Dennis Nilsen, el “psicópata creativo” que mataba con una corbata
‘El carnicero de Muswell Hills’ descuartizó y enterró a quince hombres bajo el suelo de su casa
Los lavabos de Fiona y Jim llevaban varios días sin funcionar bien, estaban atascados y no había forma de que tragase el agua, así que decidieron llamar a un fontanero. Michael arribó hasta el suburbio londinense de Muswell Hills para inspeccionar las cañerías. Al no encontrar el motivo de la avería decidió echar un vistazo a la fosa séptica del exterior. Cuando quitó la tapa un olor pestífero le echó para atrás. Iluminó la zona con su linterna, vio una especie de capa blanquecina y viscosa, algo de sangre y decidió bajar. Al acercarse se topó con trozos de carne putrefacta y cabellos adheridos. Se trataban de los restos de un cadáver. La Policía acudió inmediatamente y descubrieron con horror que aquello era una especie de cementerio. Tras interrogar a varios residentes dieron con uno, Dennis Nilsen, que con temple y frialdad confesó que había matado a 15 o 16 hombres. Acababan de descubrir al ‘Asesino de la corbata’, también conocido como el ‘carnicero de Muswell Hills’. Perteneciente a una familia de soldados y pescadores, Dennis Andrew Nilsen nació el 23 de noviembre de 1945 en Fraserburgh, al noroeste de Escocia. Desde niño vivió el desarraigo emocional, sus padres no paraban de discutir y el divorcio puso fin a multitud de peleas. Criado por su madre junto a sus dos hermanos, fue la presencia de su abuelo materno Andrew lo que terminó por desestabilizar al pequeño. La educación religiosa llevada al extremo hizo que Dennis viviese la diversión como un pecado. Según el anciano, hasta el cine suponía una tentación del diablo. Así fue cómo la personalidad del niño comenzó a retraerse y a ser más áspero e irritable. Excepto con Andrew, él era único que lo entendía.
Tal era la conexión entre ambos que, cuando el abuelo murió de un infarto e hicieron el velatorio en la casa familiar, la imagen de su cadáver sobre la mesa del comedor fue lo que le marcó para siempre. Algo en su cabeza hizo click: el amor y la muerte se fusionaron de forma extraña. Y ahí empezaron los problemas.
Aumentó su distancia con respecto a las relaciones sociales, apenas tenía amigos ni conectaba con sus compañeros de clase y, en plena pubertad, descubrió sus tendencias homosexuales. Aquella diferencia marcó el rumbo de los siguientes diez años. A los quince abandonó el colegio y se alistó en el ejército.
Durante la siguiente década viajó por media Europa y Oriente Medio en el cuerpo de abastecimientos. Aprendió a trinchar y descuartizar reses con un cuchillo y a los veintisiete finalizó su servicio de forma voluntaria con rango de cabo y una condecoración. Se había desencantado.
En 1972 se incorporó a la Policía de Londres pero tampoco encontró su sitio. Finalmente, trabajó como funcionario del Ministerio de Trabajo para la Oficina de Empleo de Denmark Street.
Su obsesión con la muerte empezó a manifestarse durante esta época. Nilsen llegaba a casa y fingía ser una cadáver mientras, tumbado y cubierto de polvos de talco, simulaba que dejaba de respirar. Aquella fantasía fue en aumento. Primero hacia él mismo, pero después imaginando algo similar con hombres que conocía en bares de ambiente del Soho y de Camden Town. Uno de ellos, David Gallichan, se convirtió en su compañero de piso desde 1975, aunque jamás supo de sus intenciones macabras.
Su carrera criminal despegó en la navidad de 1978 cuando la víspera de Año Nuevo Nilsen salió de fiesta al pub Cricklewood Arms. Allí conoció a Stephen Holmes, de 14 años, con quien terminó en la cama.
Miedo al abandono
A la mañana siguiente, Dennis temió que el adolescente se marchase de su casa en Melrose Avenue, no quería que le abandonase, así que cogió una corbata y comenzó a estrangularlo. La resistencia fue tal que el agresor tuvo que golpearlo varias veces y meterle la cabeza en un cubo de agua. El muchacho murió ahogado.
Una vez asesinado, Dennis bañó y vistió el cadáver del adolescente, lo tumbó en la cama y se durmió abrazado a él.Horas más tarde y para evitar que su compañero de piso descubriese el crimen, levantó la tarima del suelo y lo escondió durante ocho meses. Transcurrido ese tiempo, quemó el cuerpo y lo enterró en el jardín de su vivienda. Aquella experiencia lo asustó y se autoconvenció de que no volvería a pasar. Pero sucedió de nuevo.
