Hoy recupero el artículo que dedicó ElPaís a Richard Ramírez:
Adorador del diablo y seguidor de AC/DC, asaltaba casas en plena noche y mataba salvajemente a sus víctimas
Sus crímenes despertaron el interés de multitud de seguidoras que le escribían cartas de amor a la cárcel
A sangre fría y a bocajarro. Así disparó Mike Ramírez a la cara de su esposa en presencia del pequeño Richard. Tras el estruendo de aquella detonación, el rostro del niño de apenas diez años se impregnó de sangre. Su primo acababa de cometer un crimen. El ‘pecado’ de la víctima: pedirle al ex Boina Verde que no alardease de las violaciones, mutilaciones, orgías y asesinatos perpetradas como el ex combatiente en la guerra de Vietnam.
Aquel asesinato fue un antes y un después en la vida de Ricardo Leyva Ramírez. La mala influencia que ejercía su primo generó en él interés por la sangre, la delincuencia, las drogas… Y con los años terminó convirtiéndose en el bautizado como ‘The Night Stalker’(‘Acosador Nocturno’), un asesino en serie que aterrorizó a la ciudad de Los Ángeles con más de treinta homicidios a sus espaldas.
Miedo a la muerte
Nacido en la ciudad de El Paso en Texas en 1960, Richard o Richie como le solían llamar familiarmente, era un chaval tímido, retraído, solitario, que no podía interactuar con sus compañeros de colegio como quería al padecer episodios epilépticos. Esto lo aislaba y se sentía rechazado e incomprendido.
Tampoco ayudó haber nacido en una familia muy estricta donde su padre, inmigrante mexicano, propinaba continuas palizas tanto a él como a su madre y hermanos. Los golpes eran continuos en pos de la disciplina. Pero fue la epilepsia lo que le produjo un absoluto miedo a la muerte. Su única forma de superarlo: visitar cementerios y transformar aquel pavor en una completa fascinación.
Con los años, este aislamiento generaría en él un especial resentimiento, frustración y sed de venganza. Sobre todo al tomar como mal ejemplo a su primo Mike. Por cierto, el ex soldado jamás pisó la cárcel por matar a su mujer si no que fue enviado a un centro psiquiátrico. El tribunal alegó estrés postraumático tras la contienda.
Pero antes de este asesinato los primos pasaron mucho tiempo juntos. El mayor le enseñó a ver la mutilación y determinadas posturas sexuales como algo normal. A creerse superior, una especie de dios con el poder de decidir quién vivía y quién no. Y todo ese cóctel, propició en el menor unas ansias por emular a su primo mayor. Quiso mimetizarse. Que Mike le aceptase.
Por eso comenzó a fumar marihuana, a asaltar y matar animales en granjas, a efectuar pequeños robos, realizar allanamientos… Y todo con un único objetivo: conseguir droga. Richard se convirtió en un adolescente peligroso, en un delincuente más gracias a Michael. Formaban un buen tándem criminal.
Aquella violencia con la que se había ido empapando gracias a su primo, generó en Richie fantasías salpicadas de muerte y sangresiempre con una gratificación erótico-sexual. Durante los siguientes años, también influyó en él la existencia de la doctrina satánica. Su adoración por Satán hizo mella en un adolescente que solo encontraba “paz” glorificando al maligno y siguiendo sus premisas.
Alabando al Mal
“Creo que Satanás fue el único que hizo música en el Cielo antes de ser arrojado al abismo. Satanás es una fuerza estabilizadora en mi vida. Hay una parte en mí que tiene que creer en él”. Así hablaba Ramírez sobre su creencia en el Maligno. Su personalidad había encontrado una vía de entendimiento en esta especie de religión. Porque para Richard, Satán era su dios. También le influyó la música rock de grupos tan legendarios como AC/DC, cuyas canciones hablaban del infierno y el diablo.
