Poco después de la muerte del maestro John Le Carré, muere George Blake, el agente doble británico que trabajaba en realidad para la URSS
Hay espías que vienen del frío y espías que se van al frío, como George Blake, alias Georgy Ivanovich, un doble agente al servicio de la URSS (y luego Rusia) que traicionó a Su Majestad y costó las vidas de centenares de británicos.
Blake, fallecido en Moscú a los 98 años, fue contemporáneo del grupo de “los cinco de Cambridge” (Kim Philby, Donald Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross), pero no fue captado como ellos en la elitista universidad inglesa.
Nacido en Rotterdam en 1922 de madre holandesa y padre judío egipcio, escapó de los Países Bajos durante la Segunda Guerra Mundial, se unió a la British Navy y empezó a trabajar para los servicios de inteligencia en 1944. Once años más tarde fue enviado a Berlín.
Protagonizó una huida espectacular de la cárcel de máxima seguridad donde cumplía su condena
En la capital alemana se convirtió en uno de los agentes más valiosos de la Unión Soviética, proporcionando información sobre operaciones británicas y norteamericanas, y los nombres de numerosos espías occidentales que fueron capturados, torturados y asesinados.
No fue descubierto hasta 1961, y condenado a 42 años de prisión, la sentencia más larga en la historia de este país y motivo de enorme polémica y críticas al sistema judicial por no imponer las penas de manera simultánea (lo habitual) sino consecutiva.
Tan impopular resultó que, cuando llevaba cinco años entre rejas, una organización pacifista le ayudó a huir de la prisión de máxima seguridad de Wormwood Scrubs (todavía existe, en el barrio londinense de Shepherd’s Bush).
Dos reos amigos le proporcionaron una escalera con la que superar la valla (no era demasiado alta y las medidas de seguridad fueron posteriormente muy cuestionadas), y del otro lado le esperaba un coche con una pareja que lo llevó primero a su casa –saltando se había hecho daño en un pie– y luego lo condujo en una camioneta hasta la Alemania del Este, de donde pasó a Moscú.
Blake –o el camarada Ivanovich – fue recibido como un héroe en la URSS, que le proporcionó un magnífico apartamento y una buena pensión de la que ha vivido los últimos 55 años de su vida, suficiente para quedar de vez en cuando a tomar unos whiskys con Philby y Maclean, recordar los viejos tiempos y hablar de política. Nunca se arrepintió de lo que hizo. “El comunismo fue un gran ideal que, de haberse consumado, habría valido ampliamente la pena. Pero construir ese tipo de sociedad no resultó factible, aunque creo que es un proyecto que la humanidad recuperará algún día”, dijo en una entrevista.
La muerte de George Blake –poco después de la de John le Carré, el gran novelista de la guerra fría– es el fin de una era en el espionaje británico. Burgess falleció en el 63, Maclean y Blunt en el 83, Philby en el 88 y Cairncross en el 95. Para sus sucesores la prioridad no es tanto descubrir topos o sacar fotografías de instalaciones nucleares, como la infiltración cibernética y la captura de secretos industriales. Otros sucumbieron a la morriña. Ivanovich siempre dijo que el exilio moscovita fueron los mejores años de su vida.
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