Sigo con la serie de tributos publicados en los cómics de Ed Brubaker sobre el noir en general y, hoy, lo hago con esta pieza escrita por Ande Parks que habla de la película de 1958 Sed de mal, dirigida por Orson Welles con Charlton Heston, Janet Leigh, Orson Welles y Marlene Dietrich.
La ilustración corre a cargo de Sean Philips.
Me encantan las películas de Orson Welles, pero he de admitir que su visionado me deja un poco mustio. El cineasta nos ha dejado un trabajo feraz y espectacular, pero resulta difícil olvidar que ahí pudo haber hecho más, pues, aunque hoy en día se le alabe como uno de los grandes cineastas norteamericanos, lo cierto es que sólo le permitieron terminar seis largometrajes dentro del engranaje cinematográfico de Hollywood. Puede defenderse que de los seis sólo llevó uno a la gran pantalla tal y cómo él quería, Ciudadano Kane. Todas sus películas, desde la inmediatamente posterior, El cuarto mandamiento, hasta el último largometraje de estudio que rodó, Sed de mal, han sufrido graves problemas; tuvo que rodarlas con cuatro perras y las cintas fueron despedazadas en la mesa de montaje en aras de satisfacer las exigencias de los estudios. El cuarto mandamiento sigue considerado como un clásico menor a pesar de que le evisceraron la tercera parte del metraje y la versión de Sed de mal, que en la actualidad ha pasado a ser una obra de culto, incluía muchos nuevos montajes, correcciones y cambios hasta en la banda sonora. Ahora podemos visionar el film tal y como Welles lo rodó gracias a la copia restaurda de 1998 y lo cierto es que se merece con todos los honores la consideración de "último clásico del cine negro" de la edad dorada de Hollywood.
En principio, Welles acudía al filme para actuar de gordo -hagamos una pausa para que podáis sacaros al "pesado" de Orson de la cabeza- y acabó por convertirse en el director por sugerencia de otra estrella del reparto, Charlton Heston. Aquél estuvo de acuerdo en asumir la dirección, a condición que se le permitiera rescribir el guión de cabo a rabo. Los ejecutivos de la Universal estaban obligados, ya que Welles había aceptado cobrar únicamente su salario como intérprete, y le dejaron modificar por completo el guión en un maratón de diez días durante el cual descartó buena parte del material original, procedente de la novela de 1956 escrita por Whit Masterson [Seudónimo de Robert Allison Wade], Badge of Evil, y enriqueció el personaje que él interpretaba, llenándolo de matices.
La verdad es que el argumento del largometraje es lo menos, lo cual es todo un sello distintivo en el cine negro. Al final de la primera escena se produce un asesinato que se convierte en el hilo conductor del resto de la historia, protagonizada por un policía corrupto (el capitán de policía Hank Quinlan, interpretado por Welles), que amaña las pruebas a fin de incriminar a un hombre que siente verdaderos remordimientos a raíz del crimen. Un personaje honesto, el policía mejicano Miguel Vargas, a quien da vida Charlton Heston, acaba por desmontar la trampa, y el policía corrupto ha de forzar la mano en un intento de salvar su reputación. El filme no se centra en la inocencia o culpabilidad de ningún sospechoso, sino en un hombre, el capitán Quinlan, a quien le vale cualquier medio para demostrar una culpabilidad.
Sed de mal se desarrolla en dos pueblos fronterizos de mala muerte, situados cada uno a un lado de la frontera, en California y en México respectivamente. En realidad, el rodaje tuvo lugar en Venice, California, un escenario al que Welles sacó todo el jugo posible, pues casi todos los planos exteriores nos ofrecen un paisaje de belleza sin igual y alcanza un interés especial en el momento del clímax, cuando Heston sigue la pista del poli corrupto por los canales y puentes de Venice, por supuesto, todo ello excepcionalmente encuadrado a través de la perspectiva emocional de un visionario como Welles.
