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DavidTriviño.

ESCRITOR

Foto del escritorDavid Triviño

Lobotomía: cuando la medicina hurgaba en el cerebro

A mediados del siglo XX se disparó el uso de la lobotomía, que iba a convertirse en una ruleta rusa en el tratamiento de enfermedades mentales

El doctor Walter Freeman, a la izquierda, y el doctor James W. Watts estudian una radiografía antes de una operación. (Dominio público)

Ocurrió una tarde de verano de 1848, durante las labores de construcción de una nueva línea de ferrocarril en el estado norteamericano de Vermont. Para allanar el terreno, los barreneros introducían pólvora en el fondo de un agujero perforado en la roca, colocaban el detonante, añadían arena para taponarlo y aplastaban la mezcla con una barra de hierro. En una de estas operaciones, al capataz, Phineas Gage , se le olvida poner la arena, de tal manera que, al explotar la pólvora, la barra sale disparada y le atraviesa la cabeza de abajo arriba.


Para sorpresa de todos, el joven de 25 años no solo no muere en el acto, sino que además se recuperará de forma milagrosa, aunque sufrirá un cambio de personalidad radical. “Gage ya no fue Gage”,en palabras de su médico. Tal es su carácter que le acaban echando de todos los trabajos por falta de disciplina. Los ataques de epilepsia, secuela de la herida, se hacen cada vez más frecuentes hasta su muerte, en 1860.


La “lobotomía” accidental de Gage ha pasado a la historia de la neurología como el primer caso que documenta los efectos causados por una lesión en los lóbulos frontales del cerebro, que es la parte que se interviene en las lobotomías quirúrgicas.


La especialización cerebral

Aunque en la prehistoria ya se practicaban trepanaciones, en tiempos modernos, las primeras cirugías sobre un cerebro físicamente sano con el fin de remediar los síntomas de un trastorno o enfermedad mental –práctica conocida como psicoterapia– no se producen hasta el último cuarto del siglo XIX. Por entonces, los científicos ya habían aportado pruebas de la especialización cerebral. Paul Broca, por ejemplo, había identificado las áreas cerebrales que controlan las funciones del lenguaje, ubicadas en el lóbulo frontal izquierdo.

Aunque las alucinaciones no cesaron, la conducta violenta de la mujer fue disminuyendo poco a poco

La observación de estos primeros trabajos llevaron al psiquiatra suizo Gottlieb Burckhardt a pensar que quizá podría paliar los desórdenes psíquicos de sus pacientes de la Maison de Santé de Préfargier aligerando su masa cerebral. La primera candidata fue una mujer de 51 años aquejada de alucinaciones, a la que, en 1889, Burckhardt extirpó una pequeña porción de corteza cerebral de unos cinco gramos por un procedimiento quirúrgico llamado topectomía.

La intervención se repitió otras cuatro veces durante los siguientes catorce meses, y, aunque las alucinaciones no cesaron, la conducta violenta de la mujer fue disminuyendo poco a poco. Entre 1889 y 1891, Burckhardt practicó la técnica con cinco enfermos más, obteniendo resultados desiguales.


Cuando, al año siguiente, presentó su informe, la comunidad médica se le echó encima, al considerar una auténtica aberración el hecho de lesionar un cerebro físicamente intacto. Tal fue el rechazo que habría que esperar casi medio siglo antes de que alguien se atreviera a repetir una psicocirugía.


Las primeras leucotomías

En julio de 1935 tiene lugar en Londres el Segundo Congreso Internacional de Neurología, en el que John F. Fulton y Carlyle Jacobsen, fisiólogos de la Universidad de Yale, presentan los resultados de unos experimentos en los que se habían extirpado los lóbulos frontales a una chimpancé llamada Becky. Antes de la operación, Becky, que ya de por sí tenía un temperamento fuerte, estallaba en cólera cuando cometía errores al realizar tareas que se recompensaban con comida. Pero, inesperadamente, dejó de enfadarse, e incluso se volvió dócil, tras la intervención.

Retrato del portugués António Egas Moniz. (Dominio público)

Tras el congreso, Moniz regresa a Lisboa dispuesto a poner en práctica el método quirúrgico sobre los lóbulos frontales en humanos. En noviembre del mismo 1935 se aventura con una paciente de 63 años que presenta alucinaciones y violentos ataques de ansiedad, entre otras psicopatologías. En realidad, quien opera es su discípulo y amigo Pedro Almeida Lima, puesto que Moniz tenía las manos deformadas por la enfermedad de la gota. Almeida taladra dos pequeños orificios en la parte delantera del cráneo y posteriormente inyecta alcohol puro en el interior del cerebro.


