Esta asesina en serie sembró el pánico en la Ciudad Condal a principios del siglo XX
La historia de la curandera y alcahueta está plagada de mitos y leyendas
“Un guardia municipal ha encontrado esta mañana a la niña desaparecida. Estaba secuestrada por una mujer de cuarenta años, llamada Enriqueta Martí, en una casa de la calle de Poniente. Cuando el público ha conocido la noticia, se ha agolpado frente al domicilio de la Enriqueta, y para evitar un asalto, han tenido que acudir las fuerzas del orden público. Ampliaré detalles”. Así describían los diarios de la época, a principios del siglo XX, la detención de la denominada ‘Vampira de Barcelona’.
Una historia plagada de luces y sombras, de mitos y leyendas, que según algunos expertos, fue construida por la mismísima prensa para convertir a la Ciudad Condal en el “parque temático” del crimen con Enriqueta como cabeza de turco.
A principios de 1900, el término ‘vampiras’ hacía referencia a aquellas mujeres que raptaban a niños para extraerles sangre, grasa, huesos, e incluso cabellos con el fin de realizar toda clase de ungüentos y pócimas mágicas para curar las dolencias de miembros adinerados de la sociedad. Uno de los casos más aterradores a manos de una ‘vampira’ fue el de Enriqueta Martí, en Barcelona.
De hecho, en la historia negra de España sigue resonando su nombre como una de las peores asesinas, pese a que como veremos, podría haber sido todo producto de un bulo que nada tenía que ver con la realidad.
Las dos ‘Enriquetas’
Enriqueta Martí Ripollés nació en Sant Feliú de Llobregat en febrero de 1868 para, con los años, mudarse a la capital catalana. Trabajó como niñera, sirvienta, prostituta, curandera, lavandera y modista. Tenía antecedentes por corrupción de menores: en 1909 la detuvieron por tener un prostíbulo donde niños de 5 a 16 años ejercían la prostitución en la calle de Minerva. El proceso no llegó a más porque alguien muy poderoso intercedió en este asunto y Enriqueta Martí salió en libertad.
La doble vida que ejercía estaba dividida en dos ‘Enriquetas’: la mendiga y la pudiente. Por las mañanas solía visitar parroquias, conventos y centros de acogida para pedir una ayuda; mientras que por las tardes, paseaba por la ciudad exhibiendo costosos vestidos, sombreros y pelucas.
Durante ese tiempo contrajo matrimonio con el pintor Joan Pujaló con quien compartió diez años de su vida. Tuvieron un hijo que falleció a los diez meses por desnutrición. Y aquello, según el escritor Jordi Corominas, “la perturbó totalmente”. Esa circunstancia fue lo que provocó en Enriqueta la necesidad de secuestrar a una niña de cinco años llamada Teresa Guitart. Corría el año 1912. Aquel 10 de febrero, los vecinos de Barcelona no hablaban de otra cosa. ¿Dónde estaba la pequeña Teresita? Solo fueron unos segundos. Ana, su madre, se paró a charlar con una vecina a la puerta de la casa. Le soltó la mano creyendo que subiría al domicilio, pero cuando arribó la “nena”, como así la denominaban, no estaba.
Enriqueta había convencido a la pequeña para que se fuese con ella. Según las declaraciones de la niña, le dijo: “Ven, bonita, ven, que tengo dulces para ti”. Cuando Teresita trató de huir, la alcahueta le cubrió la cabeza con un pañuelo negro y se la llevó.
La prensa no hablaba de otra cosa. Hasta tal punto que el gobernador civil tuvo aclarar que los rumores que se estaban “extendiendo por Barcelona acerca de la desaparición, durante los últimos meses, de niños y niñas de corta edad que, según las habladurías populacheras, habrían sido secuestrados” eran falsos. Él decía que no, pero los datos eran otros.
Durante varios días las autoridades intentaron dar con el paradero de Teresita. Pero finalmente fue una vecina, Claudina Elías, quien descubrió dónde habían escondido a la menor. Al asomarse a la ventana vio un niño y una niña. Uno de ellos con la cabeza rapada. Inquieta, decidió hablarlo con otro vecino que, a su vez, alarmó a la policía municipal.
