El asesino en serie que hizo que los payasos nos aterrorizaran
El hombre que inspiró a Stephen King para escribir una de sus novelas más celebres, 'It', llegó a matar al menos a 33 varones. Fue ejecutado en 1994 con una inyección letal
Hay ocasiones en las que la realidad supera la ficción. La historia de John Wayne Gacy es una de ellas. Vecino ejemplar, empresario de éxito y miembro del comité local del Partido Demócrata en Chicago, Gacy decidió aumentar su popularidad creando su propio personaje: el payaso Pogo. Era una carcasa. Debajo de ese atuendo se escondía un despiadado asesino. Sus víctimas siempre eran adolescentes a los que persuadía para ir a su casa, donde los sodomizaba y asesinaba. Un juzgado le condenó a la pena capital y fue ejecutado en 1994, tras 14 años en el corredor de la muerte, pero nunca mostró arrepentimiento. Su vida inspiró It (Eso), una exitosa novela de Stephen King, y ha sido llevada al cine.
Los payasos son seres tiernos que nos acompañan durante la infancia. Nos hacen reír, gastan bromas, realizan piruetas y hacen trucos divertidos. Son personajes simpáticos de cara maquillada, peluca y nariz roja. Sin embargo, en los años setenta un payaso conmocionó a Estados Unidos por sus crímenes. Se hacía llamar Pogo, pero aquel disfraz escondía una terrible historia que las autoridades descubrieron de forma casual, cuando una madre denunció la desaparición de su hijo. Los psicólogos reconocieron que su perfil no encajaba con los asesinos en serie conocidos hasta entonces. Achacaron su comportamiento a una infancia difícil.
John Wayne Gacy nació el 17 de marzo de 1942 en los suburbios de Chicago, la tercera ciudad más poblada de Estados Unidos, en el estado de Illinois. Sus padres eran inmigrantes europeos que decidieron instalarse en este lugar por la gran cantidad de trabajo que ofrecían las abundantes industrias de la zona. Gacy era un niño gordito que estaba muy unido a sus dos hermanas mayores y a su madre. Aquello desataba la furia de su padre, un alcohólico que abusaba de su familia. Pegaba a su hijo con un cinturón de cuero y lo denigraba en público llamándole “marica”, “estúpido” y “niño de mamá”. Cuando tenía nueve años, un amigo de la familia abusó de él sexualmente, pero el pequeño guardó silencio. El incidente le persiguió durante toda su vida.
Primera condena
Dos años después de aquel terrible episodio, Gacy se cayó de un columpio y se golpeó la cabeza. Se le formó un coágulo de sangre, pero pasó desapercibido hasta que cumplió los 16 años, cuando comenzó a sufrir desmayos y ataques similares a los de la epilepsia. Su padre pensaba que aquellas arremetidas eran fingidas y lo golpeaba mientras estaba inconsciente. Años más tarde acudió a un médico, que le recetó unos medicamentos para disolver el coágulo. La vida comenzaba a sonreírle. Solo fue un espejismo. Gacy pasó por cuatro institutos y nunca llegó a graduarse, lo que disminuía sus posibilidades de conseguir un empleo.
Al cumplir los 20 años, su padre le recomendó abandonar su hogar y le entregó un pasaje de autobús a Las Vegas. Gacy consiguió trabajo en una funeraria, pero apenas duró tres meses. Estaba obsesionado con observar los cadáveres que debía custodiar. Regresó a Chicago, se matriculó en una escuela de negocios y se graduó. Aquello le ayudó a conseguir un empleo en una fábrica de zapatos, aunque tuvo que mudarse a Springfield, otra localidad de Illinois. Allí conoció a la que sería su primera esposa, Marlynn Myers, con quien se casó en septiembre de 1964. Pronto ascendió al cargo de supervisor. Sin embargo, su vida privada seguía siendo desastrosa.
Gacy se mudó a Waterloo, en Iowa, donde la familia de su esposa tenía un restaurante, en el que ocupó el cargo de gerente. Es el momento en el que comienza a sentir atracción por los adolescentes. El historiador colombiano Esteban Cruz narra en el libro Vampiros, Caníbales y payasos asesinos que intentaba chantajear a los jóvenes del establecimiento para que le practicaran sexo oral. Su historial delictivo comenzó en 1967, cuando violó a Donald Voorhees, un niño de 15 años. Le condenaron a una década de cárcel que no cumplió al obtener la libertad condicional tras 16 meses en prisión. Aquel suceso le supuso el divorcio.
Tras abandonar la cárcel, Gacy fundó una empresa dedicada a la construcción, con la que se enriqueció. Compró una casa en un barrio exclusivo de Chicago y allí se reencontró con una antigua compañera de colegio con dos hijas con la que comenzó a compartir la vida. Convertido en empresario de éxito, se inscribió en el Partido Demócrata y decidió aumentar su popularidad creando un personaje, el payaso Pogo, que se hizo famoso en las fiestas de niños y en los hospitales infantiles de la ciudad, donde regalaba globos y peluches que pagaba de su bolsillo.
“Ciudadano ejemplar”
Sus vecinos lo tenían por un ciudadano ejemplar, aunque se quejaban constantemente del olor a putrefacción que emanaba de su vivienda. Gacy les contestaba que él mismo se ocuparía de limpiar las cañerías. Sin embargo, el origen del hedor era bien distinto. El hallazgo fue casual. La madre del adolescente Robert Piest denunció su desaparición. Puso a la policía tras la pista de Gacy, del que aseguró había ofrecido un trabajo a su hijo. La policía logró entrar en la vivienda y, al descender al sótano, encontró el mismísimo infierno. Bajo una trampilla se apilaban media docena de cadáveres en diferente estado de descomposición. Hallaron otros cuerpos en un río cercano.
Entre 1972 y 1978 el payaso bonachón violó y asesinó a 33 niños, aunque él mismo reconoció que la cifra era superior. El juicio comenzó el 6 de febrero de 1980, pero Gacy nunca colaboró, por lo que fue imposible localizar el paradero de algunas de sus víctimas. Sus abogados alegaron que sufría graves perturbaciones mentales, algo que desestimaron los informes periciales. La prueba más concluyente fue la confesión de Jeff Rignall, un adolescente que logró escapar de Pogo y que narró las torturas a las que fue sometido. Explicó que contactó con él en la calle, le ofreció marihuana, subió al coche de Gacy y este le cubrió la cara con un pañuelo empapado de cloroformo para dejarlo inconsciente. Era su modus operandi.
El 13 de marzo fue declarado culpable y condenado a muerte. Gacy se convirtió en una macabra celebridad que recibía la visita de profesores universitarios, estrellas de rock y mujeres que se sentían atraídas por su historia. En su celda colgó decenas de pinturas en las que se retrataba vestido de payaso y que vendió por importantes sumas de dinero. Tras 14 años en el corredor de la muerte, el 10 de mayo de 1994 se le suministró una inyección letal que acabó con su vida. Le faltaba unas semanas para cumplir 53 años. Sus últimas palabras fueron: “Bésenme el culo. Nunca sabrán dónde están los otros cuerpos”.
Para terminar, un artículo sobre Gacy desde el punto de vista de la psicología forense y criminal: https://psicologiaymente.com/forense/john-wayne-gacy-caso-payaso-asesino
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