifestaciones típicas de la enfermedad de Parkinson. Solo que aquí eran demasiado jóvenes para tenerlo.
Portada de una de las primeras ediciones del trabajo de Von Economo sobre la encefalitis letárgica.WIKIMEDIA COMMONS
“Las observaciones en los pacientes de encefalitis letárgica ayudaron a conocer los centros del cerebro que intervienen en la regulación del ciclo sueño-vigilia”, comenta el neurólogo de la Universidad de Maastricht (Países Bajos) Peter J. Koehler. “Además, contribuyeron a saber el origen, en particular, la localización de la enfermedad de Parkinson, en un núcleo llamado sustancia negra”, añade. La etiología del párkinson sigue siendo tan desconocida como la de la encefalitis letárgica, pero esta ayudó al menos a ubicar la fuente del trastorno. “En la enfermedad de Parkinson, como en el parkinsonismo posencefálico, los pacientes tienen una lesión en la sustancia negra. Es probable que lo hayan leído o visto en el libro Despertares, de Oliver Sacks, y la película basada en él”.
Aunque para desvelar los misterios que aún rodean a la pandemia de encefalitis letárgica habría que esperar a un temido regreso, esta enfermedad sí puede ayudar frente a la actual pandemia. Hace unos días, investigadores británicos publicaban un trabajo sobre el amplio abanico de trastornos neurológicos que está provocando la covid. Uno de sus autores es un neurólogo del Hospital Nacional de Neurología y Neurocirugía Queen Square de Londres, el doctor Michael Zandi. En un correo, Zandi recuerda: “Aunque no estamos ante la misma enfermedad y no sabemos cuál fue la causa de la encefalitis letárgica, todavía podemos aprender mucho de ella en 2020. Podemos aprender cómo enfrentarnos a las enfermedades cerebrales que surgen de las pandemias, los efectos de la enfermedad en las personas vulnerables y desfavorecidas, y cuánto tiempo pueden perdurar sus efectos. Podemos hacer esto aprendiendo y releyendo las historias perdidas de encefalitis letárgica”.
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