El segundo punto de inflexión se inició cuando se mudó a Los Ángeles. Allí, vagando sin rumbo fijo, continuó con sus tropelías con las drogas y robos a menor escala. Le tomaron las huellas (algo crucial en esta historia), pasó hasta seis meses en la cárcel, y al quedar en libertad, empezó a atacar y acosar a gente.
Incluso durante varias horas secuestró a niños con el único objetivo de traumatizarles. Aquello le divertía. Se había convertido en la mismísima reencarnación del demonio, como llegó a autodenominarse. Tanto en su aspecto físico como mental. Hasta el aliento le olía al mismísimo averno. Putrefacto por su falta de higiene.
La suma de todos estos ingredientes le llevaron con veinticuatro años a estrenar su particular ritual sanguinario. A convertirse en un monstruo, en un verdadero serial killer. Su primera presa en esta particular cacería fue Jennie Vincow de 79 años. Ocurrió en un caluroso verano de 1984.
“Satanás es una fuerza estabilizadora en mi vida”
Los vecinos del barrio de Glassell Park de Los Ángeles dormían con las ventanas abiertas. Hacía mucho calor. En el apartamento de la anciana reinaba el silencio y corría una leve brisa en su dormitorio. Un extraño vestido completamente de negro y con guantes, merodeaba sigiloso por las distintas estancias. Portaba un afilado cuchillo de caza de quince centímetros. Buscaba joyas que llevarse.
Decepcionado al no encontrar lo que buscaba, Richard acuchilló salvajemente en el pecho y en el cuello de Jennie. Lo hizo con tanta fuerza que casi la decapitó. Después, abusó sexualmente de ella. La mujer no tuvo tiempo de defenderse. Al día siguiente, uno de sus hijos que también residía en el bloque, encontró su cadáver.
El crimen de Jennie Vincow fue el primero de una larga lista de asesinatos que se alargó hasta agosto de 1985. Su modus operandi le hacía ser extremadamente peligroso. Porque Richard no era metódico, ni ordenado, ni siquiera inteligente. No seguía un patrón determinado, no tenía preferencia alguna en cuanto a sus víctimas. Lo mismo elegía a mujeres, que a hombres, niños o ancianos. No le importaba, la raza, la edad o la condición. Era impulsivo e inhumano. Y esto lo hacía ser tan imprevisible como letal. Igual robaba que maltrataba, violaba o mataba a sus presas.
En cada ataque utilizaba armas distintas. Desde un bate de béisbol, hasta un puñal, cuchillos, o varios modelos de pistolas.
Eran, aparentemente, crímenes sin conexión alguna. Pero cada uno de ellos estaba impreso de una crueldad inconcebible. Desde un tiro a sangre fría en la cara de la joven Dayle Okazaki de 33 años después de allanar su domicilio, pasando por las decenas de cuchilladas a la italiana Maxine Zazzara de 44 años a la que, entre otras cosas, había sacado los ojos tras matar a su marido. Ambos dormían en su cama cuando ocurrió el terrible suceso.
Por no mencionar, la feroz violación a Ruth Wilson mientras encerró a su hijo pequeño en un armario. La mujer logró sobrevivir al brutal ataque y cuando testificó ante la policía, no solo dio una descripción perfecta de su agresor si no que no podía olvidar su aliento. Aquel desagradable hálito que casi le hizo desfallecer.
Terror en Los Ángeles
Cuando el cazador atacaba las consecuencias eran nefastas. Sin embargo, sus actos eran erráticos, torpes… Dejaba pruebas y evidencias por todos lados en las escenas de los crímenes. Aparte de ir a cara descubierta, lo que le hacía identificable para los supervivientes -alto, moreno, de origen hispano y aspecto intimidante-; la policía encontró la impresión de una zapatilla deportiva y también huellas dactilares. Era cuestión de tiempo, o más bien de tecnología, que le identificasen.
