‘El hijo de Sam’: “¿Por qué no se me apareció Cristo antes de cometer esos asesinatos?”
El empleado de Correos David Berkowitz mató a seis personas por orden de un “perro endemoniado”
Fue detenido gracias a la multa de aparcamiento que le pusieron tras su último crimen
Bobby y Stacy buscaban un rincón íntimo para dar rienda suelta a la pasión. Aparcaron su vehículo en una zona alejada y comenzaron a besarse. Minutos después se escuchó el sonido de varios disparos. Dos de ellos impactaron en la cara de Bobby reventándole los oídos; y otro alcanzó el cerebro de Stacy. Las detonaciones alarmaron a Tommy Zaino y su novia que, sentados en su coche, observaban todo desde su retrovisor. Un sujeto acababa de descerrajar cuatro tiros a través de la ventanilla de las víctimas.
“¿Qué ha sido eso?”, preguntó la joven. “Baja la cabeza, creo que es el ‘Hijo de Sam’…”, respondió Tommy. Aquellos fueron los últimos crímenes perpetrados por David Berkowitz, un empleado de Correos y asesino en serie , que aterrorizó a la ciudad de Nueva York en los años setenta.
Un niño adoptado
David Berkowitz en realidad se llamaba Richard David Falco. Su madre Betty Broder lo entregó en adopción al matrimonioformado por Nathan y Pearl Berkowitz porque, tras quedarse embarazada de su segundo marido, este le pidió que abortase.Finalmente, la joven veinteañera dio a luz el 1 de junio de 1953 en Nueva York (Estados Unidos), pero no quiso hacerse cargo del pequeño. Fue esta pareja judía que no podía tener descendencia, quienes decidieron darle el apellido Berkowitz y criarlo.
La felicidad duró poco en el nuevo hogar porquePearl murió de cáncer cuando David tan solo tenía 14 años. Tras su fallecimiento en 1969, padre e hijo se trasladaron hasta la zona de Co-op City, en el Bronx.
Pese a ser un chico tímido, víctima en ocasiones del acoso por parte de sus compañeros de clase, David se defendía con uñas y dientes. Además su apariencia le ayudaba a la confrontación: era grande y fuerte, y siempre prefería jugar con niños más pequeños que él, principalmente al béisbol. A esto se sumaba su temprana misoginia. Llegó a crear el llamado ‘Club de Odiadores de Mujeres’, según explicó años más tarde un amigo de clase.
De hecho, el adolescente se mostraba cohibido y receloso con las mujeres, no sabía cómo comportarse, siempre se quedaba callado y la única relación personal que tuvo fue con su vecina Iris Gerhardt de la que se enamoró platónicamente. “Dave era un chico que haría cualquier cosa por ti”, llegó a decir ella.
Tampoco era buen estudiante, los escasos amigos que tuvo le hicieron el vacío cuando empezaron a fumar porros, algo que David nunca hizo por miedo a sus padres. “Mis padres estaban constantemente preocupados por mi comportamiento extraño. Sabían que yo vivía en un mundo imaginario y no podían hacer nada contra los demonios que me atormentaban y controlaban mi mente. Yo quería ayudar a la gente a ser importante”, se justificó una vez detenido.
Por tanto, David no encajaba en ninguna parte. Ni siquiera en su propia familia después de que su padre adoptivo contrajera segundas nupcias. Esto fue el detonante para que el joven se hiciese baptista y se alistase en el ejército. Le destinaron a Corea durante tres años, pero para cuando regresó a casa en 1974, la relación con Nathan continuaba siendo igual de insoportable.
El padre no llevaba nada bien que su hijo se hubiese convertido al baptismo y que, sobre todo, criticase fervientemente el judaísmo. Las monumentales broncas se saldaron con unos tremendos ataques de ira por parte del muchacho. Se colocaba delante del espejo mientras se golpeaba fuertemente la cabeza con los puños. Cuando la situación se volvió insostenible, David decidió independizarse y mudarse a su propio apartamento en otra zona del Bronx en el 2151 de Barnes Avenue.