Si sacas a colación esta película, lo más probable es que los cinéfilos te hablen de dos cosas, de que Heston interpretaba a un mejicano y de la excepcional escena de apertura. Os anticiparé su opinión: ridiculizarán la caracterización y colmarán de elogios el travelling. Bueno, pues yo os aseguro que Heston se sale en Sed de mal a pesar de llevar un bigote de feria y de tener el rostro totalmente embadurnado para pasar por mejicano. El tipo es una jodida estrella y llena la pantalla. Quizá prevalece por su carisma de estrella, pero tiene percha, es una figura capaz de mantener la atención del espectador a pesar de estar rodeado por personajes tan estrafalarios y fascinantes que otro actor con menos presencia habría terminado eclipsado.
En cuanto a la célebre toma larga sin cortes al principio, la que termina con la explosión de un coche en la que mueren la cabaretera rubia y un próspero constructor, LInnekar, bueno... el tavelling sobre el paso fronterizo está francamente logrado, pero no es el mejor movimiento de cámara de la película. Ni siquiera es la mejor toma larga. Echadle un vistazo a la escena del primer interrogatorio, desarrollada en el apartamento del sospechoso. El travelling del comienzo dura unos tres minutos y medio, y al tiempo que sirve a la historia y crea tensión con gran efectividad, también llama la atención por sí mismo. La escena del interrogatorio rebasa los cinco minutos y medio, y te pone con los nervios de punta, igual que al sospechoso, sin que llegues a darte cuenta de que estás viendo una secuencia de continuos movimientos de plano dentro de la vivienda cuyo rodaje debió ser una auténtica pesadilla.
Mirándole a los ojos es como comprendes que acaba de tomar su primer trago en diez años... Está todo ahí, en la mirada.
Janet Leigh interpreta a Susan Vargas, la esposa de Heston, con clase y aplomo a pesar de tener que pasarse en camisón la mitad de la película. Al principio, se le da la ocasión de demostrar agallas y coraje, pero está ahí para ser la víctima. Leigh quizá haya sido de las actrices de tez más blanca, y el hecho de que su personaje se case con un mejicano añadía cierta tensión al filme a ambos lados de la frontera. No hay que olvidar que estábamos en 1958.
El propio Welles borda su papel en la película. Se entierra bajo una capa de maquillaje y mucha grasa para que el personaje quedara fino (¿Os sabéis algún otro chiste de gordos que os apetezca contar aquí, listillos?), pero lo que prevalece de veras son los ojos, son ellos quiene te lo dicen todo acerca del pasado de Quinlan. Mirándole a los ojos es como comprendes que acaba de tomar su primer trago en diez años... Está todo ahí, en la mirada.
El director enrola a una fenomenal panoplia de actores de reparto para los papeles secundarios, incluyendo muchos miembros de su propia compañía de repertorio. Jamás me canso de ver la caracterización de Akim Tamiroff como el tío Joe Grande, el capitoste de la mafia local a la par que el presunto villano en la primera parte de la película. No sé cómo se las arregla para ser ridículo y amenazante al mismo tiempo. Dennis Weaver sólo permaneció tres días en el rodaje, pero le bastaron para improvisar su caracterización de recepcionista tarado del hotel, un manojo de nervios de tal calibre que llegas a pensar que acababa de volver de un viaje al futuro con un buen alijo de metanfetamina. Joseph Calleia hace un papelón al interpretar al compañero de Quinlan. Entre los secundarios y las apariciones especiales tenemos nada menos que a Joseph Cotten y Ray Collins, dos veteranos de Ciudadano Kane, el cameo de Mercedes McCambridge, espléndida al encarnar a una inquietante joven mejicana enfundad en una cazadora de cuero negro y con una fuerte carga lésbica, y Zsa Zsa Gabor, sí, sí, no habéis leído mal, la rubia realizó una fugaz aparición como dueña de un club de striptease.