Casi un año después, un turista canadiense, Kenneth Ockendon, se cruzó en la vida de Nilsen. Estaba en un pub del Soho y el asesino se le acercó, pasaron un buen rato bebiendo cervezas, se ofreció a hacerle de guía por la ciudad y terminaron comiendo en su piso.
Todo parecía ir bien, sentían atracción mutua, pero Dennis volvió a tener miedo de quedarse solo. Sabía que Kenneth terminaría regresando a su país y no lo podía permitir. Aquellos sentimientos eran los mismos que le surgieron con el adolescente el año anterior. De pronto, Nilsen se vio cogiendo un cable para estrangular a su invitado. Una vez muerto, hizo el mismo proceso que con el menor: lo lavó, vistió y durmió con él.
Al día siguiente, metió el cuerpo en un armario y al regresar del trabajo, lo sentó en una silla de la cocina y comenzó fotografiarlo con su cámara Polaroid. Quería tener un recuerdo suyo en distintas posiciones. Durante dos semanas, Nilsen convivió con el cadáver de Kenneth en una rutina que incluía ver la tele o comer en la mesa. Cuando llegaba la noche, lo ocultaba bajo el suelo del piso.
Durante los siguientes dos años, Dennis continuó seduciendo y asesinando a hombres. Matar se convirtió en un hábito, en una costumbre imparable que combinaba con su trabajo diario en la oficina de empleo y con sus salidas nocturnas. Todo aquel que cruzaba el umbral de su puerta no salía con vida.
Las hogueras
“Estaba retorciéndole el cuello y recuerdo que quería ver más claramente su aspecto. No sentía ninguna resistencia… Me senté en la silla y puse su cuerpo caliente, fláccido y desnudo entre mis brazos. Parecía estar dormido. Al levantarme a la mañana siguiente le dejé sentado en el armario y me fui a trabajar”, explicó Nilsen una vez detenido.
“Estaba fascinado por el misterio de la muerte. Le susurraba porque creía que él todavía estaba realmente allí… Pensaba que él nunca habría sido tan querido antes en su vida…. Después de una semana le metí debajo de las baldosas”, relató a los investigadores.
Pero a medida que pasaba el tiempo, los cadáveres se acumulaban bajo la tarima de la casa, algunos troceados, otros metidos en maletas, ya no podía vivir de esta manera. Antes de mudarse a Muswell Hill, Nilsen hizo un par de hogueras para eliminar cualquier resto, creía que, después de aquello, terminarían los asesinatos. Nada más lejos de la realidad.
En 1981 y ya en su nuevo piso continuó matando a hombres con los que previamente ligaba. Así fue cómo estranguló y descuartizó a al menos cuatro más. “No me sentí mal. No me sentía perverso”, aseguró Nilsen hablando del asesinato de Stephen Sinclair. “Me acerqué a él. Le quité la corbata. Levanté una de sus muñecas y la dejé caer. Su brazo fláccido volvió a caer sobre su regazo. […] Eso no dolió nada. Ahora nada puede hacerte daño”, concluyó.
Era principios de 1983 y tan solo quince días después, un fontanero destaparía los asesinatos seriales del conocido como ‘Asesino de la corbata’ o ‘Carnicero de Muswell Hill’.
El jueves 3 de febrero, varios vecinos de Cranley Gardens 23 se quejaron de que sus lavabos estaban atascados. Llamaron a un fontanero, Michael Cattran, que inspeccionó las cañerías y la fosa séptica. Fue en este último lugar donde se produjo el dantesco descubrimiento: trozos de carne putrefactos, algunos de ellos todavía con trozos de cabello.
El hallazgo
La Policía arribó inmediatamente, se llevó los restos para su identificación y tras varias pruebas, el forense confirmó que se trataba de tejido humano, concretamente de la mano de un hombre. Cuando el inspector Peter Jay regresó al edificio y comenzó a interrogar a los vecinos, se topó con Dennis Nilsen. Al informarle del hallazgo, el asesino exclamó: “¡Dios santo, qué horror!”.
Su intento por disimular no le sirvió de nada, su casa desprendía un olor nauseabundo. “¿Dónde está el resto del cuerpo?”, preguntó el agente. Tras una pequeña pausa, Nilsen contestó: “En dos bolsas de plástico en el armario de la otra habitación. Se lo mostraré”.
Antes de que los investigadores continuasen con el registro, el funcionario dejó claro que aquello era “una larga historia. Se remonta a mucho tiempo atrás” y que si querían saber más tendrían que sacarlo de allí. “Les diré todo. Quiero desahogarme, no aquí, sino en la comisaría”, dijo.