Los neurólogos creían que, al destruir ciertas conexiones cerebrales, se eliminarían también los pensamientos obsesivos y los delirios. Y así fue. En marzo de 1936 ya habían intervenido a una veintena de pacientes, introduciendo una modificación en la técnica, a la que bautizaron con el nombre de leucotomía. El propio Moniz diseñó el leucotomo, un instrumento de acero en forma de estilete hueco que rebanaba pequeñas porciones de materia blanca, parecido al aparato con el que se extrae el corazón de una manzana.

Freeman y Watts repiten las lobotomías e introducen variables como el uso de una espátula para los cortes

La meteórica trayectoria del científico –a finales de 1937 ya había publicado una monografía, un libro y trece artículos– culminó con la entrega del Nobel en 1949. Y eso que, aunque el procedimiento parecía ser eficaz en algunas personas, no era seguro, puesto que se basaba en especulaciones y ni siquiera se habían realizado investigaciones previas en animales.


La técnica del picahielos

Recordemos la otra figura presente en el congreso de Londres, el Dr. Freeman. Cuando, a los 28 años, se convierte en el director de laboratorio más joven de la historia del hospital psiquiátrico St. Elizabeths, en Washington, Walter Freeman está obsesionado con identificar alguna diferencia física entre el cerebro de los individuos psicóticos y el de los sanos, disparidades que le den alguna pista sobre la enfermedad y su cura. En 1936 lee los trabajos de Moniz y se abre un mundo ante él.


En septiembre de ese mismo año, Freeman, asistido por el cirujano James W. Watts –él carecía de licencia para operar–, realiza la que sería la primera intervención para tratar un trastorno psiquiátrico en Estados Unidos. La paciente, una mujer de 63 años diagnosticada de depresión agitada, fue sometida a una leucotomía prefrontal siguiendo el procedimiento de Moniz. Animados por los resultados favorables, Freeman y Watts repiten una y otra vez las lobotomías –término que ellos acuñan– e introducen algunas variables, como, por ejemplo, el uso de una espátula plana para realizar los cortes o la anestesia local.

Representaciones de secciones del cerebro publicada en 1899. (Dominio público)

Consciente de la polémica que la técnica suscitaría entre la comunidad científica, el neurólogo estadounidense invierte grandes esfuerzos en ganarse a la prensa. Pronto aparecen titulares sensacionalistas como “La cirugía del alma” o “Milagro de la cirugía”, creando una aureola de rigor en realidad inexistente. Y obviando, incluso, las graves secuelas que la lobotomía generaba en algunos pacientes.


Y es que, a medida que su fama crecía, empezó a practicar por su cuenta lobotomías, no como último recurso, sino en masa, utilizando directamente un picahielos como instrumento. Al llegar a un hospital en su flamante “lobotomóvil”, el personal ya tenía colocados a los enfermos en fila. Freeman insertaba el punzón metálico bajo el párpado para atravesar la cuenca de los ojos con unos ligeros golpes de martillo. Con cada martillazo, el punzón se adentraba suavemente en el lóbulo frontal del paciente, seccionándolo y destruyéndolo. Era de esperar que no todos sobrevivieran.


Aparece la clorpromazina

Para entender por qué una técnica que hoy nos parece atroz se popularizó en todo el mundo –incluso en centros de élite– hay que revisar el contexto. Durante la primera mitad del siglo XX, la comprensión científica de la enfermedad mental era muy limitada, por lo que no existía una cura real. El psicoanálisis no era eficaz para los grandes trastornos de la personalidad, y las llamadas “terapias somáticas”, como el electrochoque o los comas insulínicos, eran alternativas tremendamente agresivas.

Eran procedimientos rápidos y baratos porque no requerían de quirófanos ni de material muy especializado

Así pues, los centros psiquiátricos se convirtieron en puros almacenes de enfermos mentales, que se colapsaron, en especial, después de las dos guerras mundiales. La leucotomía de Moniz y, más tarde, la lobotomía transorbital de Freeman eran procedimientos rápidos y baratos porque no requerían quirófanos ni material demasiado especializado. En algunos casos, además, funcionaban, por lo que se veían como una opción viable para descongestionar los centros.


Hasta que en 1954 se descubre la clorpromazina, la primera sustancia con efectos antipsicóticos, y poco a poco se abandonan las lobotomías –para entonces ya se habían practicado 40.000 solo en Estados Unidos– a favor de los fármacos, la auténtica revolución en psiquiatría.


Este artículo se publicó en el número 608 de la revista Historia y Vida.

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