Solo y con un sentimiento absoluto de abandono, el joven decidió buscar a sus padres biológicos. Indagó en el registro, encontró su apellido original y lo rastreó en una guía telefónica. Gracias a esta pesquisa, localizó la dirección de su madre y de su hermana mayor, las escribió una postal, y días después se produjo el reencuentro.
Comienzan los ataques
Su hermana Roslyn de 37 años, casada y con hijos, estaba feliz de conocer a David, incluso le dio cobijo en su casa durante varios días. Sin embargo, fue pasando el tiempo y el joven se fue distanciando de su nueva familia. Era principios de 1976 y por aquel entonces, su salud se resentía. Parece ser que sufría continuos dolores de cabeza, algo que a la hermana le preocupaba mucho.
En el mes de abril, David decidió mudarse de nuevo, esta vez a Pine Street, en Yonkers. Tres meses después cometía su primer asesinato. Pero antes ya lo había intentado acuchillando a dos mujeres a finales de 1975. Los gritos de sus víctimas hicieron que huyera rápidamente. Tras estos fracasos, David decidió comprar una pistola. Se trataba de un revólver muy concreto: un Bulldog calibre 44 y le costó 130 dólares. Fue con esta arma con la que perpetró ocho ataques y mató a seis personas.
El 29 de julio de 1976, Berkowitz cometió el primer asalto mortal. Dos chicas, Donna Lauria, de 18 años, y Jody Valente, de 19, se estaban despidiendo en la calle cuando un individuo se les acercó y de una bolsa de papel marrón sacó su pistola. Sin mediar palabra, David las encañonó y comenzó a dispararlas. Donna solo pudo decir: “Pero, ¿qué quiere ese tipo?”. Su reacción inmediata fue protegerse la cara, pero el atacante la apuntó al cuerpo. El segundo impactó le perforó el codo, y el tercero alcanzó la cadera de Jody que entró en un estado de histeria.
A pocos metros de allí, el padre de Donna lo estaba viendo todo. Acababa de bajar al perro cuando comenzaron los disparos. Tras ver cómo huía el desconocido, se acercó a las jóvenes y las llevó al hospital. Su hija falleció de camino.
Cuando la Policía llegó a la escena del crimen barajaron la posibilidad de que la Mafia estuviese detrás. Al fin y al cabo, se encontraba al norte del Bronx, una zona donde predominaban las familias italianas y los ajustes de cuentas eran la tónica habitual. En esta ocasión, los investigadores creyeron que se equivocaron de víctima. Pero, ¿un profesional habría disparado hasta cinco veces con tan nula puntería y con un revólver del calibre 44? La primera hipótesis empezó a perder fuelle.
Además, la descripción que hizo la única superviviente les proporcionó detalles del asaltante. Jody explicó que jamás había visto a aquel hombre blanco, de pelo negro, rizado y largo, sin barba, y en torno a unos treinta años.
Tres meses después, Berkowitz volvió a actuar. Era el 23 de octubre cuando Rosemary Keenan y Carl Denaro, de 18 y 20 años respectivamente, sentados en su coche en una zona alejada de Queens, sufrieron el violento asalto. David sacó su revólver y disparó cinco veces a través de la ventanilla, pero el retroceso del arma le malogró su puntería. Solo una de las balas rozó la cabeza de Carl sin llegar a atravesársela. Rosemary no sufrió ni un rasguño.
El tercer tiroteo se produjo también en el barrio de Queens. Era la medianoche del 27 de noviembre de 1976 cuando dos adolescentesJoanne Lomino, de 18 años, y su compañera de clase Donna DeMasi, de 16, estaban charlando en las escaleras de la casa de la Joanne. De repente, un desconocido se acercó y les preguntó:“¿Pueden decirme cómo se llega a…?”. Sin terminar la frase, Berkowitz volvió a desenfundar su pistola y a dispararla.
Descripciones distintas
Uno de los tiros traspasó el cuello de Donna pero no revistió gravedad alguna; la peor parte se la llevó Joanne porque una de las detonaciones le atravesó la columna vertebral postrándola en una silla de ruedas de por vida.
