Hallie Rubenhold reconstruye las vidas de las víctimas del célebre feminicida
‘Polly’ Nichols, Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly jamás se conocieron. Lo único que tuvieron en común fue ser asesinadas en Londres en 1888, por un hombre al que la prensa bautizó como Jack el Destripador. Son las cinco víctimas oficiales que la policía atribuyó al mismo individuo, al ser asesinadas de igual modo (garganta rebanada y evisceradas), aunque a Jack diversas fuentes le han atribuido otros crímenes, hasta un máximo de 18.
A pesar de sus distintos orígenes y peripecias vitales, las cinco “víctimas canónicas” eran pobres, atravesaban serios problemas y su huella en la gran película de la historia no estaba destinada a permanecer más que como la de aquellas actrices secundarias que se limitan a gritar cuando son asesinadas por el malo.
Pero la historiadora británica Hallie Rubenhold, especializada en recuperar a figuras femeninas desconocidas u orilladas, se puso a investigar sus vidas, recorriendo archivos, registros, hemerotecas... que han alumbrado el libro ‘Las cinco mujeres’ (Roca), un retrato a la vez de la miseria de la época y las condiciones sociales que favorecieron la comisión de aquellos crímenes, así como de elementos de la condición humana que resultan muy actuales. Rubenhold atiende a este diario por videoconferencia desde Londres.
La historiadora británica las rescata del olvido porque “a menudo desechamos la experiencia de las clases bajas, pero los pobres no son una masa amorfa sino un conjunto de vidas únicas”
“Solo tenía retazos y no fue fácil reconstruir sus vidas –afirma–. Pero no es verdad que fueran inaccesibles, hay muchos registros en asilos, hospitales, y los censos son maravillosos, nos permiten saber cada diez años dónde vive una persona y de qué trabaja. Fui siguiendo sus rastros, desbrozando las fake news que aparecían en la prensa y en ocasiones vestí ese esqueleto con datos de otras mujeres que vivieron sus mismas experiencias: Kate Eddowes dio a luz en un asilo y, aunque no tengamos su testimonio, sí existe el de otras mujeres que parieron en ese mismo lugar y que dan detalles que ella compartió”.
El barrio de Whitechapel, poblado de vagabundos y azotado por múltiples desgracias, es descrito dickensianamente por Rubenhold, quien cree que “la sociedad victoriana fue cómplice de Jack el Destripador. Las mujeres eran ciudadanos de segunda, no se les permitía ganarse la vida de forma independiente. Ser pobres y estar sin un hombre las colocaba en peligro de muerte. Para entender la época, es mucho más importante conocer a estas mujeres que los bailes de palacio. Soy la primera sorprendida de la disparidad de sus vidas. A menudo desechamos la experiencia de las clases bajas, pero los pobres no son una masa amorfa sino un conjunto de vidas únicas. Siempre que se hace historia se hace solo la de las elites, olvidamos una parte importante”.
“La sociedad victoriana fue cómplice de Jack el Destripador. Las mujeres eran ciudadanos de segunda, ser pobres y estar sin un hombre las colocaba en peligro de muerte”
La obra decepcionará a los amantes del morbo o el gore porque los asesinatos no son mostrados, suceden durante elipsis narrativas. “Hemos dado demasiado protagonismo a los hechos cruentos, a las gargantas abiertas, me parece irrelevante cómo murieron, lo importante para mí es cómo vivieron”.
El libro retrata una sociedad en la que “el alcohol estaba presente en unos extremos que hoy no nos podemos imaginar, lo tomaban para todo: si les dolía una muela, si estaban tristes, los mismos medicamentos estaban compuestos de alcohol. Los que hacían el juramento de la templanza, comprometiéndose a no beber nunca más, debían acudir a unos hospitales especiales donde no lo sirvieran”.
Produce escalofríos leer comentarios de la época en que personas con su nombre y apellido se alegran de que el Destripador esté “limpiando el West End de sus viciosos habitantes”. Enseguida se colgaba a las muertas la etiqueta de prostitutas aunque la investigación de Rubenhold deja claro que solamente en dos de los cinco casos puede hablarse de ejercicio de esa actividad (y en uno de forma esporádica), en contra de lo que muchos siguen creyendo.