Una brigada arribó a la calle de Ponent nº 29 entresuelo 1ª con la disculpa de inspeccionar el domicilio por un problema con “gallinas”. Cuando entraron se encontraron con dos niñas pequeñas. Se trataba de Angelita y Teresita. La primera declaró ser la hija de Enriqueta y que vio cómo su madre “cogía a Pepito, lo ponía sobre la mesa del comedor y lo mataba con un cuchillo. Yo me fui a mi cama y me hice la dormida”.
Además del testimonio de las pequeñas, el registro de la casa de la ‘Vampira de Barcelona’ reveló multitud de secretos. Un salón con muebles carísimos –sofás, cortinas, lámparas…- en contraste con las habitaciones sucias y descuidadas que lo rodeaban. Armarios con trajes de gala para un niño y una niña, pelucas, vestidos de confección para Enriqueta…. Y un montón de cartas.
Las misivas utilizaban un lenguaje en clave, repletas de contraseñas, iniciales y firmas irreconocibles. Una especie de lista con nombres relevantes de la sociedad catalana. Los agentes también dieron con una segunda prueba en la cocina: un saco con un traje de niño y un cuchillo con sangre. En otra estancia, una bolsa con ropa vieja y sucia, y multitud de huesos de niños. Los expertos identificaron rótulas, costillas y clavículas de treinta menores distintos que habrían sufrido quemaduras para extraer la grasa de sus cuerpos.
En esta inspección también se toparon con centenares de tarros con sangre y grasa humana a modo de pócimas mágicas, además de una libreta con una especie de recetas para curar toda clase de enfermedades. “Confecciono remedios utilizando determinadas partes del cuerpo humano”, explicó Enriqueta ante las abrumadoras pruebas que la señalaban. Eso sí, lanzó una advertencia: “Como sé que me subirán al patíbulo, quiero que conmigo suban los demás culpables”.
Enriqueta se refería a las iniciales y domicilios de su clientela. Los rumores de la época hablaban de políticos, escritores, médicos, abogados, y toda clase de personalidades.
El registro de la calle Ponent no fue el único, también estuvieron en su piso de la calle de Picalqués donde dieron “con los huesos fue encontrado un calcetín de niño que debió de pertenecer a un hijo de familia muy humilde, porque está zurcido y añadido desde su mitad con hilo de otro color”. En la que tenía la calle de Tallers descubrieron más huesos y dos cabelleras rubias de niñas. Y en una casa en la calle de los Jocs Florals de Sants localizaron: el cráneo de un niño de tres años, y más huesos de otros tres pequeños de entre tres y ocho años. En total: una docena de víctimas.
Tras su detención, la noticia de sus actos cubrieron portadas de los periódicos. “Esos huesos hablan de crímenes bárbaros, y esos emplastos y esas curas, de supercherías medioevales”, decían. Mientras esperaba a ser juzgada, Enriqueta fue encarcelada en la prisión Reina Amalia del Raval. La opinión pública exigía que fuese condenada a muerte, a la pena de garrote vil. Casi año y medio después y aún sin juzgar, con algún intento de suicido de por medio, finalmente Enriqueta murió a causa de una larga enfermedad. Posiblemente cáncer de útero.
Otras fuentes apuntan a que murió de las heridas causadas por una paliza, que incluso la habrían envenenado antes de ser asesinada…
Mientras que para Millán Astray, jefe superior de policía a cargo de su caso, Enriqueta fue “una neurótica que se creía curandera, un caso de bruja antigua que hubiera sido quemada viva en la hoguera”; para escritores como Jordi Corominas, en realidad Martí “no era una asesina sino más bien paradigma de una Barcelona pobre y desesperada que era la que no acostumbraba a salir en los medios”.
Aunque lo cierto es que su verdad, la de Enriqueta Martí, jamás salió a la luz. Tampoco los nombres de aquella lista. Y el mito y sus sombras siguen perviviendo.
Para finalizar, el link del reportaje extenso que dedicó ElPaís a Enriqueta: https://elpais.com/politica/2018/10/20/cronica_negra/1539996047_147988.html
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