Arthur Shawcross, de veterano de guerra en Vietnam a asesino en serie
Después de mutilar y matar a sus víctimas, lanzaba los cadáveres al río Genesee
“La mayor parte de las veces ni yo sabía que iba a matarlas. Además, me conocían y no esperaban eso de mí. Las atacaba rápidamente y las dejaba paralizadas”, explicó Arthur Shawcross a la Policía sobre cómo logró asesinar tan fácilmente a sus víctimas. Este veterano en la guerra de Vietnam lanzaba los cuerpos de las mujeres al río Genesee, aunque según él mismo declaró hubiese preferido “encontrar un gran hoyo” para que “estuvieran todas juntas”.
A medida que las autoridades de Rochester hallaban los cadáveres completamente mutilados, los habitantes de dicha localidad se fueron encerrando en sus casas. Nadie quería toparse con el asesino en serie que estaba aniquilando a las mujeres de la ciudad. Durante veintiún meses, la caza a este serial killer se convirtió en toda una proeza.
Pirómano y agresivo
Arthur John Shawcross nació el 6 de junio de 1945 en Kittery, Maine (Estados Unidos), en una familia donde su madre le propinaba toda clase de maltratos físicos y psicológicos. Parece ser que la matriarca, entre otras cosas, le amenazaba con extirparle los genitales si no se portaba bien y hasta le sodomizaba con el palo de la escoba.
Todo ello influyó en su carácter y le llevó a convertirse en un niño taciturno, callado y muy violento. Entre sus hobbies preferidos:prender fuego a cualquier cosa, pegar a animales y a niños más pequeños, y pasearse con una barra de hierro en el autobús del colegio.
Con 18 años cometió su primer delito al entrar en unos grandes almacenes de extranjis tras romper un cristal. El sonido de la alarma lo asustó y todo terminó en una regañina por parte de los agentes. Muchas personas le veían como una especie de “pirado”.
Tras dejar el colegio y casarse con Sarah Chatterton, tuvo su primera hija. Dos años después, ya con veintiuno, se divorció y el ejército le reclutó. Lo enviaron a Vietnam y fue allí donde dio rienda suelta al asesino y caníbal que llevaba dentro: “Veo a una mujer y le disparo. No quedó muerta del todo y la até a un árbol.De una de las chozas sale una muchacha y la llevo para atarla con la otra. Son el enemigo, por lo que le corto el cuello a la primera. Como los vietnamitas son supersticiosos, clavo su cabeza en un poste, para que no vengan más. Luego corté la carne de la pierna de aquella mujer por el muslo hasta la rodilla, como un jamón, y lo asé en el fuego. No olía muy bien, pero cuando estuvo bien asada me puse a comerla…”.
Tras su participación en la guerra de Vietnam, el joven desarrolló un importante estrés post-traumático que le llevó a sacar su lado más agresivo, principalmente el pirómano. En todos los trabajos donde estuvo, Shawcross provocaba incendios sin que nadie sospechase de él. Además, alarmaba de los mismos convirtiéndose en un héroe. Hasta que le pillaron robando en una gasolinera y alegó que “una voz” se lo ordenaba. El juez Wiltse le condenó a cinco años de prisión pero salió al cabo de dos.
Su vida después de la cárcel no fue muy halagüeña. Dados sus antecedentes, nadie quería contratarlo y solo pudo ejercer como jardinero o basurero en el vertedero municipal. Durante este tiempo, se casó dos veces más, la tercera el 22 de abril de 1972 con Penny Sherbino.
Primeros crímenes
El 7 de mayo, Jack Blacke, de diez años, desapareció de su casa en Watertown. El niño era muy amigo de ‘Art’ (así lo llamaba cariñosamente) y solían ir a pescar juntos. Previamente a la desaparición, la madre prohibió a sus hijos que se relacionasen con este hombre dados sus antecedentes y las historias de guerra que les contaba. Así que cuando Jack no regresó a casa y una testigo les vio juntos la noche de autos, los padres alertaron a la Policía.
Al acudir hasta el domicilio del sospechoso y tomarle declaración, este dijo haberlo visto en compañía de su amigo Jimmy. Pero a la mañana siguiente, cambió su versión y afirmó que la última vez que lo vio fue cuando le acompañó a la piscina del colegio. Pese al giro en su declaración, los investigadores no vieron “nada raro en su historia” y empezaron a sospechar de la propia familia que tenía problemas con la justicia.