Al otro lado de la calle, un vecino vio cómo un hombre huía de la escena del crimen. Fue la primera vez que la Policía relacionó este ataque con el primero, del segundo todavía no sospechaban. Pero las descripciones físicas del autor del tiroteo no cuadraban. Estas jóvenes aseguraron que el desconocido era rubio de pelo largo, mientras que Jody dejó claro que su atacante tenía el pelo negro y rizado.
Dos meses después, Berkowitz volvió a actuar, esta vez contra John Diel, de 30 años y Christine Freund, de 26. Una de las balas impactó en la cabeza de la joven muriendo poco después. Cuando la sección de balística comparó estos proyectiles con los tiroteos anteriores vieron la coincidencia. Todos provenían de un revólver Bulldog calibre 44. Pero seguía sin cuadrarles la descripción física del sospechoso.
El 8 de marzo de 1977 se produjo un nuevo ataque, era una estudiante, Virginia Voskerichian, que regresaba a su casa.David le apuntó con la pistola en la cabeza. La joven no consiguió sortear los impactos. Los proyectiles penetraron en la cara de Virginia y murió en el acto. Aunque las balas encontradas también procedían de un calibre 40, los testigos detallaron al criminal como un varón joven de unos 18 años, de metro ochenta y tapado con un pasamontañas.
Después de cinco asaltos y tres asesinatos, la Policía de Nueva York creó un grupo especial para dar caza al asesino y tranquilizar a la población que, en ese momento, se encontraba presa del pánico. Lo llamaron Grupo Omega y su cometido era apresar al denominado “El asesino del calibre 44”.
Para informar sobre la nueva operación policial, el comisario de la Policía de Nueva York convocó a los medios de comunicación. Aquella tarde del 10 de marzo, decenas de periodistas querían conocer cuál era el enemigo público de la ciudad. Su descripción física –hombre de raza blanca, cabello oscuro, complexión normal, de entre 25 y 32 años y 1,80m de altura- apareció en todos los periódicos a la mañana siguiente.
Las cartas del ‘Hijo de Sam’
Las cerca de trescientas pistas que llegaron a recoger los investigadores y la nueva operación que pusieron en marcha no impidió que Berkowitz volviese a atacar. La madrugada del 16 de abril de 1977, la pareja formada por Valentina Suriani, de 18 años, y Alexander Esau, de 20 años, morían en otro tiroteo. Cuando uno de los agentes llegó al escenario, se fijó en un sobre blanco que estaba en medio de la calle. Lo recogió. Era una carta dirigida al capitán del caso, Joe Borelli. Fue la primera vez que David se puso en contacto con la Policía.
En la misiva, el asesino se sentía “profundamente dolido por llamarme odiador de mujeres. No lo soy. Pero soy un monstruo. Soy el ‘Hijo de Sam’. […] Sam adora beber sangre. ‘Sal fuera y mata’, me ordena padre Sam”.
Berkowitz aseguraba que estaba “programado para matar” e instaba a la Policía a pararle. “¡Disparadme primero, disparar a matar o sino quitaros de mi camino o moriréis!”, escribía en una larga carta donde se autodenominaba “Belcebú” y decía disfrutar cazando y “merodeando por las calles buscando carne hermosa y fresca”. Pero a la vez, sostenía que “no quiero matar a nadie más. No quiero, pero es necesario, ‘honrarás a tu padre’”.
“Suyo en el asesinato. Sr. Monstruo”, firmó Berkowitz. Tras el final del mensaje, el Grupo Omega pensó que se trataba de un loco y no quisieron darle mayor importancia. Pero la carta cayó en manos del periodista Jimmy Breslin que publicó algunos párrafos en el Daily News. Por eso el criminal también contactó con Breslin tiempo después.
A lo largo del escrito críptico y aparentemente sinsentido y contradictorio, David manifestó lo siguiente: “Sam está sediento como un chaval. No me deja parar de matar hasta que él consiga llenarse de sangre. Escúcheme Jim, ¿recuerda lo que ocurrió el 29 de julio? Se puede olvidar de mí cuando quiera porque yo no busco publicidad. Sin embargo, no debe olvidar a Donna Lauria y no puede dejar que la gente la olvide. Ella era una chica muy dulce”.