Produce escalofríos leer comentarios de la época en que personas con nombre y apellido se alegran de que el Destripador esté “limpiando el West End de sus viciosos habitantes”
Como la de ‘bruja’ en otros tiempos, la de ‘fulana’ era “la peor etiqueta que se podía clavar a una mujer, hoy se usa ‘zorra’ con similar tono despectivo. Son palabras dirigidas siempre a mujeres que ejercen algún tipo de poder sobre los hombres. Las prostitutas contravenían las normas morales victorianas, no eran castas y se consideraba que se lo estaban buscando, que se merecían lo que les pasara, aunque fuera aquella muerte horrible. Independientemente de lo que hicieran, para mí incluso las dos que tuvieron que vender su cuerpo no son solo prostitutas sino, y sobre todo, hijas, esposas, madres, hermanas y amantes, es decir, seres humanos”.
Ante el cadáver de Polly Nichols, se presenta su lloroso marido abandonado y le dice: “Te perdono”. Pero ¿qué le perdona? “Que haya osado romper su rol como mujer, abandonándole. Es un ejemplo supremo de revictimizar a una víctima”.
El lector, aunque conoce los cinco finales, se inquieta al ver los pasos que algunas protagonistas dan y que les van a conducir a la marginación y el desenlace fatal, como un pequeño hurto que comete Eddowes y que encadenará desgracias en un siniestro efecto mariposa.
“Me afectó especialmente la historia de Annie Chapman –admite–, que con sus esfuerzos salió de la pobreza para ingresar en la clase media pero el alcoholismo lo rompió todo. Encontré sus propias anotaciones hechas en el asilo donde su familia la envió para curarse. O el caso de Stride, una emigrante sueca que empezó sola de nuevo en Inglaterra, con gran fuerza de carácter” (en este caso, sabemos hasta su última comida, gracias a la autopsia que Rubenhold ha tenido en las manos).
“Si no se hubieran perdido las pruebas, sería posible resolver el caso hoy”
“La policía victoriana –prosigue–no estaba nada preparada para enfrentarse a un asesino en serie, carecían de los recursos y la metodología, entrevistaron a más de 2.000 personas y tuvieron más de 300 sospechosos pero muchas pruebas no se recogieron, se perdieron. De haberse conservado, sería posible resolver el caso hoy. Sinceramente, a la vista de los datos que nos han llegado, desenmascarar al asesino es pedir peras al olmo”.
Si bien en casi todos los casos podemos seguir las vidas de las protagonistas, no sucede así con Mary Jane Kelly porque es de la que había menos datos. “Ella es un enigma, probablemente porque ese no fuera su nombre real sino el que adoptó al llegar al West End. Estoy bastante segura de que procedía de una familia acomodada porque de ese entorno se nutrían las clases más altas de la prostitución, donde ella se movía”. Joseph Barnett, “uno de sus clientes, se enamoró de ella a las 24 horas y se fueron a vivir juntos. Era habitual, la existencia de estas mujeres era miserable, no tenía nada de glamour a pesar del lujo, y ella aprovechó la oportunidad para dejar la calle. Pero bebían mucho, el perdió el trabajo, ella volvió al oficio y eso deshizo la pareja”.
Con escenas de masas como un naufragio del ‘Princess Alice’ en el río Támesis, ya se prepara una serie para la BBC
Con escenas de masas como un naufragio del ‘Princess Alice’ en el río Támesis, ya se prepara una serie para la BBC. ¿Qué lecciones podemos extraer de estas cinco vidas sesgadas? “Muchos de los problemas de aquella sociedad siguen entre nosotros: la violencia doméstica, la crisis de la vivienda, la pobreza, los sintecho, que a las mujeres les resulta difícil abandonar al marido, que en las violaciones los jurados buscan motivos para culpabilizar a la víctima...”.
Y “Jack el Destripador sigue caminando entre nosotros, lo envolvemos de glamour, damos su nombre a cócteles, nos disfrazamos de él en Halloween. Pensemos un poco, por favor, en estas cinco chicas y si se merecen que perpetuemos de ese modo la injusticia”.
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