Durante el trayecto hasta la jefatura, uno de los agentes le preguntó: “¿Estamos hablando de un cuerpo o de dos?”. “Quince o dieciséis desde 1978”, contestó el detenido. “Vamos a aclarar esto. ¿Nos está diciendo que desde 1978 usted ha matado a dieciséis personas?”, le preguntó uno de los investigadores. “Sí. Tres en Cranley Gardens y unos trece en mi anterior dirección, Melrose Avenue, 195, Cricklewood”.
Durante el interrogatorio que duró varias horas, Nilsen dio numerosos detalles de los asesinatos, incluidos los nombres de sus víctimas. Las autoridades procedieron al registro de Cranley Gardens y se toparon con dos bolsas grandes que contenían torsos, distintos órganos, dos cabezas, huesos y un brazo. El hedor era insoportable pese a los ambientadores que dispuso el asesino por toda la estancia.
Cuando las autoridades acudieron también al domicilio sito en Melrose Avenue y escarbaron en la tierra del jardín hallaron restos humanos cortados en pedazos y completamente chamuscados. Pese a la cremación que sufrieron, se pudieron recuperar huesos de al menos ocho hombres. Nilsen cooperó con la justicia en todo momento.
La confesión
“La parte más excitante del proceso era cuando levantaba los cuerpos”, recordaba durante el interrogatorio. “Al final tenía dos o tres cadáveres debajo de las tablas del suelo. Se me empezaban a acumular. Llegaba el verano y sabía que habría un problema con el olor. Así que sabía que tendría que lidiar con ese problema y pensé en lo que era la causa del olor. Y llegué a la conclusión de que eran las entrañas, las partes blandas del cuerpo, los órganos, cosas así”, proseguía. Pero solo era capaz de llevarlo a cabo cuando “estaba totalmente borracho”.
La forma fría y calculadora de detallar los crímenes evidenciaba premeditación y falta de remordimiento, algo que en el juicio quedó demostrado pese a que sus abogados defensores (cambió de letrado en más de una ocasión) trataron de aludir a un posible trastorno mental de su patrocinado.
El 24 de octubre de 1983 dio comienzo el juicio contra Dennis Andrew Nilsen acusado de seis delitos de asesinato y dos de asesinato en grado de tentativa. Una de las partes centrales del litigio fue demostrar el estado mental del acusado quien, según la defensa, sufría una “responsabilidad disminuida” debido a una anormalidad en su mente que le impedía planificar un asesinato.
A lo largo del proceso, expertos psiquiatras y forenses echaron un pulso por imponer su criterio respecto a la salud mental de Nilsen. Sin embargo, el juez Croom-Johnson zanjó el asunto: “Existen personas malvadas que cometen actos malvados. El asesinato es uno de ellos. El tener defectos morales no excusa a Nilsen. Una naturaleza desagradable no debe identificarse con un desarrollo mental detenido o retrasado”.
La opinión del magistrado estaba justificada: el testimonio de algunos supervivientes que escaparon a la muerte y quedescribieron a su verdugo como un hombre “muy amable” que, de repente, se volvía violento sin motivo alguno. “Estate quieto, estate quieto”, llegó a susurrarle Nilsen a Carl Stottor mientras le estrangulaba.
Finalmente, el jurado encontró al ‘carnicero’ culpable de todos los delitos. El juez lo condenó a cadena perpetua recomendando que su paso por la cárcel fuese de al menos 25 años. Durante ese tiempo, el asesino en serie escribió varios diarios en los que recordó y describió los detalles más macabros de cada crimen. “Separé la cabeza del cuerpo con el cuchillo. Apenas brotó sangre. Puse la cabeza en el fregadero de la cocina, la lavé y la metí en una bolsa de la compra”, relató.
Este “psicópata creativo”, como llegó a definirse él mismo, murió el 12 de mayo de 2018. Tenía 72 años y, según confirmó un portavoz del servicio de prisiones, sufrió una embolia pulmonar y una hemorragia retroperitoneal relacionada con la rotura del aneurisma.
Después de tres décadas privado de libertad en su celda, Nilsen falleció “tumbado sobre sus propias heces, deteriorándose durante dos horas y media” y sintiendo un “dolor insoportable”.
Para los interesados, hace poco la cadena británica ITV ha hecho una miniserie llamada DES sobre la historia de Dennis Nilsen, aquí os dejo el trailer:
Recomendable!!
Hasta la próxima!
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