Y añadió una serie de nombres que supuestamente ayudarían en la investigación policial: “Duque de la Muerte. Malvado Rey Malvado. Los veintidós Discípulos del Infierno. Y finalmente, John Wheaties, violador y asesino por asfixia de jovencitas”. ¿A quiénes se estaba refiriendo? ¿Había más de un asaltante?
‘El hijo de Sam’, término que se popularizó tras enviar las dos cartas, volvió a actuar el 25 de junio. Los jóvenes Judy Plácido y Salvatore Lupo recibieron cinco disparos y aunque tres de ellos, lograron alcanzarles, finalmente salvaron la vida.
El último asesinato lo cometió la noche del 31 de julio. Ya lo avisó en una tercera carta enviada a la Policía. Berkowitz siguió el mismomodus operandi: descerrajó varios tiros contra los ocupantes aparcados en un lugar solitario. Allí Stacy Moskowitz y Bobby Violante estaban dando rienda suelta a la pasión cuando David comenzó a dispararles. Ella murió en el acto y él se quedó ciego. Gracias al testimonio de Tommy Zaino y de su novia, que se encontraban aparcados relativamente cerca, la Policía contó con una nueva descripción física.
El testigo clave y la multa
No fueron los únicos testigos de aquella noche. Cacilia Davis, una viuda de 49 años de edad, fue clave para dar caza al ‘Hijo de Sam’. La mujer explicó a los investigadores cómo, aquella noche al llegar a casa, se fijó en un coche amarillo mal aparcado al lado de una bomba de agua (está prohibido en Estados Unidos). Pero no le dio mayor importancia. Subió y volvió a bajar para sacar al perro.
Durante el paseo observó otros dos coches más aparcados cerca del Ford Galaxie amarillo, eran los vehículos de Bobby y de Tommy, y al conductor del Ford –un joven de pelo negro- que estaba visiblemente enfadado al ver una multa en su parabrisas. El individuo era David que le echó una mirada de rabia a la viuda. Esta sintió miedo y regresó rápidamente a su apartamento. Cuando tres días después la mujer se atrevió a contar lo que vio, dejó claro que a aquel desconocido le pusieron una sanción de aparcamiento.
Con la descripción física del coche y de su conductor, la Policía comenzó a cotejar los datos con las pruebas que ya tenían de casos anteriores y con las sanciones puestas la noche del asesinato de Stacey. Los investigadores tuvieron varias coincidencias: varios vecinos dieron los mismos detalles físicos del atacante, también reconocieron el modelo y el color del vehículo en la escena del crimen, y efectivamente, un agente puso una multa a la matrícula 561-XLB. El coche estaba registrado a nombre de David Berkowitz.
Cuando diez días después llegaron al vecindario del sospechoso, los investigadores entrevistaron a sus vecinos. Algunos de ellos no tenían buen recuerdo del joven al que catalogaban como conflictivo. Sobre todo, la familia de Sam Carr que sufrió varios incidentes violentos, incluyendo el lanzamiento de un coctel molotov y el disparo a su perro Harvey, un labrador de color negro. Según Berkowitz el canino era un “perro endemoniado”.
Cuando comenzaron a tirar del hilo descubrieron que el treinteañero estaba obsesionado con los cultos satánicos y que le habían denunciado varias veces por mal comportamiento y por el envío de cartas amenazantes. La familia Carr entregó a los agentes algunos de los anónimos y enseguida reconocieron la letra. Era calcada a la del ‘Hijo de Sam’.
El 10 de agosto de 1977 los detectives Ed Zigo y John Falotico fueron a buscar a Berkowitz. Antes de que llegara registraron el Ford Galaxie color amarillo y en su interior hallaron un rifle, además de una carta dirigida al jefe del Grupo Omega, el inspector Timothy Dowd. Ya lo tenían.
Conexiones satánicas
En cuanto David apareció y se subió al coche, los agentes le encañonaron. “¡No respires! ¡Policía!”, le gritaron. El asesino sonrió mientras le sacaban del coche y le ponían contra el capó. “¿Quién eres?”, preguntó Falotico. “Tú lo sabes. Tú sabes a quién tienes”, respondió Berkowitz. “¡Dime a quién tengo!”, instó el inspector. Sonrió una vez más y contestó: “Soy ‘El Hijo de Sam’”.