La investigación dio un giro y buscaron pruebas en la propia casa de los Blake, sometieron a los padres al polígrafo y al no encontrar nada sospechoso, concluyeron que el muchacho se había fugado.Entonces, la búsqueda se desarrolló en bosques, casas abandonadas y riachuelos de la zona donde decenas de voluntarios (boy scouts y soldados de una base militar cercana) ayudaron en su localización.
Llegado el mes de septiembre se produjo una segunda desaparición en la zona: la de Karen Ann Hill, de ocho años.“Estaba aquí, y unos segundos después desapareció”, dijo su madre a la Policía. El dispositivo de búsqueda se inició enseguida y, gracias a un testigo, se supo que la niña estuvo al lado del río en compañía de un hombre con una bicicleta blanca.
La descripción física del individuo (similar a la de Shawcross) y la de la bicicleta (con guardabarros marrón), llevaron a los agentes directamente a la casa de Arthur. Al mismo tiempo, otros policías localizaban el cadáver de la pequeña bajo el citado puente. Yacía boca abajo, semidesnudo y cubierto con piedras y escombros. La pequeña presentaba signos de haber sido violada y estrangulada.
Tras su detención, Shawcross confesó: “Debo de haberlo hecho [matar a la niña] , pero realmente no lo recuerdo; quizás he perdido el conocimiento”. En ese mismo interrogatorio el sospechoso dio pistas de dónde podría estar Jack. Tres días más tarde y gracias a la localización aportada, encontraron su ropa y un esqueleto. Era Jack Blake. Shawcross se enfrentaba así a dos cargos por asesinato.
El 17 de octubre de 1972, el juez Wiltse, quien años antes condenó a Shawcross por un delito menor, sentenció al acusado a veinticinco años de prisión rechazando con la petición de internarlo en un psiquiátrico. “Confío en que le ayudarán a resolver sus problemas durante este tiempo”, le dijo.
El asesino de Jack y Karen estuvo en el Centro Correccional de Attica y después en la prisión de Stormville donde jamás dio un solo problema, era un preso ejemplar. Además se sacó el bachillerato y se especializó en ebanistería. Y hasta se hizo amigo de una enfermera, Rosemary Walley. Tras más de catorce años en prisión, finalmente le concedieron la libertad condicional en 1987, pero con una serie de premisas. Las condiciones eran: no consumir alcohol o drogas, tenía prohibido acercarse a niños, prostitutas o poseer armas, y le mantendrían vigilado.
Nueva vida en libertad
Puso rumbo a Rochester, en el estado de Nueva York, donde vivió con su amiga Rose quien, con el tiempo, se convirtió en su cuarta esposa. Trabajaba en un mercado colocando fruta y su vida era de lo más modesta y normal. Sin embargo, un año después de obtener la libertad condicional, la Policía comenzó a descubrir cadáveres mutilados de mujeres en lugares próximos a zonas de pesca, principalmente en el río Genesee.
La primera víctima, Dorothy “Dotsie” Blackburn, tenía veintisiete años y había sido estrangulada. Seis meses después, era Anna Marie Steffen quien apareció en avanzado estado de descomposición, en postura semifetal y con los vaqueros bajados hasta los tobillos. Un mes más tarde, Patricia “Patty” Ives, una joven prostituta, fue localizada con la cabeza metida en un agujero y su cuerpo repleto de abejas.
Por cada crimen cometido, Shawcross tenía una explicación al respecto. Durante cuarenta y siente páginas de declaración, el asesino aseguró, por ejemplo, que golpeó a Frances “en la garganta” porque mantuvieron una discusión en el coche y eso le puso “furioso”. Así que la terminó estrangulando. En cuanto a Anna Marie Steffen, se enfadó porque le dijo que estaba embarazada y no entendió por qué seguía ejerciendo la prostitución.
A Dorothy Keeler le rompió el cuello tras amenazarlo con contarle a su esposa que era su amante. “Le apreté el cuello con mi antebrazo para que se callara”, explicó. A June Stott la mató por ser virgen, a Maria Welch por robarle dinero y a Darlene Trippi, por llamarlo “inútil” después de no poder concluir satisfactoriamente una relación sexual.
El modus operandi de Shawcross era muy similar en todos los asesinatos. Mientras que a unas mujeres las golpeaba salvajemente, a otras las estrangulaba o acuchillaba. Eso sí, la mayoría –fueron un total de doce víctimas- presentaban signos de agresión sexual y de mutilación genital. Además, elegía determinados tramos del río Genesee para arrojar los cadáveres. Nunca quiso enterrarlos porque, según él, jamás encontró un hoyo lo suficientemente grande para que cupiesen todas.