No había día que los medios de comunicación no informasen sobre el bautizado como The Night Stalker, el Acosador Nocturno, y sus despiadados ataques. La furia y la fuerza empleadas en cada asesinato le hacían comparable al mismísimo Jack El Destripador, o a Drácula, por aquello de perpetrar sus asaltos al caer el sol.
En el verano de 1985, la escalada de violencia llegó al punto más alto. Por entonces, Richard llevaba ya 23 víctimas, 12 asesinadas impunemente, mientras tarareaba Night Prowler de AC/DC, la canción que fue su peculiar himno criminal y que le acompañaba durante sus cacerías. Por su parte, la ciudad de los Ángeles vivía sumida en un continuo terror. Se dispararon la venta de armas, de alarmas de seguridad y de perros guardianes. Nadie se sentía seguro en su casa.
Pero un error durante su última cacería, llevó a Richard hasta la mismísima policía. Era la madrugada del 24 al 25 de agosto de 1985 y el homicida asaltó una vivienda del barrio de Mission Viejo, en el condado de Orange, a unos ochenta kilómetros al sureste de Los Ángeles.
Era el domicilio de la joven pareja formada por William Carns e Inez Erickson. Ramírez entró en el dormitorio mientras dormían y descargó tres tiros a bocajarro en la cabeza de William. Inez se despertó por los disparos y se quedó en estado de shock mientras aquella sombra la observaba.
Merodeó por la casa en busca de algo de valor y tras no encontrar nada, violó y torturó a la chica hasta que ésta le confesó un escondrijo donde su novio guardaba algo de dinero. Horas más tarde y tras apuntarla con la pistola, Richard decidió marcharse y dejarla con vida. Ése sería su gran error. La joven no solo dio una descripción exacta del Acosador Nocturno, si no que éste dejó sus huellas dactilares por todo el piso.
Las autoridades del estado de California por fin disponían de un innovador sistema de identificación dactilar. Y era cuestión de tiempo que se cotejasen y que diese un resultado positivo. Recordemos que 1982, Richard fue fichado por la policía y estuvo en la cárcel por tráfico y consumo de drogas.
El testimonio de la superviviente del último ataque, Inez Erickson, sirvió además para encontrar el coche del asesino. Se trataba de un Toyota familiar de color naranja. A éste se sumó otro testimonio: el de un muchacho que mientras arreglaba su bici en el garaje memorizó la matrícula al resultarle muy sospechosos sus movimientos. A la mañana siguiente, el joven acudió a la policía.
El cazador cazado
Gracias a ambas declaraciones, los agentes encontraron el Toyota en el aparcamiento de un McDonalds. Iniciaron la vigilancia esperando que su dueño apareciese, pero Ramírez se había largado a Tucson a visitar a unos familiares. Fue entonces cuando registraron y analizaron el vehículo y obtuvieron diversas huellas. Al contrastar una de ellas con la base de datos dio un resultado: Richard Ramírez. Acababan de encontrar al Acosador Nocturno.
Inmediatamente, se hizo pública su identidad. Toda Los Ángeles por fin conocía quién era el asesino en serie que les había aterrorizado en los últimos meses. Así que cuando Richie regresó de su viaje, ajeno a todo el impacto mediático, comenzaron los problemas.
Cogió un autobús y pese a tomar precauciones, todos los pasajeros le reconocieron. Decidió bajarse de inmediato. Sabía que la policía estaba cerca, así que huyó. Intentó robar el coche a una mujer, pero sus gritos alertaron a su marido y a otros vecinos que le persiguieron corriendo hasta alcanzarle. Habían atrapado al monstruo que merodeaba por las noches.
Tras su detención, el asesino fue acusado de treinta y un delitos graves y catorce asesinatos. Pero aún quedaba un largo y grotesco proceso judicial por delante. La chulería del Acosador Nocturno hizo estremecer a los familiares de las víctimas.
El circo mediático que generó Richard Ramírez durante el juicio comenzó en el mismo momento de su detención. Pese a las pruebas irrefutables que había contra él (huellas y testimonios de los supervivientes que lo reconocieron), el delincuente primero no quiso declarar, y cuando lo hizo, defendió su inocencia. Las mentiras fueron un continuo.