Tras su detención le condujeron a comisaría donde confesó todos los crímenes y admitió ser el autor de las cartas. Culpó al perro de su vecino de ordenarle que perpetrase los crímenes y de escuchar voces demoníacas en su interior para que no parase de hacerlo. El interrogatorio duró media hora
Pese a que la Policía por fin había cazado al asesino confeso, para el periodista Maury Terry había datos y pruebas que no cuadraban. Entre ellas, la descripción que los testigos de los distintos asaltos dieron de su agresor. Era como si fuesen hombres distintos. Berkowitz mató a algunas de sus víctimas pero no a todas, o así lo creyó Terry. Hasta que estableció una nueva conexión. Uno de los hijos de Sam Carr, el vecino que denunció a David por disparar a su perro, en realidad lo apodaban ‘Wheaties’, un nombre que aparecía en la carta que recibió Breslin. “John Wheaties, violador y asesino por asfixia de chicas jóvenes…”, decía la misiva.
Durante la investigación, Terry también descubrió que John y David no solo se conocían sino que acudían a rituales satánicos en un parque. Cuando intentó entrevistarle, este apareció muerto. Se había pegado un tiro en la boca y todo quedó en un aparente suicidio. Ante las pesquisas periodísticas, el fiscal de Queens quiso incluir más pruebas al respecto.
Berkowitz también era amigo de Michael Carr, hermano de John, con quien mantenía relaciones dentro de la secta satánica a la que pertenecían, Los Veintidós Discípulos del Infierno. Pero cuando intentaron encontrar a Michael este ya había fallecido en un accidente de tráfico.
Poco después de la muerte de Michael, Berkowitz envió una carta a un predicador de California donde explicaba que pertenecía a una “secta secreta” mezcla de “prácticas satánicas” y cuyas “pretensiones eran sanguinarias. Esa gente no se detendrá ante nada, incluido el asesinato”. Esta vez David parecía realmente cuerdo o, al menos, sus palabras tenían más sentido.
Cadena perpetua
Con las pruebas en la mano, todo apuntaba a que Berkowitz solo era responsable de tres asesinatos y que el resto lo cometieron miembros de la citada secta, entre ellos John y Michael Carr. Pero llegado el momento del juicio, los miembros del jurado tuvieron claro que el de ‘Hijo de Sam’ era el único autor posible de los seis homicidios.
Durante la vista celebrada en mayo de 1978, los psiquiatras elaboraron un informe sobre la salud mental del acusado. El resultado: estaban ante un esquizofrénico paranoide. Pero los peritos de la acusación rebatieron el estudio alegando que era plenamente consciente de sus actos. Así fue cómo el jurado le encontró culpable y fue condenado a 365 años de cárcel. Un año después y ya desde la prisión de Attica, Berkowitz dio una rueda de prensa donde dio detalles más detalles de los asesinatos y cómo los planificaba. “Me enfadaba cuando fallaba, porque me costaba mucho preparar una acción; para mí suponía un riesgo muy grande...”, aseguraba.
El 10 de julio de 1979, un recluso atacó al ‘Hijo de Sam’ y le clavó una cuchilla de afeitar desde la garganta hasta la nuca. Tuvo suerte porque si el corte hubiese sido más profundo, habría muerto. Necesitó 56 puntos de sutura. Tras aquello, intentó reformarse haciendo de capellán para sus compañeros de módulo. “¿Por qué no se me apareció Cristo antes de cometer esos asesinatos?”, se preguntaba Berkowitz que comenzó a lucrarse económicamente al relatar su historia a los medios. Así fue cómo se promulgó la llamada “Ley Hijo de Sam”, que impide a los asesinos en serie ganar dinero al contar sus crímenes.
Su vida llegó recientemente a la televisión gracias a la serie ‘Mindhunter’, que muestra cómo Berkowitz llenó con sus demonios a parte de la población neoyorkina. Tenían auténtico terror a encontrárselo. En cambio, en la actualidad, se presenta como una “persona muy espiritual”, hasta tal punto, que se refiere a sí mismo como el “Hijo de la Esperanza”.
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