“Pensaba encontrar un gran agujero para meterlos todos juntos”, aseguró a los investigadores. Y dejó claro que “si estuviese libre, volvería a matar”. Aquí la labor de los psicólogos fue primordial para entender al depredador. “Jamás había visto ni oído hablar de un caso tan grave de estrés postraumático”, escribió el psicólogo Joel Norris. Un estrés “tan dominante que lo había dejado en un estado de anestesia emocional, entumecido psicológicamente, incapaz de relacionarse con nadie según un modelo funcional normal”.
El estrés postraumático grave a raíz de Vietnam fue la línea que siguió la defensa de Shawcross para conseguir que le declarasen inocente por enajenación mental. La doctora Dorothy Otnow Lewis fue la encargada de mantener esta versión ante el jurado, incluso llegó a mostrar sesiones de hipnosis con el paciente para que viesen las distintas personalidades que poseía. Pero de nada le sirvió. Nadie creía que aquel supuesto trastorno psiquiátrico era el responsable de los crímenes. “El hombre del tribunal no es el que yo conozco; tiene una doble personalidad”, dijo Clara Neal en el estrado intentando ayudar al acusado. La mujer era su vecina y también su amante.
Por otra parte, el fiscal Charles Siragusa presentó más de sesenta testigos, pruebas forenses y un alegato final que conquistó a los miembros del jurado, y que llevaron a Shawcross directamente a un veredicto de culpabilidad.
Enfermo o asesino calculador
“Examinen su mente. Se trata de una mente enferma”, trataba de justificar el abogado de la defensa, David A. Murante. “Considérenlo un asesino, frío, calculador y sin remordimientos, para quien matar no representó ningún trastorno emocional, sino, según las propias palabras del acusado,un trabajo como otro cualquiera”, contradecía el fiscal Siragusa. Unas palabras basadas también en el informe realizado por el famoso perfilador del FBI Robert Ressler, que ayudó a echar por tierra la teoría del estrés postraumático.
El 13 de diciembre de 1990 y tras varias hora de deliberación, el jurado del Condado de Monroe declaró a Shawcross culpable de los diez cargos de asesinato en segundo grado (250 años de prisión). Ni siquiera cambió de actitud al escuchar el veredicto, un comportamiento que mantuvo durante todo el proceso judicial. Tampoco quiso hablar aunque el juez Wisner le instó a ello: “Señor Shawcross, ahora tiene la posibilidad de hablar. Todos deseamos comprender lo que pasó”.
Entre los familiares de las víctimas se respiraba cierta sensación de alivio. La madre de Karen Ann Hill, por ejemplo, dijo llorando: “Por suerte, no volverá a ver la luz del día” porque “los dieciocho años de angustia han terminado por fin”. Después, la mujer compró un árbol de Navidad: “Es para mi hija. Sigue teniendo ocho años. Los tendrá siempre”. La madre de otra de las víctimas también dejó su testimonio por escrito: “Veo cómo la mata en mis pesadillas; la veo luchar para liberarse; oigo sus gritos y siento su miedo”.
Tras esta primera sentencia, llegó una segunda meses después. El Condado de Wayne le condenó a cadena perpetua por el asesinato de Elizabeth Gibson. Eran otros 25 años más.
Durante varios años, la defensa de Shawcross trató de recurrir las sentencias apelando al sabotaje llevado a cabo por parte de varios testigos e, incluso, de la mala praxis ejercida por la Policía para obtener la confesión del condenado. Ningún planteamiento fue admitido a trámite.
Entretanto, este asesino en serie, que se casó por última vez con su vecina Clara Neal, comenzó a ganar dinero pintando cuadros desde la cárcel. Los lienzos se cotizaban a un precio más alto dado su historial criminal. Inclusive, ideó varios souvenirs para sacarle mayor rentabilidad. Entre ellos, destacaban tarjetas con frases tétricas –“me comí una vagina”-, papeles con su propia sangre, su firma o su rostro.
También concedió varias entrevistas para televisión, participó en varios documentales y escribieron un libro sobre su vida titulado, Arthur Shawcross: The Genesee River Killer.
La fama terminó cuando, el 10 de noviembre de 2008, Shawcross fue hospitalizado tras aquejarse de unos fuertes dolores en las piernas. Horas más tarde sufrió un infarto y falleció. Tenía 63 años. Su cadáver fue incinerado y sus restos entregados a su única hija. Pero tal y como dijo el fiscal Siragusa durante el juicio, “ciertos defectos del aparato judicial” impidieron que el ‘Asesino del río Genesee’ volviera a actuar. “Nunca debió permitirse que saliera de la cárcel”, al fin y al cabo, este individuo “adoraba matar”.
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