En suma, los escenarios tienen un sombrío encanto evocador, la historia aborda un asesinato y trata los temas de la pérdida y la corrupción, y el reparto está cuajado de personajes a cual más extraño y peligroso, pero ¿dónde se halla el más crucial de los elementos del cine negro? ¿Dónde aparece el héroe atormentado e imperfecto? ¿Y la mujer fatal? Heston y Leigh difícilmente encajaban en el patrón, eran demasiado perfectos y honestos. Puros. Aun así, la esencia del género sigue ahí, sólo que ocurrió viente años del momento en que suceden los hechos narrados en la película, pues...
...Sed de mal es la historia del capitán Quinlan. El filme cuenta con unos antecedentes realmente jugosos, que se dejan entrever en un principio y luego salen a la luz, conforme el declive del policía corrupto se convierte en el centro de la acción. Su esposa murió estrangulada a manos del único hombre a quién él no logró llevar a los tribunales y se ha pasado dos décadas manteniendo juntos los pedazos mientras metía a otros hombres entre rejas y sustituía la botella por barras de chocolate. Cuando Vargas amenaza la reputación de Quinlan, éste no tarda en acudir a Tana, una gitana mejicana a la que da vida Marlene Dietrich y que juega el papel de femme fatale en el drama original. Cuando el mundo de Quinlan se deshilacha, éste se sumerge en la bebida y regresa junto a la gitana, deslizándose otra vez por la pendiente de su oscuro pasado, en el que acecha una historia negra de tomo y lomo, la del joven Quinlan, un poli inexperto en busca de formas para sofocar la culpabilidad que le acosa tras el asesinato de su mujer.
La película discurre en un momento muy posterior a lo que normalmente sería el punto álgido de la tragedia de Quinlan, lo cual no nos priva de un elenco satisfactorio de personajes en el conjunto de la obra. Entra en escena como un policía en el ocaso de su carrera, eficaz y con muchos humos, pero al final descubre que ha sido capaz de destruir a la única persona que todavía quería. Cuando intenta lavarse las manos manchadas con la sangre de su compañero, no dispone de más agua que la estancada y apestosa de un regato de aguas residuales. Momentos después, cuando todo ha acabado, el cuerpo de Quinlan se aleja flotando en la cochambre mientras recibe el panegírico de labios de Dietrich en su célebre frase: "Hank era un gran hombre, pero ¿qué más da lo que digas de la gente?" En el que quizás sea la mejor película de cine negro, Welles da una despedida digna y acorde a un gran héroe del género.
El cineasta llegó a afirmar que el rodaje de este largometraje fue lo más divertido que había hecho como director. Mientras duró el mismo, los ejecutivos del estudio estaban encantados y solían hablar con él de proyectos futuros, pero se horrorizaron al visionar el resultado final. Es de suponer que lo encontraron demasiado sombrío, demasiado "negro" si esa palabra os agrada más. Le prohibieron el acceso a los estudios mientras se apresuraban a corregir, rescribir y filmar escenas adicionales. Cuando finalmente le permitieron ver el filme, éste ya no reflejaba su visión de la historia, por lo que el cineasta escribió un memorando de 58 páginas en el cual esbozaba el modo en el que creía que podía salvarse su trabajo, pero los cambios apuntados no se realizaron hasta trece años después de su muerte.
Welles fue un visionario hasta el final. "Me adorarán cuando haya muerto", predijo en el transcurso de una de sus conversaciones con Peter Bogdanovich. Y así fue, se le ha colmado de los elogios de los que le privaron en vida. Es cierto que se pasó los últimos veinte años de su vida en busca de financiación para rodar la siguiente película y también lo es que jamás le permitieron ver el montaje de su último largometraje hollywoodiense tal y como él lo había concebido, pero ahora podemos disfrutar de su versión de Sed de mal, que es un broche de oro para la edad dorada del cine negro americano, lo cual no es ninguna tontería a juzgar por la enorme calidad de su legado.
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