De hecho, el juicio tardó tres años en celebrarse (arrancó el 30 de enero de 1986 y se alargó hasta el 3 de octubre de 1989) porque Richard cambiaba continuamente de abogado defensor y cuando no, aplazaban las sesiones con cualquier pretexto. Hubo muchas irregularidades y además, se trataba de un caso de extrema complejidad. Por un lado, por los más de cien testigos que había, las pruebas y evidencias presentadas; y por otro, por una elección del jurado que estuvo marcada por la entrevista a más de 1.600 candidatos.
De asesino a estrella mediática
Cuando llegó el momento de la vista, cada sesión era un escándalo donde reinaba la crispación. Ramírez no solo se mostraba desafiante con los allí presentes, si no que la emprendía a gritos para generar terror recitando cánticos satánicos, o tatuarse en la palma de la mano un pentagrama invertido, signo de adoración al Innombrable.
“No entendéis nada, paletos. Estoy por encima de vuestros juicios. Estoy más allá del bien y del mal, más allá de la experiencia humana.Yo tengo el poder de Satán. ¡No sois más que presas, y yo, vuestro cazador! Me encanta mataros. Disfruto viéndoos morir”, llegó a gritar durante la vista.
También ocurrieron sucesos insólitos, como el asesinato a tiros de un miembro del jurado. Esto generó el pánico del resto de comparecientes que temieron por su vida. ¿Quién fue el artífice de tal crimen? Todas las miradas se pusieron sobre el acusado. Se creyó que él lo había ordenado. Al fin y al cabo, se hacía llamar líder de los sicarios y aquellos que fuesen en su contra acabarían muriendo. El peligro se cernía sobre los presentes.
Aunque había cierto sector de la población, las denominadas fans, que no temían por su vida. Adoraban a Ramírez. Hasta tal punto que le encontraban sexy y atractivo, y al que le enviaban románticas cartas de amor. Una de ellas, Doreen Lioy, cayó prendada del Acosador y terminaron casándose en 1996. A las puertas de la cárcel, la mujer anunció ante los medios de comunicación la noticia: “Solo quiero decir que estoy muy feliz hoy y estoy muy orgullosa de ser la esposa de Richard. Espero que respeten este día y me dejen ir a disfrutarlo en paz”.
El 3 de octubre de 1989, Richard Ramírez fue declarado culpable de catorce asesinatos, cinco intentos de asesinato, nueve violaciones, dos secuestros, cinco robos y catorce allanamientos de morada. El tribunal lo sentenció a diecinueve penas de muerte. Hasta el día de su ejecución en la cámara de gas, el Acosador Nocturno esperaría en la prisión de San Quintín (California).
Tras escuchar la sentencia, Richard gritó sarcástico: “¡Adiós, amigos! El Acosador Nocturno se despide de vosotros. ¡Nos vemos en Disneylandia!”. Aquella fue su forma de provocar a los presentes y de dejar claro, que él no moriría. Lo cumplió, porque durante veintitrés años logró revocar su condena por las irregularidades y la incompetencia de su defensa. De hecho, el asesino terminó convirtiéndose en uno de los presos más célebres de San Quintín.
La muerte no le llegó a modo de ejecución, si no por un linfoma. Murió el 7 de junio de 2013 a los 53 años como un auténtico fenómeno social, una estrella mediática que contestaba las cartas de sus admiradores, diseñaba camisetas de grupos heavys o canturreaba canciones de rock. Los expertos que analizaron la personalidad de este asesino en serie lo siguen encontrando tan atípico como terrible.
“No me entendéis. Tal y como suponía, no sois capaces de hacerlo. ¡Legiones de la noche! ¡Razas de la noche! No repitáis los errores del Night Stalker y no concedáis clemencia alguna… Yo seré vengado. Lucifer está con nosotros”, aseguró.
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